Cuando en 1976 Yuri Trífonov, entonces enfant terrible de las letras soviéticas, publicó La casa del malecón, novela que le granjearía una sólida candidatura al Nobel frustrada por su temprana muerte en 1981, meses antes del fallo del jurado, nadie tenía que explicar a los moscovitas de qué edificio estaba hablando. Nacida del sueño megalómano de Stalin de reunir en un solo edificio a la nomenklatura de la recién creada Unión Soviética, la Casa del Gobierno agrupo a funcionarios, militares, héroes de guerra y artistas de todo tipo en un edificio cuyas cifras y dimensiones apabullan.
A la vista del Kremlin, residencia del dictador, de donde la separaba el río, el complejo incluía un teatro, una biblioteca, una peluquería, una oficina de correos, un cine, una lavandería, una tienda de comestibles, una guardería, una clínica y un club social que ofrecía clases de boxeo, canto, pintura, esgrima y tiro al blanco. Además, 500 apartamentos para casi 3.000 personas.
Es sobre la vida de esta gente, la flor y nata de la revolución de 1917 y su prole, sobre la que trata La casa eterna (Acantilado), la monumental obra del historiador y escritor rusoestadounidense Yuri Slezkine (Moscú, 1956), profesor jubilado de la Universidad de Berkeley que ha dedicado más de dos décadas a rescatar las historias de los habitantes de la Casa del Gobierno mediante un incesante escrutinio de archivos públicos y privados y más de sesenta entrevistas en profundidad a quienes como Trífonov, hijo de un héroe de guerra, vivieron allí su infancia.
Un mundo que ya no existe
A través de multitud de informes oficiales, cartas, diarios, libros y notas producidas por sus residentes, Slezkine reconstruye “una de las mayores utopías de la historia humana, un intento de crear un nuevo mundo llamado a ser eterno, que fracasó en el plazo de una generación”. Por qué lo hizo es la gran pregunta que busca responder este volumen, comparado recurrentemente con Guerra y paz por la infinidad de personajes que lo pueblan y por retratar en sus páginas el espíritu de una época. Modesto y socarrón, el autor asegura que “no soy Tolstói, pero es cierto que intenté, lo mejor que pude, escribir una epopeya que abarcara tanto la guerra como la paz, las luchas privadas y la Gran Historia, la narrativa de los acontecimientos y las reflexiones teóricas. En definitiva, contar un mundo que ya no existe”.
"La sociedad soviética fue la mayor utopía humana, un intento de crear un nuevo mundo llamado a ser eterno que fracasó en una generación"
Pregunta. Su libro atestigua como paulatinamente, en las vidas de los primeros bolcheviques y sus hijos y nietos el milenarismo ideológico se mezclaba con una pasión igual de poderosa por las grandes narraciones de ficción del siglo XIX. ¿Qué significado tuvo esto para el devenir de la ideología comunista y del régimen?
Respuesta. Básicamente, la realidad es que el comunismo fracasó porque Pushkin y Tolstói triunfaron sobre Marx y Lenin. Los viejos bolcheviques, la mayoría de ellos intelectuales provincianos dedicados a la lectura de la “gran literatura” (en casa, en la cárcel, en el Kremlin y de nuevo en la cárcel) estaban demasiado comprometidos con el determinismo económico marxista para sospechar que la “superestructura espiritual” podría algún día abrumar la “base económica”.
>>Los hijos de los verdaderos creyentes bolcheviques nunca leyeron a Marx y Lenin en casa y, después de que los verdaderos creyentes reconstruyeran el sistema educativo soviético alrededor de Pushkin y Tolstói, todos los niños soviéticos dejaron de leerlos en la escuela. Los libros modelo del Primer Congreso de Escritores Soviéticos en 1934 eran profundamente antibolcheviques, ninguno más que el que habitualmente se describe como el mejor de ellos: Guerra y paz. La prosa de Tolstói demuestra que todas las reglas, planes, grandes teorías y explicaciones históricas eran vanidad, estupidez o engaño. Natasha Rostova “no se dignó a ser inteligente”. El sentido de la vida estaba en vivirla.
P. Como dice, de una primera élite cuya entrega rayaba en un fanatismo abnegado e inquebrantable, en generaciones posteriores la fe dio paso al terror. ¿Además de la cultura, qué papel jugaron las purgas y persecuciones en destruir el orden vital planificado para la Casa del Gobierno?
R. Las purgas y persecuciones destruyeron el orden vital planificado al destruir directamente a la mayoría de los residentes de esa casa. Sin embargo, estas matanzas no destruyeron la legitimidad de la Gran Revolución ni la devoción al camarada Stalin hasta mucho más tarde. Exiliados a orfanatos remotos, los hijos de los revolucionarios purgados seguían creyendo que vivían en el mejor y más feliz país del mundo y se apresuraron a defenderlo cuando llegó el tan esperado Armagedón que fue la Segunda Guerra Mundial.
El poder de la familia
P. Otro aspecto que llama la atención es que pese a pretender superar todo lo antiguo y crear una sociedad nueva, el régimen comunista perpetuó en este proyecto muchos conceptos burgueses como el ocio o la familia… ¿Fue esta otra de las claves de su fracaso al crear la utopía comunista?
R. Absolutamente. Resultó que la familia no era una "supervivencia burguesa", sino una institución humana aparentemente insustituible. Todo intento radical de transformar la vida humana sobre la base de la fraternidad y la igualdad debe reformar o ilegalizar a la familia como fuente inagotable de jerarquía, discriminación y corrupción. Las sectas son comunidades de hermanos en la fe, y las iglesias son instituciones en las que nacen la mayoría de sus miembros. Por eso la cuestión del bautismo infantil fue tan importante durante la Reforma. Los bolcheviques no se dieron cuenta de que, al hacer que sus hijos leyeran a Tolstói en lugar de a Marx estaban cavando la tumba de su revolución; de que, al tener hijos, estaban cavando la tumba de su revolución; de que las revoluciones no devoran a sus hijos, sino que ellas son devoradas por los hijos de los revolucionarios.
"Los bolcheviques no se dieron cuenta de que las revoluciones no devoran a sus hijos, sino que ellas son devoradas por los hijos de los revolucionarios"
P. Una paradoja insoslayable es que muchos inquilinos de la “casa eterna” eran veteranos de los tiempos de la clandestinidad, la cárcel y el exilio que pasaron de conspiradores a dirigentes, de perseguidos a perseguidores, e incluso de víctimas a verdugos. ¿Está en la naturaleza humana esta dualidad?
R. No creo que sea cierto para la mayoría de nosotros hoy en día, pero sí es cierto para los verdaderos creyentes que están comprometidos a librar al mundo del mal. Están preparados para sufrir por sus creencias e infligir sufrimiento a los que persisten en el pecado. Y dado que la pureza es esquiva, a menudo terminan infligiéndose sufrimiento unos a otros. Muchos de mis personajes fueron víctimas, luego ejecutores y luego víctimas nuevamente.
Utopías sin fin
P. Otro elemento que impacta es cómo convivían en las personas la lealtad estatal y familiar, amparadas ambas en el silencio. ¿Falta memoria de esa época? ¿Puede la literatura suplirla y crearla?
R. Si, la capa de silencio ha sido y todavía es muy espesa. Y la literatura es una herramienta que dota de voz, ya lo ha hecho y continúa haciéndolo. Los residentes de la Casa de Gobierno siguen encontrando formas de hablar desde sus tumbas, de una forma u otra.
P. Multitud de historias individuales, muchas sacadas de diarios personales, cartas, o publicaciones clandestinas, tejen el tapiz que es su libro. ¿Cuáles le impresionaron o gustaron más y por qué?
"El intento violento de crear un nuevo mundo libre de sufrimiento ya había sucedido antes, está sucediendo mientras hablamos y volverá a suceder"
R. Cada historia tiene lo suyo y representa caras diferentes de lo que fue el sueño soviético. Algunas de mis favoritos son la de la joven trotskista Tatiana Miagkova, que pasó gran parte de sus muchos años en prisión tratando de amar a su Partido tanto como amaba a su familia, o la del colegial Leva Fedotov, que cumplió su sueño de viajar a Leningrado y dirigir mentalmente la ópera Aida de Verdi, o la del alto oficial de la policía secreta, Serguéi Mirónov, quien inició el uso de troikas extrajudiciales durante el terror, ordenó la matanza de miles de personas y pasó nueve horas vagando por Moscú en una noche fría y nevada de enero de 1939, antes de entregarse a sus compañeros para que lo torturaran y lo ejecutaran.
P. Visto con retrospectiva histórica, ¿cree que podría volver a darse algo similar?
R. Si por el proyecto de la Casa de Gobierno nos referimos al intento violento de drenar el pantano de la vida y crear un nuevo mundo libre de sufrimiento e injusticia, entonces, por supuesto, ya había sucedido antes, está sucediendo mientras hablamos y definitivamente volverá a suceder. El ser humano es incapaz de no plantear utopías. La clave es cuáles serán los medios para hacerlo y cómo terminará el experimento.