“Reconozco que hay muchas posibilidades literarias en la sutileza, pero a mí me gusta ese juego de la sátira más negra”, admite sin ambages Antonio Ortuño (Zapopan, México, 1976), cuyos más de 15 libros muestran a las claras la violencia, la muerte, el odio y el miedo que anidan en lo más profundo de cualquier individuo y sociedad. Temas, que aborda en los once relatos que componen Esbirros (Páginas de Espuma) con una escritura tan cruel y descarnada como atractiva y literaria, logrando una explosiva y peculiar mezcla de atracción y repulsa que empapa al lector.
No existe piedad ni redención en este mundo que se plantea como un espejo imaginario de una realidad en la que se agazapa siempre una maldad graduada entre lo absoluto e incomprensible y lo desesperado y visceral. “No soy un predicador y no me interesa añadirles a mis cuentos esa pátina de fábula o dotarlos de una moraleja”, afirma Ortuño, que también advierte que “leídos linealmente son relatos monstruosos, por eso me interesa la ironía. Porque si tu cuento lo narra un monstruo hay que ser tonto para pensar que el autor se identifica con él. Pero no hay mejor manera de poner en evidencia a un monstruo que habitándolo un rato para que protagonice su propio relato”.
Pregunta. Los personajes de estos cuentos muestran la cara más oscura de lo humano, una constante en su literatura. ¿Qué hermana estos relatos con su obra y qué le interesa de estos personajes extremos?
Respuesta. Cuando uno ha escrito varios libros siempre piensa que ha recorrido y abarcado mucho terreno, sin embargo, hay muchos demonios y obsesiones, una especie de inocultable huella de lodo que queda en los pies del autor, cruzando de un libro a otro. Dicho elegantemente podríamos aludir a que hay una cosmovisión común detrás de la construcción de esos textos y aunque uno se enfoque en temáticas diferentes siempre queda algo. En mi caso, el fatalismo y la ironía están siempre presentes en diferentes proporciones, igual que el interés por los personajes extremos, que es parte de manera de ver el mundo. Mis personajes son víctimas y victimarios también, no se conforman con ser corderitos pascuales. Son oscuros en la medida de sus posibilidades y están trenzados en diferentes combates unos con otros. Y a veces se giran las tornas y el que tiene el pie en el cuello se alza y es peor aún que su predecesor.
P. El libro tiene un planteamiento muy cambiante y rompedor tanto a nivel temático como estilístico. Mezcla tradiciones desde Las mil y una noches a la ciencia ficción, todo tipo de narradores… ¿Por qué esta experimentación?
"Un escritor siempre arrastra demonios y obsesiones, una especie de inocultable huella de lodo que cruza de un libro a otro"
R. Soy un lector impaciente para los relatos y tiendo a pensar que la mayoría es así. Le concedemos más aliento a las novelas, que son organismos de congruencia de las que esperamos una cierta unidad temática y estilística. Sin embargo, me fastidia encontrar un libro en el que los cuentos que se parecen unos a otros, que están escritos exactamente desde el mismo punto de vista y con el mismo lenguaje. Por otra parte, eso me permite explorar terrenos diferentes. No es que me interese ser un escritor siempre distinto, pero sí jugar, tratar de que la monotonía no se termine comiendo al libro. Me gusta pensar que quien comienza a leer uno de mis cuentos no sabe qué va a pasar ni en qué tono va a estar dicho, pero a la vez tendrá la seguridad de que van a pasar cosas horribles, porque yo soy el autor y aquello no puede terminar bien.
P. Además, divide el libro en tres planos temporales: “Ayer”, “Hoy” y “Mañana”, ¿por qué?
R. Le di bastantes vueltas a la posible trama interior del libro, porque no se trata solo de apilar los cuentos porque sí. El juego aquí consiste en trazar estas líneas de fatalismo y decir: venimos de un pasado donde existió el conflicto por el poder, la violencia y la humillación; la vivimos hoy todos los días, y todo indica que hacia allá vamos también, que será nuestro futuro. La idea era crear esa especie de plano extra para los relatos con esa posible lectura cronológica de la condición humana.
El poder, el mal y las víctimas
P. Las historias del “Hoy” reflejan la violencia extrema que impera en el México y en el mundo actuales. Usted que huye de moralejas, ¿qué lectura cree que puede sacarse de esta visión crítica de la realidad?
R. Tengo muy presente una idea de Ezra Pound que dice que en contra de lo que mucha gente ha pensado y piensa, de que lo que debe hacer el artista es crear belleza y dar cuenta de la que existe, al arte también le corresponde delimitar la fealdad, dar cuenta de esa cara B y de la profunda oscuridad que existe en las personas, en las relaciones, en el entorno. Al formar parte de la naturaleza humana también forma parte del arte. A veces relaciono lo que escribo con lo que hacían en pintura los expresionistas alemanes, esta estética recargada de colores oscuros, de escenas límite y de personajes un poco terroríficos. Desde el arte el mal siempre es más sugestivo, especialmente en un momento como este en el que, para lo positivo y lo negativo, se impone una especie de discurso artístico forzosamente lineal, de denuncia, sin humor, que en el fondo no explora las contradicciones, sino que solo las señala. Pero no las problematiza desde el arte, que es lo que a mí me interesa.
P. Todos los relatos presentan una forma u otra de sumisión, ¿es el poder la gran ambición humana de la que derivan todas las demás y que genera muchos de nuestros males?
"El arte no debe ser solo belleza, también le corresponde delimitar la fealdad, dar cuenta de esa oscura cara B que existe en las personas"
R. Completamente. Esas relaciones de poder son explícitamente el corazón de los relatos. Incluso entre la gente que ha sufrido, tradicionalmente oprimida, se da el fenómeno de que obtiene poder y comienza a repetir los mecanismos de opresión que sufrió, a veces contra su misma gente o el colectivo que se supone que estaría liberando. Creo que tiene que ver con que, al final, la vida humana y las sociedades siempre se han construido en torno a la jerarquía y al poder. Y el poder es siempre destructivo, ya sea desde la esfera íntima y privada o desde la estatal y pública. Esa es una idea que subyace en mi literatura. Todas las ideologías iluminadas a lo largo de la historia de que hay que volver bueno al poder, o hacer que el poder sirva al pueblo, siempre terminan en nada, en agua sucia que se va por la coladera, porque el poder encuentra siempre la forma, más tarde o más temprano, de volver a imponerse de forma violenta y de destruir.
P. Uno de los grandes temas que apuntan estos relatos, desde el primero, es la capacidad humana para ser al mismo tiempo víctima y victimario. ¿Qué peligros tiene dividir el mundo entre buenos y malos?
R. Es algo que vemos todos los días en los discursos públicos. La mayor parte de la gente no está dispuesta a aceptar que hace el mal en muchas ocasiones, pero está increíblemente dispuesta a señalar el mal que ha sufrido. Y así, surgen víctimas por doquier en todos los estratos. Últimamente hemos visto que cuando alguien es acusado de hacer algo malo lo primero que hace es sacar su propia historia de víctima en otro contexto para salvar el pellejo. Esta parte connatural de la naturaleza humana no es que anule la denuncia, pero la complica. Desde luego hay males absolutos, cosas que no deberían existir, pero reducido al término de los individuos, la cosa tiene muchos matices y es, no solo difícil sino inútil, establecer estas categorías de buenos y malos. Sobre todo en la literatura, que está ahí para mostrarnos que el mundo es complejo, que no existe eso de los buenos y los malos. Todos llevamos esa marca cainita, todos en cierta medida destruimos hasta donde podemos o hasta donde nos permitimos, pero la potencialidad está en nosotros.
La inmoralidad del escritor
P. En este sentido, como dice, desde hace unos años vivimos en una sociedad victimizada, donde todo el mundo se siente atacado y traslada las culpas al Otro. ¿Qué genera esto?
R. En muchas situaciones sucede que cuando comienzan a emerger ciertas violencias y horrores, en ocasiones muy enterrados, las sociedades se impresionan y hacen un acto de contrición colectivo. El problema es que esa reflexión rápidamente se degrada en gente que tergiversa todo y se convierte en víctima a su vez. Por ejemplo, podemos toparnos con un skin violento que lleva toda su vida dando palos a los demás, pero de pronto siente que él es el ofendido porque le “invadieron” el país o le han negado derechos. Y adopta ese discurso, que la sociedad justifica, como si fuera comparable su situación a la de una víctima continuada de abusos. El problema de que todo el mundo sea una víctima es que puede parecer que nadie lo es, y sí hay víctimas que merecen ser escuchadas y recibir compensaciones. Pero si todo el mundo es víctima eso no sucederá jamás.
P. “Un predicador, lo sepa o no, es siempre un mentiroso. La vida es más compleja que las teorías y creencias que pretenden explicarla”, escribe. ¿En qué lugar deja eso el papel del escritor, de la literatura?
"La literatura desespera y cae mal a las ideologías porque demuestra que el mundo es ambiguo y complejo, que no existen las verdades"
R. El escritor no trata de reducir el mundo a un punteo de frases que lo expliquen. Al contrario, escribe un montón de frases porque el mundo no puede ser explicado con un manual y un decálogo. Podemos intentar acercarnos a la realidad capa por capa y frase por frase, pero el mundo no solo es muy complejo, sino que se vuelve cada vez más complejo. Los idearios, de cualquier motivación política, social o religiosa reducen todo lo que pasa en el mundo, a una visión muy estrecha. Y la literatura los desespera a todos y les cae tan mal porque demuestra que el mundo es ambiguo y complejo, que no existen las verdades.
P. Ante unos cuentos como estos, con esta temática, pero sin intención moralizante, ¿cuál es el papel moral, su responsabilidad como autor?
R. Escribo sobre las cosas que me interesan, no me pongo de pronto a investigar y escribir un relato por una noticia que me impresione o me disguste en un periódico. Esa es la manera de pensar de un periodista o un activista, pero no de un escritor, al menos de este escritor. Por eso separo mi trabajo periodístico del literario. En literatura, trato temas que ya he reflexionado, que me conforman. No me interesa moralizar ni dar mensajes, sino poner en escena, en esa perspectiva que da la escritura, las fricciones que existen en la vida, desde el mundo interior de los personajes hasta la vida pública, la política. Eso me interesa encontrarme en un libro, esa vida transformada en algo que sabes que no existe pero que te da todas las coordenadas de la experiencia de la realidad, que afecta a tus ideas y tus emociones.