Bienhumorado pese a lo poco que ve y oye y a lo mucho que se cansa, Francisco Brines (Oliva, 1932) atiende a El Cultural desde Elca, el naranjal a las afueras de Oliva (Valencia) que es su refugio. Allí nos cuenta que, aunque se encuentra mal, “con las limitaciones de mis 89 años” no se quiere quejar “porque me cuidan más que me cuido”.
No ha sido este un año fácil para Brines, pese al Cervantes. La pandemia, que le sirvió de descanso al principio, dejó su casa siempre abierta “más vacía que nunca, debido a la ausencia de visitas a las que estoy acostumbrado. Sin embargo, la parte positiva tal vez haya sido el disfrute de los diferentes espacios que ofrece Elca. Sé que soy un privilegiado, sobre todo, cuando pienso en la gente que se ha tenido que quedar secuestrada en esos apartamentos de pocos metros y techos bajos de las grandes ciudades”.
Acostumbrado a recibir amigos a todas horas, las ausencias han sido para él lo menos civilizado, “aunque necesarias. A través del teléfono Víctor (su asistente), con eso que llaman videollamadas, hacía posible, al menos, que pudiera acercarme, desde muy lejos, a mis amistades y saber de ellas, tanto como ellas de mí. Ver que los amigos siguen existiendo para mí es imprescindible”.
Pregunta. ¿Qué nos puede adelantar de su discurso de recepción del Premio Cervantes?
Respuesta. Dicen que escribo para dar respuesta a los propios interrogantes de la existencia como conflicto abierto al olvido y a la nada. Después de tantas insistentes preguntas como me he hecho, creo que mi discurso tendrá la respuesta a todas ellas, ya que, en definitiva, pienso que la tolerancia es lo que he conseguido como resultado de la lectura y praxis de la poesía. Àngels Gregori, poeta y directora de la fundación que yo presido, será la encargada de la lectura de mi discurso. Me indigna no poder estar presente para agradecer, a todos y cada uno, los muchos afectos recibidos —sorprendemente— y compartir con ellos la emoción con los que conmigo lo celebran. Limitado es una forma de ser y de estar en este momento.
P. ¿Recuerda quizá cuándo leyó el Quijote por primera vez? ¿Lo ha releído con frecuencia ?
R. Se pierde en el tiempo, pero sí lo he releído a menudo. La memoria de haberlo leído de un tirón se remonta a hace demasiados años, seguro que fue en el colegio. El Quijote sigue en el tiempo y lo recorre hoy, todavía, de forma sorprendente y misteriosa. Sigo disfrutando a menudo tanto de Cervantes como de Quevedo. La lectura de los clásicos ha de seguir teniéndola presente la juventud. Aun creyéndonos más civilizados, los sentimientos y comportamientos humanos no son ninguna novedad
Brasas premonitorias
P. ¿Qué cree que pensaría del flamante Premio Cervantes Brines el joven Paco que ganó con Las brasas el Premio Adonáis en 1959 ?
R. Creo que en Las brasas fue premonitorio y ya señalé entonces los años que ahora vivo en esta antigua casa de campo, solo, aunque con todos los que conmigo habitan. La conciencia del paso del tiempo ha existido en mí y en mi obra desde muy joven. Aunque cabe decir que el joven Paco era un chico bastante atractivo (risas) y emprendedor; ahora estoy hecho una ruina pero me acepto sin remedio. Además, con un premio como el Cervantes, obligatoriamente, me siento feliz por haberme considerado.
“Mi discurso del Premio Cervantes dará respuesta a todos esos interrogantes de la existencia que me he hecho siempre”
P. ¿Y qué pensaría su madre, que creía que no iba por el buen camino cuando decidió dedicarse a la poesía?
R. Mi madre en el fondo era cómplice de mis inquietudes, incluso de mis extravagancias. Ella deseaba, como cualquier madre, lo mejor para sus hijos, un futuro con seguridad. Recientemente hemos estado buscando el correo más antiguo y apareció una pequeña cesta de viaje con todas las cartas de aquellos años bien ordenadas. ¡Ese orden tan riguroso sólo podía ser obra de ella! Mi padre, por su parte, esperaba que siguiera con el negocio de la naranja, pero también consintió. Las brasas fueron un premio que ellos recibieron con tanta satisfacción —incluso puede que más— que yo mismo, dado que confirmaba mi posible futuro de poeta, mi deseo.
P. A menudo ha comentado que para usted Juan Ramón Jiménez y Cernuda son los dos poetas que vertebran nuestra lírica. ¿Por qué?
R. Creo que causaron en los poetas líricos de mi generación los mismos o semejantes efectos que en mí. Juan Ramón Jiménez es uno de nuestros premios Nobel, no en balde, y es un poeta indispensable para nuestra poesía contemporánea, yo diría, incluso, para la occidental. En mis años de juventud sus poemas eran mi Biblia, con él aprendí a reconocer la belleza del mundo exterior —Elca— e igualmente a gozar y a valorar mi intimidad. A su lectura le debo esa apertura al mundo de la poesía en el que decidí permanecer.
P. ¿Y Cernuda?
R. Cernuda supuso para mí un gran impacto, de unidad y cercanía personal. En aquellos momentos en que lo descubrí necesitaba constantemente conocer su creación poética. Había entre él y yo una coincidencia temática que me hizo considerarlo imprescindible.
Mejores poetas que yo
P. ¿Qué peso tuvieron en su obra Neruda, Lorca, Machado o Gil de Biedma?
R. Son, los cuatro, grandes poetas e indispensables. Los admiro y el hecho de enumerar o nombrar sus influencias en mi obra, aunque fueran mínimas, me agotaría. Hace mucho que despertaron en mí su interés y continúan acompañándome; con ellos disfruté del misterio de la poesía, de la diferencia y de lo que no es engaño. Entre poetas no hay secretos, sólo los lectores son capaces, con su interpretación, de descubrirlos.
"Llega un momento en el que es difícil escribir mejor de lo que ya has escrito y tal vez sea uno mismo quien deba darse cuenta de ello”
P. ¿De qué manera ha influido en su vida y en su obra la amistad de Vicente Aleixandre?
R. Vicente Aleixandre era el maestro, otro de los premios Nobel nuestros y también poeta. Era como el padre al que todos los de mi generación escuchábamos. Siempre le estaré agradecido por considerar mi poesía, por alentar esos ánimos que no me faltaban y que mantuvieron ese impulso tan necesario para seguir adelante. Con él comprendí que toda poesía implicaba una moral, una actitud frente al mundo y frente a la sociedad. El poeta llama a la comunicación y eso es lo que he venido procurando desde aquellas Brasas: amor, naturaleza y muerte.
P. ¿Cree que ha significado algo similar para poetas de generaciones posteriores como Vicente Gallego o Carlos Marzal?
R. Gallego y Marzal son dos grandes poetas y amigos, y a mis amigos les quiero. Carlos y Vicente siempre me han considerado, además, su maestro. Si he ejercido de maestro para alguien —por aquello de evitar las predilecciones— mi deseo para todos aquellos que hayan podido elegirme como su mentor –sin yo saberlo incluso— es que sean mejores poetas que yo, aunque hoy en día esa calificación de mejor suponga un discurso interminable. A ellos les dedico en mi última antología, Desde Elca, uno de los poemas inéditos que he incluido: “El vaso quebrado”. En ese poema el secreto entre nosotros queda compartido.
Deseo, escritura, pasión
P. Hace tiempo me confesó que ya no sentía la lujuría de la escritura: ¿a qué se debe esa demora, tan suya, en escribir y publicar nuevos versos?
“Mi deseo para todos aquellos que hayan podido elegirme como su mentor —sin yo saberlo incluso— es que sean mejores poetas que yo”
R. La lujuria de la escritura responde al deseo apasionado, es decir, a la necesidad vital de ésta; la lujuria de escribir no debiera ser enfermiza. Llega un momento en el que es difícil escribir mejor de lo que ya has escrito y, puesto que nadie se atreve a decirte: “Oye, eso ya lo dijiste antes y mejor”, tal vez sea uno mismo quien deba darse cuenta de ello, por mucha más técnica que te aporten los años de escritura. Escribir más, sólo por permanecer, no es lo que considero conveniente. De hecho, si te fijas en la cronología de mi obra, verás que siempre ha habido cierta distancia, esa lentitud por la que tú me preguntas. La demora de mi producción, desde hace tiempo, no sólo responde a esa falta de lujuria que entonces te comenté, sino también a ese distanciamiento del poema que me inflijo, con el fin de continuar siendo certero y también para sorprenderme con su relectura. Realmente a lo largo del tiempo no he dejado de escribir, sino que escribo con más lentitud, sobre todo cuando el poema me busca.
P. ¿Sigue pensando que este verso : “Como si nada hubiera sucedido” es un buen resumen de su vida como poeta?
R. Como resumen de mi vida sí, por eso lo he elegido como epitafio, además de como título del libro que se publicará con motivo del Premio Cervantes. Pasar a la nada es sólo un instante, ese instante en el que el tiempo nos detiene. Si bien es un verso que repito en dos de mis poesías, pecaría de modesto en caso de elegirlo como resumen de mi vida como poeta. Mi vida de poeta está llena de sucedidos hasta hoy mismo. Este verso, que por otra parte es una expresión bastante habitual, me recuerda el irremediable y vulgar destino último.
P. ¿Qué poeta, hombre o mujer, le gustaría que recibiera pronto este Premio Cervantes?
R. No sería prudente señalar a nadie, mi opinión podría influir en el resto de los futuros jurados. Cuando me propongan una lista de poetas daré mi opinión y haré mi defensa, no un veredicto. Voy a ser presuntuoso, sí me gustaría, en un futuro, que algunos de los poetas premiados —sean del sexo que sean— en el certamen que organiza mi fundación fueran también galardonados, en su tiempo, con el Premio Cervantes.