Filólogo, diplomático y ensayista, confiesa José María Ridao (Madrid, 1961) que fue en su primer destino, Angola, cuando comprendió los problemas causados al contemplar una situación conflictiva como una guerra con mirada “exótica”. Y que su impacto fue mayor cuando entendió que, a menudo, esa misma mirada es la que hemos empleado para revisar nuestro pasado. De esa certeza nace República encantada (Tusquets), con el que pretende no tanto descubrir las razones de la derrota histórica de las propuestas ilustradas, liberales y democráticas en España como “proponer otro camino para identificarla”.
La historiografía, explica a El Cultural, las ha buscado “tratando de descubrir los rasgos reales o supuestos de la nación, en línea con las corrientes románticas del siglo XIX, o, en fechas más recientes, analizando si la historia de España es normal o excepcional respecto de la de Europa. Por mi parte, he intentado abordar el problema prestando atención a las fuentes en las que el poder político ha ido a buscar la legitimidad. En concreto, el uso que hace de la religión católica frente a erasmistas, reformadores, ilustrados, liberales. Es decir, frente a corrientes de pensamiento que proponían otras fuentes de legitimidad”.
Barbaries elegidas
Pregunta. ¿Por qué la elección de la barbarie parece una constante de nuestro pasado?
Respuesta. Ese fue precisamente el título de un ensayo que publiqué hace casi dos décadas para alertar del peligro en el que se colocaría a la democracia liberal si se adoptaban no sólo las políticas, sino también los conceptos, hoy generalizados para abordar el fenómeno de la inmigración. La barbarie, decía allí, no sobreviene, sino que se elige. Por ejemplo, cuando se hablaba entonces del choque entre una civilización occidental y una civilización musulmana. Nuestro pasado está salpicado de expresiones semejantes, como cuando se dice que los españoles expulsaron a los judíos y los moriscos. Es tanto como afirmar que sólo los cristianos eran españoles. Y lo mismo ocurre cuando se llama afrancesados a los españoles ilustrados: si se es español, viene a sugerirse, no se puede ser ilustrado, y viceversa.
P. ¿Cuándo descubrió las verdaderas razones de lo que Juan Goytisolo llamaba “la España de Fernando de Rojas”, ese “complejo mundo de conversos, pícaros y herejes que devuelven en forma de humor el terror que intenta imponer el poder”?
R. Fue un proceso largo en el que se mezclaron lecturas, reflexiones y experiencias personales en África y la extinta Unión Soviética. En la URSS, al igual que en la Sudáfrica del apartheid, pude ver los estragos provocados por un poder político que buscaba legitimación en las ideas de clase o de raza. Entendí entonces que los mecanismos políticos y sociales que operaban en esa España de Fernando de Rojas, y que, por su parte, buscaban la legitimidad en la fe católica, eran equivalentes a los del África del apartheid o la Rusia soviética. Entre la actitud humana y artística que inspira la Celestina, de Rojas, y El maestro y Margarita, de Bulgákov, existen más concomitancias de las que imaginé antes de salir de España.
“Ahora la responsabilidad intelectual parece limitarse a criticar los mitos de las naciones de los demás”
P. ¿En qué se equivocó la Generación del 98 al tratar el problema de España?
R. La Generación del 98 fue una manifestación tardía del nacionalismo romántico europeo. Dio forma definitiva a una idea de la nación española asociándola a Castilla y reforzando su vinculación con el credo católico, que venía de lejos. Esto explica en parte el origen del resto de los nacionalismos en España, obra de intelectuales y escritores que al descubrirse excluidos de la definición de lo español recurrieron a mitos alternativos para crear otra nación distinta y resarcirse de su exclusión. Da igual que desde entonces la ofensiva política proceda del nacionalismo español o de los otros nacionalismos, el resultado es siempre el mismo: una escalada entre mitos rivales, una asfixiante llamarada de noventayochismo.
P. Otros protagonistas destacados de su ensayo son Cervantes y Azaña. ¿Qué comparten sus visiones de España? ¿Coinciden sus heterodoxias?
R. Son numerosas las ideas que comparten, pero déjeme subrayar una. Ambos distinguen la idea de patria de la de nación, y, además, sostienen que la nación no debe ser nunca superior a la patria. Es decir, desde el momento en que en España existen los conversos, definidos como tales en relación con la nación cristiana, como se decía en el siglo XVII, Cervantes sugiere que los reyes gobiernen de tal manera que no se los discrimine, no se los persiga ni se los expulse de su patria. Es lo mismo que defiende Azaña cuando la nación deja de ser la cristiana y pasa a ser la española del ejército africanista, caracterizada como castellana además de católica. La velada en Benicarló aborda la distinción de manera inequívoca.
España frente a Europa
P. ¿En qué consiste el mecanismo de las “oposiciones asimétricas” que explica gran parte, si no todos los conflictos?
R. Es un recurso propio del sectarismo, y de ahí su inalterable vigencia en el pasado y en el presente. Los opuestos asimétricos establecen una radical incompatibilidad entre conceptos que son perfectamente compatibles, como occidental y musulmán, español y judío, árabe e israelí, y tantos otros. Son asimétricos porque unos conceptos son geográficos, otros religiosos… En principio, nada impide ser occidental y musulmán, español y judío, árabe e israelí, pero a través de los opuestos asimétricos, el poder establece que si se es una cosa no se puede ser la otra, y justifica la persecución, la discriminación o acciones aún peores.
P. ¿Qué diferencia al tradicionalismo y al liberalismo españoles del resto de Europa?
R. Juana de Arco e Isabel la Católica son personajes distintos que, sin embargo, cumplen un papel similar en el tradicionalismo francés y español. Por el contrario, el integrismo religioso presente en el liberalismo español desde las mismas Cortes de Cádiz lo conecta directamente con el nacionalismo más sectario e intransigente. Mientras en Europa el liberalismo como doctrina política piensa el Estado, ya sea su organización, su dimensión o sus funciones, en España piensa la nación.
“Estar permanentemente inundados de datos no es estar informados, sino cultivar una forma aún peor de ignorancia”
P. Al parecer, debe a su experiencia como diplomático el descubrir las consecuencias de lanzar una mirada “exótica” sobre hechos distantes en el tiempo y en el espacio. ¿Esa forma de cosificar al otro facilita los análisis reduccionistas?
R. La mirada “exótica” es sobre todo una afirmación de superioridad. Esa idea, por ejemplo, de que las madres africanas no sufren tanto como las europeas la muerte de sus hijos, o de que el tiempo no importa en Oriente. En realidad, lo que se viene a decir con ello es que los africanos o los orientales no conceden valor a cosas tan fundamentales como la vida de los hijos o el aprovechamiento del tiempo. Se trata de un prejuicio, que esconde una acusación de infrahumanidad apenas velada.
P. Nunca hemos dispuesto de más fuentes de información instantáneas, pero nunca hemos estado tan manipulados… ¿Ayudan las redes a facilitar los planteamientos maniqueos?
R. Creo que, en contra de lo que se dice, las redes no suelen transmitir información, sino datos en bruto de los que se ignora o se escamotea el sentido, unos contrastados y otros sin contrastar. Según entiendo, la información es otra cosa, y tiene que ver con el proceso que, siempre sobre la base de datos fehacientes, los jerarquiza y los evalúa haciéndolos inteligibles. Estar permanente inundados de datos no es estar informados, sino todo lo contrario. Es cultivar una forma de ignorancia en la que la manipulación resulta una tarea fácil, como también la exaltación del gregarismo.
Profecías frívolas
P. Acabamos de asistir a una campaña electoral poco brillante. ¿Tenemos la clase política que nos merecemos?
R. Limitar la indigencia de nuestra vida pública a los políticos sería en último extremo un consuelo. Ironías aparte, es preciso establecer las responsabilidades de cada cual. En la Transición, unos políticos elegidos por los mismos procedimientos que los actuales hicieron bien su trabajo y dotaron al país de un instrumento como la Constitución de 1978. Basta contemplar las crisis vividas estos últimos años para tomar conciencia de la inteligencia y la solidez de su diseño. De lo que no estoy tan seguro es de que los intelectuales, por hablar de una actividad de la que me siento parte, hayan hecho bien el trabajo que les correspondía. Los mitos nacionalistas desde los que se han lanzado algunos de los ataques más violentos contra la Constitución siguen intactos, como si la responsabilidad intelectual se limitara a criticar los mitos de las naciones de los demás. O se desenmascaran todos, los de todas las naciones envueltas en este absurdo conflicto, o el interminable bolero de Ravel que ha hecho fracasar una y otra vez la convivencia en España se pondrá de nuevo en marcha.
“Me ha parecido ridículo el aluvión de libros que han hecho profecías para el mundo sin Coronavirus”
P. Ahora que parece que lo peor de la pandemia ha pasado, ¿nuestros dirigentes, y la Unión Europea, han estado a la altura de la tragedia? ¿Realmente cree que esta situación generará cambios reales?
R. Lo peor en este asunto es dejarse llevar por impresiones. Para saber si los gobiernos han estado a la altura habría que disponer de una información establecida a partir de una evaluación rigurosa de lo que se ha hecho. Esa evaluación no se ha emprendido, ni parece que se vaya a emprender. Y en cuanto a los cambios que pueda dejar la pandemia, déjeme confesarle algo: me ha parecido ridículo el aluvión de libros haciendo profecías para el mundo sin coronavirus. Entre otras razones porque ante cualquier crisis la profecía es un ejercicio frívolo. De lo que se trata es de recordar los principios vigentes antes de la pandemia a los que no se debe renunciar una vez que la pandemia quede atrás, y esos son los principios que estamos perdiendo de vista.
P. ¿Sigue pensando que uno de nuestros peores enemigos es el abotargamiento del espíritu crítico?
R. Sí, y ahora con mejores y más sólidas razones. Si abandonamos la actitud crítica, se podría pensar que cuanto vivimos es inexorable pero todo puede ser siempre de otra manera, y conviene recordarlo porque en ello nos va elegir o no la barbarie