¿Hace falta calma y desconectar del estrés diario para la creación artística? Para algunos sí, para otros puede resultar más estimulante todo lo contrario. Así le pasó al cineasta y escritor Rodrigo Cortés (Pazos Hermos, Orense, 1973) con su segunda novela, Los años extraordinarios (Literatura Random House), que acaba de publicar. Extraordinario es también el éxito que está cosechando: diez días después de aparecer en las librerías, ya estaba en marcha la tercera edición.

Tras debutar en el largometraje con la película Concursante —premio de la crítica en el Festival de Málaga—, Cortés hizo con éxito las Américas y, moviéndose casi siempre en el terreno del thriller y el terror psicológico, ha dirigido películas como Buried, Red Lights y Blackwood con actores de la talla de Robert de Niro, Sigourney Weaver, Ryan Reynolds y Uma Thurman. Ahora está ultimando La broma, el capítulo con el que contribuye al remake de las Historias para no dormir de Chicho Ibáñez Serrador, una coproducción de Amazon y RTVE. Como escritor ha publicado libros de aforismos y breverías, aunque él prefiere denominar los que él escribe como “antiaforismos”, “pedradas” o “bombas de mano”. En 2014 publicó su primera novela, Sí importa el modo en que un hombre se hunde.

Las condiciones en las que brotó su segunda novela fueron, como decíamos al principio, lo opuesto a un retiro en busca de las musas, sino que estas se presentaron por sorpresa de la manera menos oportuna posible. “Todo empezó en el momento de más presión durante el montaje de una película de estudio, durmiendo cuatro o cinco horas al día y teniendo que lidiar con otras opiniones que pretendían alterar el rumbo de la película. Un día bajé a la cafetería mientras se hacía un render y esperaba una llamada de Los Ángeles. En ese momento escribí las primeras líneas”.

Su idea inicial, explica Cortés, era escribir “unas falsas memorias como las de Buñuel, que me entusiasman por su altura literaria, son un cajón de sastre en el que caben vivencias, reflexiones e historias. Pero luego no se convirtió en nada parecido a eso”.

Y tanto que no. “Nací el 18 de octubre de 1902”. Esa es la primera frase del libro, que, en efecto, comenzaron como unas memorias al uso, las de un tal Jaime Fanjul Andueza. “Entonces no sabía quién estaba hablando, cómo se llamaba ni qué le iba a pasar”, recuerda Cortés. “Sin saber cómo me encontré con dos capítulos escritos, en los que descubrí un mundo en el que se alteraban las leyes convencionales, incluidas las físicas. De pronto me encontré con 30.000 palabras, un tercio del borrador. Creo que fue una vindicación inconsciente de la libertad creativa. La novela, con ese mundo imposible, es una oda a la libertad del personaje, del lenguaje, de la estructura narrativa, no está sujeta a ninguna consideración ajena ni a ningún estudio previo del mercado literario”. 

Así fue como Cortés se vio inmerso en un mundo único, en el que Salamanca tiene mar, los coches funcionan con el pensamiento, el protagonista se comunica con fantasmas, la Guerra Civil fue de toda España contra Alicante y la monarquía y la república se van alternando en el gobierno de manera pactada. Un universo que recuerda al realismo mágico de García Márquez o al esperpento de Valle-Inclán, al humor absurdo de Jardiel Poncela o José Luis Cuerda... Y por esa realidad transita, un poco indolente, el protagonista de la novela, viajando de un sitio a otro guiado casi únicamente por el azar.

“Creo que esta novela no podría haberla escrito un belga o un tailandés; su ADN pertenece de manera inconsciente a una tradición española que va desde Cervantes, en su versión más indulgente, a Quevedo, en su versión más dura; pasando por Cunqueiro, Valle, Jardiel, Neville y compañía, Azcona o incluso Eduardo Mendoza”, considera su autor, que presenta el libro este lunes de manera virtual en Fnac.es junto a su amigo y compañero de aventuras intelectuales Juan Gómez-Jurado. “También hay algo de esa tradición orientalizante de Gurdjieff —que de hecho aparece como personaje—, de las películas de aventuras basadas en las novelas de Kipling y de la libertad narrativa Roald Dahl. En literatura somos lo que comemos”.

Pregunta. La novela está teniendo mucho éxito. ¿Lo esperaba?

"Cuando haces lo que los demás quieren hacer no tienes una garantía de éxito, ni tampoco cuando haces lo que tú quieres, así que mejor haz lo que quieras"

Respuesta. No lo esperaba. Se parece un poco a la energía que sentí vibrar a mi alrededor con Buried. Cuando buscas el éxito, te mantienes lo más alejado posible de la historia de un hombre enterrado dentro de un ataúd durante toda la película. A raíz de su éxito tras su paso por Sundance, parecía que era lógico, pero el proyecto había sido rechazado muchas veces. Algo parecido pasa con esta novela: no busca complacer ningún sentido ni ofrecer ningún tipo de garantías, sino que es un salto al vacío. Ahora que al poco de salir está a punto de distribuirse la tercera edición, todo parece inevitable.

P. Hoy están de moda la autoficción, las distopías, el thriller, la novela de género… ¿Quizás la clave de su éxito es precisamente que va a la contra de lo que se suele publicar hoy?

R. No tengo ni idea de cuál es la clave. Las explicaciones a posteriori son sencillas pero tramposas. Lo que sí sé es que cuando haces lo que los demás quieren hacer no tienes una garantía de éxito, ni tampoco cuando haces lo que tú quieres, así que mejor haz lo que quieras.

P. ¿Cómo fue construyendo la historia? No parece que haya un guion o un objetivo final, sino que se ha dejado llevar como su protagonista, abierto a que pasaran cosas.

R. Así es, no hay mapa ni brújula. Exagerando un poco, es un proceso más parecido a la escritura automática o a tirar los dados que a seguir un plan concreto, y así es como toma también las decisiones el personaje en la novela. Decide dónde viajar poniendo el dedo en un mapamundi al azar y se deja llevar por donde la vida decida llevarle sin protestar. De hecho, hay escritura automática de manera literal en algún pasaje. Podría parecer divertido, pero no es así, es como picar piedra sin saber si tú y tu protagonista saldréis con vida del siguiente escollo.

P. Inventarse una historia alternativa de España y alterar las leyes naturales, ¿hace la escritura más fácil o más difícil?

R. Cuando alteras las leyes del mundo tienes que ser fiel a las leyes nuevas que construyes. Inicialmente fue una decisión que tomé por pereza. Pensaba que si me inventaba el mundo no tendría que documentarme, pero a la larga fue más trabajoso. Por ejemplo, si decides que los coches funcionen con el pensamiento, debes explicar cómo es exactamente su funcionamiento.

P. Estilísticamente parece haber mucha diferencia entre el Rodrigo Cortés cineasta y el escritor, ¿no cree?

"Me resultaría imposible hacer algo que estuviera completamente desposeído de humor, porque para mí es lo que define no solo la inteligencia sino la humanidad"

R. No lo sé. Siempre he desconfiado de aquello que carecía de humor, incluso mis películas más intensas y que dejan menos uñas en los dedos del espectador siempre tienen una pátina de humor, que no necesariamente de comedia. Buried casi podría interpretarse como una comedia sobre alguien que trata de cambiar de compañía de móvil y le resulta imposible por más veces que llame al servicio de atención al cliente. Pero de todas maneras esa vocación divertida que responde a una mirada, nunca buscar el humor como efecto, aunque luego te encuentras lectores que te dicen que han despertado a su pareja carcajeándose en mitad de la noche, pero no se busca como efecto, tiene que ver con tu manera de establecer paradojas para crear el colapso de la lógica. Pero mis primeros cortos eran directamente comedia y me resultaría imposible hacer algo que estuviera completamente desposeído de humor, porque para mí es prácticamente lo que define no solo la inteligencia sino la humanidad de algo. Si no tiene humor, no es humano.

P. De hecho dicen que el humor será lo más difícil de conseguir en el campo de la inteligencia artificial.

R. Estoy convencido de que será así, y cuando lo consigan será también humor artificial.

P. En la novela hay un niño que dice que mata a otros niños, uno de ellos sin querer, pero que no es tan grave “porque era subnormal”. Hoy en día que tenemos la piel tan fina, ¿cree que la gente sabe distinguir lo que puede decir o pensar un personaje en una novela de lo que se puede decir o pensar en la vida real?

R. Creo que la sociedad y la representación público-mediática de la sociedad van por caminos completamente distintos. Las leyes de lo que se puede decir son sobre todo teóricas, en la práctica afectan al periódico, a la radio y la televisión. Las leyes de la sociedad son completamente otras, y la gente se ríe de lo de siempre con la misma desvergüenza de siempre, los grupos de amigos que conocen los códigos en los que todos se mueven están a salvo y pueden hacer todo tipo de chistes. Por otro lado, el personaje que habla así en mi novela es un chico del pueblo que tiene obviamente ciertos problemas emocionales y que se expresa en este lenguaje tremendista tan cercano al universo de Cela, de una forma tan desacomplejada que mueve directamente a la risa. Y luego hay un tercer aspecto, que es que si algo todavía está más a salvo que otras disciplinas de la corrección política es la literatura. Probablemente porque un libro hay que leérselo y eso lo mantiene a salvo.

P. Los aforismos son fogonazos de ingenio y de originalidad condensados en textos breves. Como autor de este tipo de textos, ¿cree que esa manera de darle una vuelta a la realidad está emparentada con la mirada que ha empleado para escribir esta novela?

R. Hay algo de eso. Por un lado nunca les he llamado aforismos porque me parece que siempre ese término suele estar asociado a algún tipo de invectiva moral, y las píldoras que he escrito, que son más bien pedradas o delirios o bombas de mano, huyen absolutamente de toda solemnidad o toda forma de consejo o recomendación. Pero hay algo que sí es visible en la novela, que es ese apretar el polvorón, ese tratar de decir más en menos palabras y condensar la mayor cantidad de información posible en estructuras breves y densas. En el fondo se parece mucho a la poesía, en que se parte de una información compleja o de un sentimiento complejo y se codifica en una frase que contiene por resonancia todo eso. No de forma literal, pero sí de forma precisa y evocadora, de modo que cuando el lector toma esa píldora se deshace en su boca y se descodifica, se libera esa información contenida, y toda la novela está llena de capítulos que podrían ser novelas, de párrafos que podrían ser capítulos y líneas que podrían ser párrafos.

P. Es amigo y compañero de Juan Gómez-Jurado en los podcasts Todopoderosos y Aquí hay dragones. ¿Se imagina alcanzando un éxito de ventas tan descomunal como el suyo? Y, en caso de que así fuera, ¿le veríamos más como escritor o seguiría compaginando la faceta literaria con la cinematográfica?

R. En primer lugar, todos estamos a salvo de tener el éxito de Juan. No es posible. Le corresponde a él y es muy difícil que nadie pueda manejar esos números, y desde luego con mi forma de entender la literatura es directamente imposible. Puedes llegar a mucha gente pero es imposible llegar a todo el mundo, y él tiene la capacidad de hacerlo. Por otro lado, no tengo nada que elegir porque en mi caso nunca ha habido pluma sin cámara ni cámara sin pluma. He sido escritor antes que cineasta aunque solo sea de forma cronológica porque es más accesible una libreta que una cámara, siempre ha sido una forma natural de expresarme y siempre he puesto en cuestión aquella máxima de que una imagen vale más que mil palabras, pero tengo toda la intención de seguir rodando y seguir escribiendo.

P. Como director de cine y escritor, ¿qué opina de la actual hegemonía absoluta de las pantallas como medio narrativo?

R. Suele ocurrir que las cosas son buenas y malas a la vez, y a veces por las mismas razones. Por un lado, las series se han convertido en un terreno para poder expresar determinadas ideas y nociones que estaban cada vez más proscritas en el cine, cada vez más entregado a las audiencias más maximalistas, pero con el tiempo se han convertido también en el libro del que no lee. Casi todo viene con precio. Lo que más echaré en falta es, cuando por fin desaparezca del todo si tal cosa sucede, es la liturgia del cine, que no es simplemente acceder a contenido, esa palabra tan horrenda que podría sustituirse perfectamente por relleno, sino que exigía una liturgia: moverte, ir a un sitio, tomar una decisión, encerrarte en una capilla, apagar las luces del mundo, someterte durante dos horas a la visión de otra persona que te conduce a su mundo y después volver a encender la luz y recuperar la marcha del mundo. Eso es imposible que suceda en casa, no lo digo ni con nostalgia ni con romanticismo mal entendido, el tablero es el que es y no se discute, pero esa desacralización viene también con precio.

@FDQuijano