Reconoce Carlos Manuel Álvarez (Matanzas, Cuba, 1989) que no hay exilio posible que borre del todo quién eres. Y no será porque en su caso particular no se lo ha puesto complicado. Desde que abandonó hace años su país natal, el escritor, periodista y activista, uno de los últimos nombres en figurar en la prestigiosa lista Granta, ha vivido entre México, Nueva York o Miami. Autor del libro de relatos La tarde de los sucesos definitivos, si en Los caídos construía una prosa vertical, en su última novela, Falsa guerra (Sexto Piso), donde descompone y reconstruye el concepto del exilio a lo largo de varios personajes que se entrecruzan, se enredan, se buscan, se pierden, se piensan e incluso se escriben, su obra es transoceánica.
“Los extremistas hablaban de las aguas rojas del océano, pero Barbero, que había conocido el mar, sabía que ningún agua se pone roja. Suceda lo que suceda —describe en un pasaje—, el agua siempre se mantiene azul oscura o negra, y todo es tragado y asimilado sin contratiempos ni cambios de coloración”. Así, en negro sobre blanco, a través de una narración fragmentada, el desarraigo y el desencanto de quienes se ven obligados a abandonar su país recorre la espina dorsal de estos personajes que irrevocablemente naufragan, como recuerda su propio autor, en tierra firme.
Una existencia itinerante
Pregunta. Usted mismo comparte con sus personajes su propia itinerantica, ¿hay más puntos en común con sus protagonistas?
Respuesta. Hay cosas mías muy íntimas desglosadas en varios de ellos, sí. Por ejemplo al narrar la historia del Museo del Louvre, del chico que pierde a la novia, o los segmentos metaficcionales, los ‘falsa guerra’ —cuando el narrador va contando cómo escribe la novela—, la voz es la de un alter ego, al menos el alter ego del autor... Mi vida en los últimos años ha sido bastante itinerante. Naturalmente hay lugares en los que no puedes escapar de ti mismo pero eso te permite, sin duda, fragmentarte quizás de una manera más fácil que si vivieras de manera más monolítica. Puedo agarrar ciertas cosas que conozco de México o Miami, ambientes, atmósferas, y colocarlas en un personaje. Y ahí te das cuenta también de cómo los contextos te configuran, como tú puedes ser a veces hasta personas opuestas. Las ciudades tienen identidad y te van también moldeando y uniformando.
“La manera en que salí de Cuba, de forma ordinaria, ni mucho menos desterrado, no significa que no haya una cuestión política detrás”
P. “Después, en nuestros días bien visible, lo que ha existido es la falsa guerra”, como cita que escribió Lezama Lima. Su novela se sitúa también bajo ese título, Falsa guerra, que es un poco una declaración de intenciones, ¿no?
R. Me interesaba retomar ese escenario. De hecho, el epígrafe lo extraigo de una línea de los diarios de Lezama Lima y la cita es mucho más extensa. En el manuscrito lo citaba incluso de manera más amplia pero terminé dejando justamente eso para no hacer tan explícita la referencia. Anclarme en esa idea, me permitía recuperar un escenario que muchas veces está cruzado sobre la estructura —las estructuras de vida, económicas o políticas—, por una suerte de cinismo manifiesto. Y es que parte de la incomodidad, el desarraigo o la deslocalización de estos personajes, aunque no lo sepan, tiene que ver justamente con que no terminan de adaptarse. No son triunfadores de sí mismos y no terminan de entender bien cuáles son las lógicas jerárquicas del lugar en el que se mueven. La estructura en la que se manejan está cruzada por esa suerte de sentimientos —los personajes suelen ser bastante más nobles— y surgen sus pareceres, sus malestares y su incomodidad. Son como una especie de náufragos en tierra firme.
El exilio como elección de pertenencia
P. Cada uno de sus personajes inicia un viaje distinto, ¿no hay un exilio parecido a otro?
R. En algún momento de la novela, incluso en esa parte metaficcional en la que el narrador está escribiendo la novela —que me permite entrar en una cuestión más ensayística y más reflexiva—, el personaje habla de cómo incluso los exiliados están exiliados de la noción de exilio, ni si quiera son conscientes de por qué se exiliaron o del trauma. Intento pensar en eso porque yo, que todavía regreso a Cuba con regularidad, durante mis primeros años no me reconocía como un exiliado. Me reconocía solamente como un inmigrante porque había una categoría en el escenario cubano donde ‘exilio’ tiene una carga política más fuerte. Todos los cubanos que se han ido, por ejemplo, hablan de la inmigración, de la diáspora, pero no hablan propiamente del exilio, algo reservado para un tipo específico de éxodo, de salida.
“Leo el exilio como una elección de pertenencia, como la posibilidad de mantener la configuración de tu identidad”
P. ¿Y cuándo uno empieza a ser consciente?
R. Es curioso porque yo asumo de manera pasiva esas nociones cuando salgo y no es hasta el cabo del tiempo, dos o tres años fuera de Cuba, cuando empiezo a cuestionarme exactamente por qué el exilio estaba reservado a un marco histórico o un actor determinado. Obviamente leyendo mucha literatura sobre el exilio, pensado desde el exilio, me doy cuenta de que esas categorías son mucho más amplias y que yo perfectamente podía verme dentro de eso. Si yo salgo o entro de Cuba, o la manera en que yo salí de Cuba, —que fue de una forma bastante ordinaria, no desterrado ni mucho menos—, no significa que no haya detrás una cuestión política evidente. Y me interesa mucho esa cuestión política porque es algo público, de comunidad, y le empieza a dar un sentido a tu salida, que excede la mera lógica individual. Es también lo que pasa en la novela, los personajes parecen que van por su cuenta pero luego la misma estructura los ata, aunque ellos no lo sepan.
P. ¿El exilio es un sentimiento de "no pertenencia" difícil de resolver?
R. Leo el exilio como una elección de pertenencia. Lo veo desde ese lugar, como la posibilidad de configurar todavía tu identidad. Hay un texto de María Zambrano que siempre recuerdo, La Cuba secreta, donde piensa Cuba muy bien y dice que la patria, una noción un poco casposa hoy, es la porción de realidad que te ha sido dada. Es una imagen lindísima. En este sentido, el exilio posibilita que esa porción de realidad que te ha sido dada no se reciba solo de manera pasiva, si no que tú también te puedes dar. Obviamente hay una parte de esa porción que siempre te ha sido dada y otra que todavía puedes gestionar, y me interesa ver el exilio desde ahí.
Cuba, presente y futuro
P. Cuando publicó su anterior novela, Los caídos, comentó con El Cultural que vivía Cuba como un extraño que no se había ido, ¿sigue experimentando esa extrañeza?
R. Hasta que se publicó Los caídos, en 2018, había tenido una participación política y cívica muy activa en el país, a través de la mera escritura o del trabajo periodístico, y eso ha cambiado. Ahora hay un nuevo escenario, una especie de pulso, no sé si llamarlo generacional, pero de jóvenes con distintos saberes, que configuran un mapa de la sociedad civil nuevo e inédito del que me siento parte, y eso ha hecho que haya recuperado un sentido de pertenencia que no pasa por el extrañamiento. Es curioso como muchas veces para pertenecer a un lugar tienes que irte de él, y creo que nunca he estado anclado a Cuba de manera tan vital como ahora, en estos regresos. Por primera vez he tenido la posibilidad de hacer lo que buscaba cuando me exilié, trabajar sobre esa porción dada. Cuba parecía una cosa inamovible, que no tenía remedio, y eso empieza a cambiar.
“El futuro de Cuba está hipotecado, tenemos que seguir pagando el costo de un sistema político que ha durado décadas”
P. ¿Lo vive con optimismo? ¿Hay lugar para la esperanza?
R. No, no. Pero eso no impide que actúe. Normalmente se piensa que se actúa desde el optimismo. Yo, y creo que no solo yo, actúo independientemente de si los resultados de esa acción los vamos a ver pronto o no. Me interesa pensar que es posible para cualquier ciudadano incidir en la historia. No tienes que entrar en ella para actuar sobre ella, estoy convencido de eso. Muchas de las acciones no implican necesariamente que uno crea en un futuro a corto plazo esperanzador. Igualmente, creo que el futuro de Cuba está hipotecado. Obviamente si pienso en otras épocas tengo que concluir que tantos años de mala gestión todavía tiene un peso hacia el futuro. Las cosas que se hacen en el presente no tienen resultados en el presente. Hay varios años hipotecados, tenemos que seguir pagando inevitablemente el costo de un sistema político que ha durado décadas. En ese sentido pensar esperanzadoramente me parece que es no leer bien los tiempos. Pero actitudes cínicas, irónicas, cierto nihilismo o cierta negación también me parecen de una pobreza intelectual rampante y no es un lugar que me interese ni pensar ni leer. Es una actitud muy cómoda.
La rabia como motor
P. En Falsa guerra, habla además de la rabia como motor, como empuje, ¿es lo que nos mueve en realidad?
R. A mí sí, sin duda. La conozco bien. La rabia es el sentimiento que más me ha movilizado, lo que me hizo salir de Cuba, lo que en buena medida me ha hecho escribir y sin duda, en muchas ocasiones, leer. Quizás esas sean las tres actividades principales de mi vida —el viaje, la lectura y la escritura—, y las tres están cruzadas por la rabia. Hay un tema lindo de Silvio Rodríguez, "Días y flores", que tiene unos largos versos sobre la rabia y me gusta esa canción, sobrevive, porque justamente explora la rabia como un sentimiento movilizador y edificante.
P. Uno de los libros que menciona en su novela es Un hombre de verdad de Boris Polevoi, ¿qué importancia tiene en su narración?
“Naipaul refleja como ningún escritor contemporáneo los conflictos modernos alrededor de la periferia y el centro, la colonia y la metrópolis”
R. Como hace Tarantino, que trabaja con todas esas malas películas chatarra, en ese pasaje me interesaba rescatar la literatura del realismo socialista que leí como buen niño cubano. Siendo Un hombre de verdad uno de los libros principales de esa literatura y uno de los que más me marcaron en la infancia porque es el relato de un héroe. El realismo socialista convierte la realidad, muchas veces trágica, en un cuento infantil, en un cuento donde hay un héroe que está vaciado de conflictos. La literatura del régimen soviético se puede leer como literatura para niños. Es un libro que hoy difícilmente podría leer pero tiene una importancia capital en mí y lo leo desde la óptica en que podría ver a Julio Verne o Emilio Salgari. Así me doy cuenta del sentido desconocido que siempre pueden tener las palabras. Tú escribes algo y no sabes cómo va a ser recibido en determinado contexto o momento. Porque en ningún caso, estoy seguro, Boris Polevoi escribió Un hombre de verdad para que alguien al otro lado del océano lo leyera como un libro infantil.
P. Además del de Polevoi, ¿qué otros libros le influyeron en esta novela?
R. Mis novelas no son de investigación, sino que nacen de la experiencia porque no me estoy moviendo en un escenario que me sea ajeno. Ni si quiera sabía, cuando escribí esta, cuál era la ruta que estaba siguiendo. Creo recordar, por ejemplo, que leía mucho a Naipaul, un autor que para mí refleja, quizás como ningún escritor contemporáneo, muchos de los conflictos de la modernidad alrededor de la periferia, el centro, la colonia o la metrópolis. Alguien que nace en Tobago, tiene ascendencia india, se va tempranamente a Reino Unido, recorre media África... era un autor todoterreno y para mí es el novelista más importante de los últimos 30 o 40 años. Un autor fundamental.
P. ¿"Escribir y lo escrito son actos opuestos", como dice uno de sus personajes?
R. Cuando tú escribes algo, recreas lo real, pero escribir es un anulamiento de lo real, porque tienes que parar cualquier experiencia. De alguna manera es antinatural, no se desprende de una lógica de la vida, pues tienes que detenerte y sentarte, pausar la vida para contarla, no estar dentro de ella. Entrar en el plano de la escritura, que siempre es un plano extraño donde estás completamente fuera del mundo. Lo escrito entonces es la vida. Justamente lo que esta fuera, ahí está lo opuesto.