De Madrid al mar, el mundo como problema
La exposición 'Crimen perfecto' muestra en el madrileño Centro Condeduque la obra de nueve artistas que se enfrentan al desgaste del planeta.
3 mayo, 2021 09:12En 2015, la Organización de Naciones Unidas lanzó un programa global para erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad de sus habitantes. Se concretó en 17 metas, que deberán alcanzarse en los próximos 15 años, los llamados Objetivos de Desarrollo Sostenible. Seguramente se habrán tropezado ya con los llamados ODS, porque están generando infinidad de iniciativas, tanto públicas como privadas. Y es ahí donde se inscribe un proyecto como MadBlue, charlas, talleres de economistas, emprendedores y científicos, y exposiciones como Crimen perfecto, que es la que comentan las líneas que siguen.
Discúlpeme el paciente lector, la curiosa lectora, por esta enjundiosa explicación previa, pero me parece importante aclarar en qué contexto ha surgido la muestra, pues determina sus ambiciones y limitaciones.
Y ya entrando en materia, hay que comentar también que además de la exposición propiamente dicha, en las Salas de Bóvedas del Centro Condeduque, vemos obras en otros lugares de la ciudad, en una elogiable intención de sacar el arte al espacio público. Por ejemplo, la intervención de Nuria Mora en la fachada de La Casa Encendida, que utiliza el alfabeto náutico de banderas. Y también la de Laura González Cabrera que pudimos ver en tres ventanas del agonizante MediaLab Prado, cuyas ondas evocaban el mar y la voz de tres poetas para las que fue decisivo. Son alusiones a ese MadBlue, un horizonte de utopía que propone que mejor que ir de Madrid al cielo, ir al mar, pero devolviéndole antes la salud que le estamos arrebatando.
La catástrofe ecológica se ha convertido ya en un “tema”, del mismo modo que antaño lo fueron las marinas
En los áridos patios de Condeduque, nos hemos encontrado en los últimos meses con instalaciones notables: la multicolor Los mares del mundo, de Manolo Paz, de redes recicladas (que para ser eficaces, tienen que fundirse con el color del mar donde se arrojan). También de color (rojo asfixiante) era el invernadero de Patrick Hamilton. Y reciclada es la madera utilizada por Isidro Blasco en su estupendo habitáculo, que acaba de inaugurarse. Me ha parecido especialmente poderosa Línea rota de horizonte, de Carlos Garaicoa. Los tocones de una veintena de árboles, en sus alcorques (esos que acaban siendo ceniceros) ofrecen una imagen desoladora, que contrasta con un único ejemplar erguido. Que es de metal, porque en nuestras ciudades viven muy mal los vegetales de verdad.
Al descender la escalinata de la imponente Sala de Bóvedas, veremos una no menos imponente pieza de Amparo Sard. Rompiendo el mar, para mi gusto una de las mejores de la muestra, es un objeto mental y visualmente indigesto, por su color, sus proporciones, su precaria posición. Realizada con desechos de plástico, materializa la terrible amenaza que pende sobre nosotros y que nosotros mismos hemos producido.
Llegamos ahora a la exposición propiamente dicha. Crimen perfecto reúne a 9 artistas, algunos de talla internacional y otros mucho menos conocidos. También es desigual, a mi parecer, la oportunidad de las obras. O no, claro, si extendemos tanto el argumento de la muestra que pasamos de las problemáticas concretas, los célebres ODS, al mundo como problema. Así entendido, cabe tanto Río, de Alberto Baraya, (un vídeo en el que el apacible discurrir de un río colombiano se ve sobresaltado por los ametrallamientos indistintos de guerrilleros y narcotraficantes) como Encima de una alfombra, de Susana Solano (una contundente pero delicada estructura metálica posada sobre un arrugado tejido de estampado africano).
Slicer, de Mona Hatoum, es un aparato manual de cocina para trocear huevo llevado a un tamaño en que se convierte en una especie de instrumento de tortura. Esa metáfora de cómo lo que a escala doméstica es asumible, pero multiplicado por los habitantes del planeta se convierte en una elección catastrófica, me parece especialmente acertada. De grandes dimensiones es también Ni principio ni fin, un paisaje a la deriva, de Françoise Vanneraud, que recrea una serie de sistemas montañosos de los que se desgajan hielos alpinos y lenguas glaciares, exactamente lo que está sucediendo.
La referencia a los problemas ambientales se hace más poética en las acuarelas de Sandra Cinto, que evocan un paisaje que se desangra. Y se orienta hacia la mirada colonial sobre la naturaleza americana en los óleos de Gabriela Bettini. Las características pequeñas figura de Balthazar Torres aluden directamente a la deforestación, el vídeo de Cinthia Marcelle al trabajo anónimo, la escultura de Christian García Bello a la confrontación sorda…
Creo que la catástrofe ecológica se ha convertido ya en un “tema”, como antaño lo fueron las marinas. Y como en su caso, existe el peligro de que funcionen como mero ejercicio retórico. Es lo que sucede si nos quedamos en la representación, sin ahondar en sus causas y sus posibles reparaciones. Como dice David Barro, el comisario de la muestra, es la falta de consciencia lo que nos ha conducido hasta aquí. Por tanto, debemos exigir al arte que ofrezca no las mejores respuestas, pero sí las mejores preguntas.