Desde un lugar indeterminado de Centroamérica —¿Costa Rica, Guatemala?— en el que ha encontrado refugio tras abandonar hace casi dos meses su Nicaragua natal, Sergio Ramírez (Masatepe, 1942) aprovechó un viaje a Estados Unidos para hacerse una revisión médica y no volver a su país, al saber que la candidata de la oposición al dictador Daniel Ortega, Cristiana Chamorro, había sido detenida y comenzaba la caza de la oposición al dictador Daniel Ortega. Desde allí, cansado pero cordial, confiesa a El Cultural su esperanza en el futuro y su nostalgia de la vida prepandémicaa: “Sí, extraño a los amigos y los viajes que hacía por razones literarias a Europa y América, en suspenso por el momento, aunque me he ido acostumbrando a las comunicaciones por Zoom”.
Mientras charlamos virtualmente, el Premio Cervantes 2017 nos comenta que está bien, vacunado con las dos dosis de Pfizer, pero golpeado por la incertidumbre de estos tiempos y por la certeza de que en su país, a pesar de las ayudas de la OMS y del Banco Centroamericano de Integración Económica, solo el 2 % de la población está vacunada “por culpa de un gobierno irresponsable”.
Durante la pandemia, que vivió en Nicaragua en una suerte de encierro voluntario mientras los sandinistas animaban a acudir a las playas y a los colegios, el escritor no vio su vida demasiado alterada ya que jamás ha podido escribir en lugares abiertos o en cafés. Sí aprovechó para releer obras maestras olvidadas y para perderse, por ejemplo, en los Cuentos completos de Henry James, algo que en circunstancias normales quizá no hubiera podido hacer, volviendo a rincones poco visitados de su biblioteca.
Pregunta. En septiembre publica Tongolele no sabía bailar (Alfaguara), tercera entrega de la serie protagonizada por el inspector Morales. ¿Cree que necesitamos más crímenes, no es ya bastante negra la realidad?
Respuesta. Yo creo que hay momentos en la vida de los escritores en los que realidad y ficción obligadamente se unen. Con esta novela me ha sucedido algo contrario a mi teoría del escritor. Yo siempre he considerado que primero hay que alejarse de la historia para sacar de ella verdadera ficción, porque los temas contemporáneos son difíciles o peligrosos de tocar por la misma provisionalidad de lo recién acontecido. Pero Tongolele… tiene como marco la represión contra civiles desarmados vivida en Nicaragua en 2018, de manera que es una novela escrita en caliente.
Tiempos de emergencia
P. ¿Qué ha prestado de sí mismo, de su desconfianza ante el poder, a Morales?
R. El inspector Morales viene a ser una suerte de alter ego de mí mismo. Tiene otra personalidad, pero sus desencantos y los míos pertenecen al mismo ámbito, así que yo interpreto a través de Morales un desengaño que no es solo mío sino de toda una generación que ha visto a la revolución no solo envejecer sino descomponerse y convertirse en un cadáver que huele mal, que está ahí, expuesto al sol. Él va contemplando a lo largo de las tres novelas esos acontecimientos y participa en ellos a través de historias que dejan de ser policiacas para ir transformándose en narraciones que de alguna manera son políticas.
“A través del inspector Morales interpreto el desencanto de toda una generación que ha visto a la revolución descomponerse como un cadáver”
P. Tras el triunfo del sandinismo fue vicepresidente de su país, pero durante años se ha negado a hablar de la situación política de Nicaragua: ¿qué le ha hecho romper su silencio?
R. Estamos viviendo en Nicaragua tiempos de emergencia: el hecho de que a un país le sea negada la democracia lo es, y que la amenaza del futuro sea la prolongación de una dictadura familiar lo vuelve más emergencia aún. La verdad es que yo nunca me he callado en términos políticos, sin que esto me devuelva a la actividad política, que son dos cosas muy distintas. No llevo vida política, porque eso es un tiempo que para mí ya pasó. Pero no solo soy un observador, sino que soy un crítico de lo que ocurre en mi país porque no estoy conforme y siento que, si tengo una voz, debo usarla para contarle a la gente qué es lo que está pasando. Y lo que está pasando es intolerable. Por eso creo que en tiempos de emergencia uno no puede callarse, uno no puede usar el pretexto de que es un escritor de ficciones para no hablar de las realidades si son tan violentas como las que se están produciendo hoy en día.
P. ¿Qué queda hoy, si queda algo, de la antigua revolución sandinista?
R. De la revolución no queda nada, solo un gran pretexto retórico para envolver los actos de represión y la consolidación de la dictadura familiar de los Ortega disfrazada de obra revolucionaria de izquierda. Las leyes que el régimen ha aprobado últimamente para justificar esta represión no tienen nada de sueños o ideales revolucionarios, son leyes que penan la traición a la patria, la conspiración para dañar la imagen del país. Y bajo estas leyes ha apresado últimamente a treinta personas, pero ya había antes cien presos políticos que desde 2018 siguen presos, acusados de actos de terrorismo de Estado sólo por protestar en las calles pacíficamente.
P. Pero eso está pasando en gran parte de Latinoamérica…
R. Desde luego, pero las oportunidades de un cambio político en mi país están absolutamente cerradas. En América Latina se celebran elecciones y la gente tiene la oportunidad de cambiar. En Nicaragua eso no es posible, lo que provoca una reacción de resistencia en la gente frente a la que el régimen se cierra aún más tratando de desbaratarla de raíz para evitar que haya un desafío electoral. Los Ortega temen mucho a un candidato electoral con carisma que lidere a la oposición, y por eso empezaron apresando a Cristiana Chamorro y después siguieron con todos los demás.
Sin diferencias ideológicas
P. ¿Existe alguna diferencia entre el Ortega actual y los Somoza o Batista de antaño?
R. A mí me parece que la voluntad de alguien de perpetuarse en el poder borra las diferencias ideológicas, sobre todo cuando decide hacerlo pasando por encima de las leyes, suspendiendo la Constitución, decretando la reelección indefinida, dando poder a sus hijos y su mujer, sometiendo a la Asamblea Nacional, a los tribunales de justicia, al consejo de elecciones… Si todo está en su puño, ¿qué diferencia hay en que sea de izquierdas o de derechas? Por eso hoy en Nicaragua la gente no se debate entre izquierdas y derechas sino entre dictadura y democracia.
P. ¿Que tendría que pasar en Nicaragua para que lo que venga sea mejor?
R. Yo creo que ya está pasando. Desde 2018 los nicaragüenses decidieron apostar por un cambio sin que esto desemboque en una lucha armada. Existe una convicción básica de la gente y es que ni el derramamiento de sangre ni el sufrimiento de una guerra valen la pena, porque la experiencia nos dice que cuando se produce el triunfo de una revolución armada, quien la lidera siempre va a querer quedarse para sustituir al antiguo pretor. Romper con ese patrón va a abrir un nuevo camino al país. ¿Se puede provocar un cambio por la vía pacífica, por la vía civil, es posible derrocar una dictadura armada hasta los dientes, que tiene en sus manos todo el poder, sin disparar un tiro? Esa es la gran pregunta, y yo me apunto al sí. Creo que sí es posible lograr un cambio y que por primera vez en la historia de Nicaragua será incruento.
“¿Se puede provocar un cambio en Nicaragua por la vía pacífica, por la vía civil, sin disparar un solo tiro? Yo me apunto al sí”
P. ¿Qué papel debería desempeñar el resto del mundo para que ese cambio pacífico fuera posible?
R. En primer lugar, no olvidando que Nicaragua existe. Yo siempre tengo el temor de que nuevos acontecimientos, como lo que está pasando ahora en Cuba, puedan hacer que la atención que hoy recibe mi país pase a segundo plano. Eso sería espantoso porque es lo que los Ortega pretenden, que la gente se acostumbre a la anormalidad cotidiana de su régimen dictatorial. Pero no puedo pensar que la opinión internacional o que los gobiernos del mundo van a solucionar el problema. Nos toca a los nicaragüenses hacerlo.
Periodismo de catacumbas
Destaca Ramírez el papel esencial que están jugando en esta lucha desarmada las redes y los medios digitales, a pesar de la represión que están sufriendo. “En Nicaragua no ha ocurrido lo que en Cuba, no se han apagado las torres de transmisión de internet para desmovilizar a la gente, así que han surgido en las decenas de medios de comunicación digitales, muy pequeños pero muy eficaces, que no han dejado de informar aunque sus directores hayan tenido que exiliarse. Este verdadero periodismo de catacumbas, que se mantiene vivo y no ha podido ser cercenado a pesar de la represión, cuenta con blogs y podcasts y con la colaboración de los propios lectores, que comparten fotos y noticias.
P. ¿Y cuál es la situación de los intelectuales que siguen en el país?
R. Es muy difícil. El que vive allí corre verdadero peligro porque toda la opinión libre es castigada. Si alguien dice algo que al régimen no le gusta, al día siguiente recibe una cédula de la Fiscalía citándole a declarar bajo una ley muy “manga ancha” que es la Ley de Traición a la Patria, y ahí cabe todo. Es una manera de amedrentar, castigar o silenciar a periodistas, intelectuales y escritores.
“Yo no me proclamo exiliado porque eso es cortarme las propias alas. Tengo derecho a volver a mi país cuando quiera”
P. ¿Qué tendría que pasar para que volviera a su país?
R. Yo quiero conservar mi opción de regresar cuando considere que es el momento. Es decir, no me proclamo exiliado porque eso es cortarme las propias alas. Tengo derecho a volver cuando quiera y voy a luchar siempre por ese derecho.
Mientras llega ese momento, el Cervantes de 2017 escribe, prepara la conversación con Vargas Llosa que tendrá lugar el 13 de septiembre en Casa de América, y se refugia en sus autores y libros favoritos: Cantos de vida y esperanza, de Rubén Darío; Pedro Páramo de Rulfo; Las flores del mal, de Baudelaire; los cuentos de Chéjov, y en Cavafis o Flaubert.
P. ¿Cuál sería el primer lugar al que le gustaría regresar?
R. Je je, yo quiero regresar a Masatepe, el pueblo donde nací, recorrer sus calles, hablar con la gente. Como dice Eliot, uno siempre vuelve al lugar del origen. También me gustaría mucho visitar la ciudad de León, donde estudié, donde nació mi mujer.