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El Cultural

Juan Gómez-Jurado: “Shakespeare no es nadie comparado con Sherezade”

El mago español del thriller ha logrado colocar entre los libros más vendidos la trilogía 'Reina roja' y su nuevo libro infantil, 'Amanda Black', ocupa el número uno

13 abril, 2021 09:05

Juan Gómez-Jurado (Madrid, 1977) ha logrado lo que ningún otro escritor había conseguido: tener los tres libros de una trilogía entre los más vendidos de España de manera simultánea. Hablamos de la conocida saga protagonizada por la investigadora Antonia Scott y el policía Jon Gutiérrez, compuesta por Reina roja, Loba negra y Rey blanco (Ediciones B, 2018, 2019 y 2020), de la que se han vendido nada menos que 1.200.000 ejemplares hasta el momento. Desde hace meses, en la lista de libros más vendidos que elabora El Cultural —basada en los datos de todostuslibros.com (la plataforma de las librerías independientes), cadenas como la Casa del Libro, Fnac, El Corte Inglés y otras librerías de España—, han aparecido con frecuencia dos de los tres libros de la trilogía y, desde noviembre, fecha de publicación de Rey blanco, en alguna ocasión los tres. No solo eso, hace poco ha publicado junto a su mujer, Bárbara Montes, el primer libro de una nueva serie infantil protagonizada por una niña llamada Amanda Black, donde la consigna es la misma que en sus libros para adultos: atrapar al lector obligándole a pasar la página para saber qué pasará después. Seguro que adivinan en qué puesto está de la lista de literatura infantil… Para terminar, Gómez-Jurado remata su presencia entre los más vendidos con alguna aparición ocasional de sus novelas anteriores en formato bolsillo, como Espía de Dios, Cicatriz y El paciente. No hay duda de que nos encontramos ante el escritor español con mayor éxito de ventas del momento.

Pregunta. ¿Cómo se vive un éxito tan descomunal como el suyo, tan poco habitual en el mundo de las letras?

Respuesta. Es una bestialidad. Me atrevo a decir que un éxito así es inédito en lo que llevamos de siglo. Pero, como sucede con cualquier producto cultural, es un éxito que no le pertenece al autor. No se puede ser dueño del éxito, nadie lo es, por eso es tan esquivo y produce tantos sinsabores cuando alguien se acostumbra a él. El éxito de mis libros pertenece a los lectores, que son los que han decidido, con centenares de miles de decisiones individuales, situar en la cima a Antonia Scott y Jon Gutiérrez. Yo me limito a escribir lo mejor que puedo, con la mayor cantidad de literatura posible.

P. Es muy difícil que un escritor triunfe con todos y cada uno de los libros que publica. ¿Ha encontrado usted una fórmula infalible?

R. Huyo de las fórmulas. De hecho, Reina roja, Loba negra y Rey blanco son libros muy distintos entre sí. Comparten los personajes principales, pero cada uno tiene un propósito distinto y sirve a la historia de una manera distinta. Lo que sí hay es un ingrediente secreto: la emoción. No me cansaré nunca de decirlo: cuanto más mayor me hago, más me doy cuenta de la necesidad de volver a lo sencillo, al despojo del artificio. Si yo desde los trece años quise ser escritor es porque me encerraba en mi cuarto y me metía debajo de las sábanas con una linterna para leer cuando se me había pasado la hora de apagar la luz. Tenía esa necesidad compulsiva de saber qué va a pasar después. Nadie se enamora de la lectura por la increíble capacidad para la autoficción de Enrique Vila-Matas. No lees con ocho años a Vargas Llosa. Nos enamoramos de la lectura en su formulación más pura, con una abuela que le cuenta a su nieta por qué no debe cruzar el bosque de noche. Esa es la pura esencia de la ficción, lo que cimienta la literatura, y sobre eso edificamos en una dirección u otra. Yo tengo mis propios mecanismos, más centrados en la intriga, y otros se centran en la palabra y llegan a otros lugares.

P. Cuando habla de la emoción, ¿se refiere a la del autor o a la del lector?

R. Es verdad que a veces siento una emoción —incluso física, de una manera muy salvaje— cuando consigo cerrar con una frase cinco meses de trabajo y se me ponen los pelos de punta. Pero la emoción a la que me refiero es la del lector. A veces tengo las galeradas y durante tres meses hago correcciones sobre ellas, hasta que las correctoras me odian y me dicen “déjalo ya, Juan, por favor”. Me importa mucho cómo termina cada página. Intento poner el golpe o la revelación en la página par, de manera que el lector se la encuentre al volver la página. Me interesa mucho el arte secuencial en general, ya sea el cómic o el cine. El famoso efecto Kuleshov nos indica cómo funciona el cerebro humano. Hay que hackear el cerebro del lector y conseguir que el material se eleve todo lo posible. Esto que digo de una manera un poco técnica no es muy distinto de lo que me ha inspirado siempre: la tradición oral. Como narrador de historias el mayor héroe del mundo es Sherezade. Salvo la vida porque te tengo enganchado. Shakespeare no es nadie comparado con Sherezade. No se puede ser más puto amo que eso. Tengo un cuchillo en la garganta y cada noche me lo quito de encima. Ese es mi modelo en realidad. Yo lo único que quiero es causarle ojeras a la gente. Cada vez que un lector pierde un avión o un autobús o le atropellan por ir leyendo uno de mis libros —esto le ocurrió a uno pero no fue nada, solo se le rompió el ebook y le mandé uno nuevo—, es como si ganara una medalla.

"Yo no podría hacer lo que hacen Prada, Marías, Muñoz Molina, Vila-Matas o Fernández Mallo, pero tengo clarísimo que ninguno de ellos podría hacer lo que hago yo"

P. Para usted es muy importante el trato directo con los lectores. Pasa horas interactuando con ellos en las redes sociales o en las firmas de libros.

R. Sí. Me siento más cerca del feriante y del juglar que del escritor encerrado en su torre de marfil. Homero tenía que ganarse las moneditas contando historias como rapsoda que era y ganando concursos, porque si no no comía. Ese es mi trabajo. Es cierto que le dedico muchas horas al día, pero compensa. Es muy satisfactorio emocionalmente. Con cada uno de los que hablo establezco una relación personal, aunque sea muy breve, pero ese momento es de verdad.

P. ¿Le importa la crítica literaria?

R. Con todos mis respetos, para mí lo importante no es una crítica positiva en El Cultural, en Babelia o en el New York Times Book Review. ¿Eso qué es? Un señor al que le ha gustado un libro. Eso sí, con mucha responsabilidad y mucho criterio. Para mí lo importante es todas esas horas de sueño perdidas de los lectores, gente que me escribe a diario diciéndome “hoy he llegado tarde al trabajo por tu culpa”. Con eso no pretendo desprestigiar a la crítica. Yo me esforcé mucho en todas las asignaturas de la carrera que tenían que ver con la crítica literaria y tengo una preciosa matrícula de honor. La crítica es increíblemente importante para la sociedad, no para el autor.

P. Usted y otros escritores defienden que se puede hacer literatura de evasión con calidad, quitarse el complejo de la palabra bestseller. ¿Cree que la crítica literaria tradicional sigue mirando por encima del hombro a este tipo de autores y de libros?

R. Bueno, de entrada, el bestseller más grande es el Quijote. El libro más vendido en español es casualmente el libro más importante de la historia de la literatura universal. Como todo, es un problema de denominación. Yo no puedo hablar con propiedad, a mí la crítica siempre me han tratado muy bien. El inicio de mi carrera coincide también con el inicio de una época en la que se entiende que cuando criticas Reina roja estás criticando un libro concebido para entretener. Yo tengo que existir. Mis libros hacen que luego llegues a otros libros. Yo no podría hacer lo que hacen Prada, Marías, Muñoz Molina, Vila-Matas o Fernández Mallo, pero tengo clarísimo que ninguno de ellos podría hacer lo que hago yo. El error está en creer que una novela de evasión es fácil de escribir. Que se lo digan a Wilde, a Dumas o a Doyle. A Dickens lo consideraban un escritor de criadas y cocheros, y luego resultó que a lo mejor no lo era. Por suerte se ha extinguido esa crítica literaria con ecos del marxismo cristiano —como dice Pedro Vallín—, esa idea de que si no has sudado para leerlo es que no es bueno. Eso ha quedado reducido ya a un reducto del gafapastismo rancio que es un tuit de un señor.

P. Además de escribir novelas, colabora en medios y hace podcasts —Todopoderosos y Aquí hay dragones—, lo cual le obliga a estar al tanto de la actualidad, especialmente la cultural, y ahora encima presenta un programa de televisión de divulgación histórica en TVE, El condensador de fluzo. Todo ello sumado a todo el tiempo que pasa en Twitter. ¿Cómo gestiona su tiempo para llegar a todo?

R. Ahora los escritores estamos más expuestos que antes. La gente puede verte trabajando, haciendo un directo en Instagram interactuando con 3.000 espectadores, algo que antes era impensable. Haces un vídeo de cualquier cosa y al día siguiente lo han visto 150.000 personas. Todo eso genera la impresión de que estoy todo el tiempo haciendo cosas. Hombre, desde luego no me aburro, me paso todo el día trabajando y cansado, pero no sé hacer otra cosa. Esta sociedad que tenemos tan transparente y horizontal genera al escritor la obligación de ser más cosas al mismo tiempo. El señor que se inventa esto es Salvador Dalí. También Picasso. El show es parte del trabajo, del contrato con el público. En cuanto a los proyectos en los que estoy involucrado aparte de escribir, es una faceta muy ligada a mi trabajo principal. Promuevo la lectura y el conocimiento porque a mí me vuelve loco, si no escribiera libros estaría haciendo lo que tú: llamando a alguien para que me contara sus cosas. De hecho el periodismo es la profesión que elegí, luego la vida me llevó por otro camino.

"Lo más importante que me ha dado el éxito es la tranquilidad y la posibilidad de seguir generando historias sin preocuparme por nada más"

P. Usted apostó por la lectura en digital desde el comienzo de su carrera. Gestionó la publicación en formato electrónico de sus primeros libros. ¿Diría que esa fue la clave de que empezara a tener éxito?

R. Eso es un error muy repetido. A mí me publicaron primero en una editorial tradicional, en riguroso papel, en 2005. Lo del libro electrónico era una entelequia. Yo lo descubrí en Nueva York en 2007, y era un cacharro lento, que se veía mal. Aquello no iba a ningún sitio, pensé. Pero en aquella época los contratos se firmaban para la publicación en papel, no en digital, así que de mis primeros tres libros conservé los derechos digitales. Yo nunca he sido un visionario, pero esto lo vi clarísimo. Hice un esfuerzo muy activo, empecé a visitar despachos porque veía que la industria se estaba equivocando. Hay que proteger la cadena del libro, me decían. Yo les decía: si ponéis el libro electrónico al mismo precio que en papel lo que vais a conseguir es que la gente no quiera pagar por lo digital y eso sí es destruir la cadena. Me decían que no tenía razón, pero como conservaba los derechos puse mis tres primeros libros a un euro [Espía de Dios, Contrato con Dios y El emblema del traidor], y el resultado es el que es. Todas las ventas en digital de mis libros han generado más ventas en papel. 

P. Parece que intenta mantener esa filosofía: el precio de las ediciones electrónicas de Reina roja, Loba negra y Rey blanco es más bajo que el de otros títulos del grupo Penguin Random House.

R. Y porque no me dejan ponerlos más baratos. He intentado regalarlos con la edición impresa pero no quieren.

P. Ha publicado hace un par de meses junto a su mujer, Bárbara Montes, el primer título de una nueva serie infantil protagonizada por una niña llamada Amanda Black. ¿Qué ingredientes echaron en el caldero para crear esta historia?

R. Amanda es valiente, una persona que se está descubriendo a sí misma. Cuando me preguntan si un thriller puede ser para niños, yo respondo: ¿Y qué te has pensado que es Hansel y Gretel? Es una historia de terror absoluto. Ahora lo cuentas en un piso de la Rambla con gas natural y ventanas de PVC con rotura de puente térmico, pero haz eso en una aldea al borde de la Selva Negra donde se contaba esa historia, a ver si no se te caen los huevos. A los niños los tenemos que aterrorizar, les tenemos que hacer reír hasta que se le salten las lágrimas, les tenemos que intrigar, volverles locos. Porque lo que importa es la pasión, para los libros, para el fútbol, para la política, para hacer vídeos de YouTube. Haz lo que te dé la gana pero no me aburras.

P. Con todos los libros que vende, ¿cómo le ha cambiado la vida en lo material?

R. Mi mujer vendió el año pasado el coche porque ya no lo usábamos. Era un Seat Ibiza que tenía 15 años. Nos dieron 200 pavos por él y nos fuimos a cenar. Vivimos en el centro, en un piso de 130 metros cuadrados porque mi mujer tiene en él la consulta y tenemos hijos, si no podríamos vivir en uno más pequeño. Donde sí lo noto es en otras cosas. Cuando viajo, lo hago en primera y llego más descansado. Voy a hacer la compra y no miro el precio de las cosas. Lo más importante que me ha dado el éxito es la tranquilidad y la posibilidad de seguir generando historias sin preocuparme por nada más. Por cierto, como tributo en España al 43,77 % y no en Andorra, pues de paso se compran vacunas y se hacen hospitales y esas cosas. A partir de determinado nivel empieza a aparecer gente que quiere ayudarte a reducir tu carga fiscal. Y dices: ya, tío, pero es que yo creo en esto. ¿Cuántas casas necesitas? ¿Cuántos colchones necesitas? Yo tengo uno, eso sí, carísimo porque me duele mucho la espalda. Tengo 10.000 libros, 80.000 cómics. No necesito nada más.

@FDQuijano