Lo confieso, sentía, más que curiosidad, verdaderas ansias de saber cómo un poeta y crítico literario tan exigente como Juan Marqués (Zaragoza, 1980) debutaba como narrador, y cuál sería su propuesta, si optaría por la autoficción o la metaliteratura. Si se encalaría en la tradición o si su relato derrocharía ingenio y humor.
El hombre que ordenaba bibliotecas, conviene dejarlo claro, muestra los dos últimos, pero también talento, amenidad, lecturas y cierto impudor al retratar a un pluriempleado editorial (poeta, lector profesional, crítico) malpagado siempre, y que, en plena crisis, convierte su afición a perderse en bibliotecas propias y ajenas en su nuevo y rentable oficio.
Así, buscará para un cliente primeras ediciones y saldará lo demás; liberará a otra de todos los títulos posteriores a 1850 que pudiera albergar en su casa o perseguirá libros de autores cuyo apellido empiece por S… De ahí a descubrir una extraña sociedad secreta de letrófilos o embarcarse en curiosas reflexiones sobre la literatura del yo, por ejemplo, solo hay un paso que Marqués da con inteligencia sutil.
Bastante más que un gran debut, he aquí un libro muy recomendable, aunque solo sea porque, como decía un cliente, lo mejor de las óperas primas es que desvelan “las habitaciones del fondo […], el almacén de las ambiciones e las ideas” de su autor.