El estilo de vida japonés -con esa combinación de tradición milenaria, innovación radical y gastronomía provocadora- atrae al ciudadano occidental desde hace décadas. Ahora que plataformas de contenidos acercan la verborrea visual de sus películas de anime y premios de escritura han puesto en nuestro radar el lirismo enigmático de sus escritores se amplifica el poder de seducción de aquel lejano país. Pero cuando se penetra en la realidad cotidiana de esa sociedad tan normativa y compleja uno encuentra otras cosas.

El cómic Tokyo Goodbye de Oji Suzuki corrobora esta hipótesis: una colección de historias que escapan a una primera interpretación. Sombras y luces dominan todos los cuentos de este manga poliédrico, que navega a contracorriente de las tendencias del mercado y aflora sensibilidad por encima de conflictos y dibujos.

Con el paso de las páginas de cada relato, se empieza a sospechar que están pasando más cosas. Aunque desde el inicio, los personajes destacan por su emotividad y las viñetas captan la atención con sus contrates de blanco y negro, es difícil decidir si se trata de humor, ironía o tragedia lo que se oculta bajo la tenue capa de surrealismo que lo impregna todo.

Entre trazos precisos de orfebre o brochazos vigorosos de grafitero – los cambios de estilo gráfico son destacables-, la vida interior de los protagonistas se instala por encima de la acción, empujando al entendimiento en la búsqueda de las motivaciones de los personajes. Una frase cualquiera sirve de ejemplo del espíritu de esta obra: «Mientras contemplaba las luces de los trenes que iban y venían, me dieron unas tremendas ganas de subirme a uno de ellos». No hay explicaciones, solo pensamiento o acción. De alguna forma, ocurre lo mismo con cada cuento de Tokyo Goobye, les apetecerá “subirse” aceptando el reto de Oji Suzuki: mirar por la cerradura que revela aspectos desconocidos del estilo de vida japonés.