Hace un par de años, Alondra de la Parra (Nueva York, 1980) debutó con la Orquesta Nacional de España. Su desembarco en Madrid no pasó inadvertido. Llegaba con las credenciales de una carrera internacional en imparable ascenso. Una tendencia que no ha hecho sino intensificarse en este tiempo, incluso a pesar del parón pandémico. No quiere ser un símbolo de la feminidad. Pero, de algún modo, es inevitable: está haciéndose un nombre en un mundo tradicionalmente masculino. De manera discreta pero firme. Rasgos que también proyecta desde el podio: tras la suavidad y elegancia del gesto se oculta el dominio pleno sobre la materia musical y sus dotes para el liderazgo.

Aunque nació en Nueva York, con solo dos años se mudó a Ciudad de México. Luego, con 19, volvería a la capital de los rascacielos para formarse en la Manhattan School of Music y recibir el magisterio de Kenneth Kiessler, que le inoculó la pasión por la música estadounidense de raíz europea encarnada por compositores como Bernstein o Copland. Del primero escanció las danzas sinfónicas de West Side Story en su anterior visita y del segundo nos ofrecerá, los días 14, 15 y 16 en el Auditorio Nacional, La primavera apalache. También nos hará ‘un regalo’ del repertorio latinoamericano –indefectible en sus programas– con una conexión española, como nos explica –Zoom mediante– desde su casa en Berlín.

Pregunta. El Homenaje a Lorca de su compatriota Silvestre Revueltas es muy sugerente para el público de aquí. ¿En qué circunstancias lo compuso?

Respuesta. Me da mucho gusto volver con una obra así y tocarla con una orquesta con la que sentí inmediatamente química, complicidad y sincronía. Este Homenaje a Lorca vincula México y España a través de uno de los compositores más conocidos de mi país y un icono literario del suyo. Revueltas la compuso al saber de su muerte. Es un lamento fúnebre pero con humor. La trompeta representa la voz de Lorca. Expresa su dolor y su sufrimiento.

P. Lorca tenía ya un billete para irse a México pero decidió no separarse de su amante. Pudo haber engrosado el exilio republicano pero acabó fusilado.

R. Sí, sí, qué triste.

P. ¿Cuál diría que es, por cierto, la importancia del legado de los exiliados que sí se afincaron en México?

R. ¡Híjole!, es imposible de explicar en pocas palabras. Yo justamente fui a una escuela que se llama el Colegio Madrid. Estaba llena de hijos y nietos de exiliados. En buena medida, el mundo, como yo lo conozco, viene de ese exilio, aunque mi familia no proceda de él. Creo que la hermandad entre ambos países se afianzó tremendamente gracias a aquello. Yo hay cosas que ya no distingo si son españolas o mexicanas, es difícil aclararse en la mezcla cultural. De hecho, eso pasa en este Homenaje a Lorca.

“El ‘Danzón nº2’ de Márquez fue la obra más interpretada en 2019, por encima del ‘Bolero’ de Ravel”

P. La hermandad se tensó un poco por la exigencia de disculpas de López Obrador al Rey de España a propósito de la Conquista. ¿Cómo vivió aquella polémica, teniendo en cuenta que ejerce como embajadora cultural de México?

R. No me interesa demasiado entrar a analizar unas declaraciones así. Lo que sí me interesa es contar todas las historias de convergencia y solidaridad comunes que tenemos, muchísimas. Eso no se puede romper por lo que diga un presidente u otro. Somos dos naciones con una historia muy larga de unión, que, por supuesto, no está exenta de sufrimiento, pero es parte de quienes somos. No nos podemos atar a fricciones que ocurrieron hace tanto tiempo, en circunstancias tan distintas, cuando el mundo era otro. Veo a España y México como hermanos y, en mi calidad de artista, es un goce total dirigir en su país donde me siento muy bien recibida y entendida. Por ser mexicana, tengo una sensibilidad especial hacia cómo son ustedes los españoles. Lo que busco es celebrar con música esas conexiones.

La sencillez como regalo

P. En su celebración también incorpora La primavera apalache de Bernstein. ¿Por qué?

R. Es una de las obras que más he dirigido en mi carrera y una de las primeras que empecé a trabajar como directora. Está compuesta originalmente para un ballet de Martha Graham y habla de la vida sencilla de una pareja recién casada en Pensilvania. Apreció mucho esa reivindicación de la sencillez, vista como un regalo. La compuso en el 44, muy cerca por tanto del Homenaje a Lorca, que es del 37. El buey sobre el tejado, de Milhaud, que es con la que cierro los conciertos es del 20, y también está escrita para ballet. Las tres abarcan un periodo muy convulso en el mundo, en el que se dio un renacimiento cultural donde las artes se rompieron y fundieron.

P. En su anterior visita a la Orquesta Nacional sacó a relucir West Side Story de Bernstein y el Danzón nº 2 de Arturo Márquez. Parece un programa simétrico al que interpretará este fin de semana. ¿Diría que el núcleo de su repertorio es la música latinoamericana y estadounidense?

R. Sí, cierto, hay esa simetría. Pero no diría que es mi núcleo sino dos ramas principales. La música estadounidense es una gran influencia porque allí nací y me formé.  Pero mi núcleo es precisamente la primera mitad del siglo XX, sin entender de nacionalidades concretas. Hago mucho Ravel, Debussy, Prokofiev, Shostakovich, Stravinski, Mahler…

Desde Canadá a la Patagonia

P. En cualquier caso, sí es una preocupación constante suya la de promover el patrimonio de Latinoamérica. Su aportación al panorama sinfónico es muy enriquecedora por   mostrarnos partituras poco trilladas aquí en Europa. 

R. Siempre he querido que las músicas de las Américas, desde Canadá a la Patagonia, sean parte de las opciones con las que las orquestas programan. Es como si a unos chefs que hubieran estado cocinando con papas, arroz y verduras les ofreces maíz, frijoles, aguacates…

Entre esos chefs orquestales, por cierto, la presencia latinoamericana cada vez es más notable. La fulgurante figura de Dudamel es la más popular pero, sumadas a De la Parra, hay que mencionar trayectorias tan punteras como las de Orozco-Estrada (Colombia), Harth-Bedoya (Perú), Alejo Pérez (Argentina)… “Es producto de la intensificación de las relaciones y la ruptura de fronteras que ha provocado internet, que ha acabado con el eurocentrismo. Artistas muy valiosos de estos lugares ahora tienen más oportunidades de comunicarse. Ocurre incluso dentro de Europa. Antes los directores escandinavos eran periféricos y hoy tienen una gran presencia. Es lo mismo que persigo con el repertorio. De hecho, se van consiguiendo cosas: el Danzón nº 2 de Márquez fue la obra más interpretada en 2019, por encima de del Bolero de Ravel. Cuando lo hice por primera vez con la Orquesta de la Américas, en 2003, nadie lo había escuchado”.

“La manera de ser de Rattle fue muy inspiradora: ejerce el liderazgo sin necesidad de ser autoritario”

P. ¿Apuntaría algún rasgo que les emparente por este motivo?

R. Bueno, somos latinos y hay algo que no sabes muy bien cómo explicar pero que supone una inmediata cercanía. Igual que entre los españoles y mexicanos, como hablábamos antes. No ocurre con suecos o rusos. Hay una hermandad intrínseca. Y también cierto lenguaje cultural común. Pero cada individuo es una historia, con el bagaje personal de su propia lucha. Por eso me resisto a las etiquetas y me cuesta tanto contestar las preguntas en relación a mi sexo.

P. ¿No siente una responsabilidad especial por ser modelo de mujer pionera en un mundo tradicionalmente masculino?

R. Lo que siento es que cualquier cosa que uno pueda hacer para que el mundo sea mejor para los que vienen detrás es motivo de orgullo. Lo es ponérselo más fácil a las mujeres que quieran ser directoras de orquesta. La misión que todos debemos tener es que la tierra sea más fértil cuando te marchas. Es una responsabilidad, sí, pero yo no me veo como una ‘mujer-directora’, sino como una artista con ingredientes femeninos pero también masculinos. Una identidad compleja y complementaria. Venimos de una propensión a contrastar el blanco con lo negro pero las fronteras se están borrando.

P. Simon Rattle le dejaba colarse en sus ensayos. ¿Qué aprendió viéndole?

R. Muchísimo. Aprendí, por ejemplo, cómo perfilar y estructurar las obras con la orquesta. Pero también de su manera de ser, de cómo ejercía el liderazgo: él era uno más del grupo y no le hacía falta expresarse autoritariamente. Fue muy alentador y muy esperanzador porque concordaba con mis puntos de vista.

P. Empezó tocando el piano y el chelo. ¿Cómo se le despertó el deseo de ‘dominar’ la música desde el podio?

R. Desde muy chica, escuchar orquestas en acetatos era lo que más estimulaba mi imaginación. Poco después, con 13 años, cuando estaba con el chelo, fue mi padre el que me dijo que debía dirigir. A mí parecía una locura pero él invocaba mi capacidad de imaginar sonidos, mi buen oído, mi voluntad emprendedora que me llevaba a organizar conciertos con mis compañeras de la escuela… Poco a poco, cuando lo pensaba, me daba cuenta de que tenía razón, que aquello era lo que me realmente me gustaba.

P. Precisamente fue junto a su padre cuando tuvo una especie de epifanía lírica viendo La condenación de Fausto en Salzburgo. ¿Por qué le marcó tanto esa experiencia?

R. Sí, me llevó allí como regalo por mis notas. No fue para nada lo que yo esperaba de una ópera. La Fura hacía un despliegue de acróbatas, luces, futurismo, tecnología… Fue un parteaguas. Ahí me dije que yo quería ser parte de esa manera de contar historias, tan audaz.

P. ¿Qué espera para la música después de este trauma?

R. Ha sido muy duro pero creo que el regreso va a ser muy positivo. La pandemia nos ha privado de la posibilidad de unirnos en un trabajo acústico que no requiere ninguna intervención tecnológica, es puramente humano. Siento que es lo primero de lo que va a tener sed la gente. Esta situación, a la larga, va a jugar en nuestro favor.

@alberojeda77