“Desde hace años escribo casi a diario las cosas que me han pasado, pero durante el encierro lo hice con más convicción y cuidado”, explica Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) sobre la génesis de Volver a dónde (Seix Barral), una compleja amalgama que mezcla una implacable y detallista crónica del mundo pandémico poco a poco invadida por una marea de recuerdos de infancia que alternan una cálida añoranza y una crueldad descarnada. “El libro arranca justo cuando termina el confinamiento y nace del estupor de ese momento, de ir dándote cuenta de cómo la normalidad no acaba de volver. Y de una necesidad de atestiguar, de dar cuenta de lo que tienes delante de los ojos”, explica el escritor que, nutre la otra mitad de este emotivo relato con “recuerdos de un pasado lejano volvía con mucha fuerza”.
Pregunta.Su libro Un andar solitario entre la gente era una auténticaapología del flaneûrismo, ¿qué supuso para un peripatético como usted el encierro?
Respuesta. Antes del confinamiento me pegaba unos paseos de kilómetros, así que imagínate. Pero lo que hacía era aprovechar la ventaja estratégica de que tengo una perra, así que apuraba el paseo. Recuerdo que me asomaba a la calle Alcalá y ver las torres de Gran Vía era como mirar otro país. En ese libro exploraba lo que te permite ver el estar en movimiento, aquí, por el contrario, exploro lo que supone la limitación absoluta del movimiento. Uno hace literatura con lo que tiene.
P. En este collage de estampas del presente afloran muchas preocupaciones sobre el futuro, sobre qué mundo va a legar su generación, y hablas de responsabilidad. ¿Es optimista al respecto?
R. Esa preocupación es lógica y nace de mi propia circunstancia biográfica. La memoria te conecta con el pasado, con tus padres y abuelos, pero si tienes hijos y nietos, como es mi caso, también estás anclado al futuro. Una parte del libro nace de esa doble condición, por una parte, hablo con mi madre y me proyecto en el mundo de hace muchas décadas. A la vez veo a mis dos nietos y estos me proyectan en un porvenir en el que no voy a estar, pero en el que tengo un interés muy grande, precisamente porque quiero que tengan una vida decente y saludable. No se trata de ser optimistas o no, sino de advertir que hay amenazas que no son del futuro, sino del presente, y que debemos afrontarlas hoy mismo para que el futuro no sea radicalmente catastrófico.
"Cuando uno está, como yo, a caballo entra la memoria de sus mayores y el futuro de sus nietos, es más consciente del paso del tiempo, de la propia mortalidad"
P. Además de otear el porvenir y contar el presente, la otra pata de este libro se apoya vivamente en el pasado, un pasado personal que siempre ha nutrido su literatura. ¿Desde cuándo vuelven con más frecuencia a su memoria aquellos años, por qué es ahora el momento de volcar todo ese universo?
R. En mi trabajo, como dices, siempre ha estado muy presente todo esto, la memoria personal y la memoria delegada. Mi imaginación se ha proyectado muchas veces hacia la Guerra Civil o la posguerra, que sólo conozco por lo que me han contado. Probablemente, cuando uno se encuentra en una posición temporal como la mía, entre comienzos del siglo XX en la memoria de mis mayores, y pensando en el fin del XXI en la de mis nietos, es más consciente del paso del tiempo, de su propia mortalidad, lo que hace quizá más urgente el transmitir ciertas cosas.
El último testigo
P. Como señala, al contrario que las narraciones históricas, la memoria de uno se fija en los detalles. ¿Qué recuerdos de aquellos años lleva grabados a fuego en los sentidos?
R. Lo que más recuerdo es la aspereza de muchas cosas, en el sentido más material de la palabra. Los pantalones que llevaba la gente, el trabajo que hacían en la tierra, la falta de higiene, ese mundo de secano en el que vivíamos… Cuando tenía 16 años fui por primera vez al mar, viajé con un amigo a Almuñécar, en la costa de Granada. Allí vi el mundo del turismo internacional, de las entonces míticas extranjeras, la brisa del mar… Cuando volví a Úbeda me tuve que poner a trabajar en el campo con mi padre, y lo que sentí fue la sequedad, la aspereza, la dureza de la vida del interior, del secano. Es una sensación de contraste que tengo muy presente y que define mucha la época, el choque entre lo que ya estaba cambiando y un mundo todavía arcaico.
P. El libro intercala un pasado reciente con otro muy lejano. ¿Qué hay de real en los recuerdos?
R. Pasado y presente no son regiones separadas. Si prestas un poco de atención el pasado lejano está siempre muy cerca. En el libro hay muchas conversaciones con mi madre o mi tío Juan que me llevan a un tiempo muy lejano, pero a la vez están en el presente. Por eso la estructura de este libro refleja el modo en que el presente y el pasado se mezclan de manera continua. Estamos en ambos mundos constantemente, te viene de pronto un recuerdo, un olor, o te encuentras con alguien…. El pasado y el presente son, en realidad, el mismo tejido.
P. Vuelvo a la responsabilidad, porque la cita a la hora de reflexionar que el mundo de sus padres es ahora propiedad tuya, que es depositario de esa memoria que si no lega a las nuevas generaciones perecerá con usted. ¿Todos somos guardianes de que se preserve la historia, de crear esa memoria común?
"Creo que a un escritor le corresponde dar testimonio del tiempo que ha vivido, y también de lo que le han contado los otros, para que no se pierda"
R. Sí, eso lo siento con mucha fuerza. En cierto sentido todo el mundo, pero especialmente creo que a un escritor o a un periodista le corresponde dar testimonio del tiempo que ha vivido, y también de lo que le han contado los otros. A lo largo de mi vida he conocido a gente que ha experimentado circunstancias históricas tremendas, que ha sobrevivido a un campo de exterminio, que luchó en la División Azul o que fue niño durante la guerra… Y considero que esas historias que me han contado tengo que transmitirlas. Igual que tengo que transmitir cómo era de verdad el mundo que conocí, que hoy es un mundo desaparecido. Hablando con mi madre de ciertas cosas pienso que en cuanto ella no esté, cuando su memoria se borre, yo seré el único que recuerde eso. Entonces tengo la responsabilidad de contarlas.
P. Un elemento muy llamativo de su recordar es el lenguaje, pues constantemente salpica el texto de frases que sus mayores decían de otro modo. ¿Esa muerte del lenguaje camina pareja a la de esa forma de vida, tanto nos determina la manera de hablar?
R. Desde luego, porque la manera de hablar es la expresión de un mundo. Además, en ese contexto al que yo aludo el idioma estaba muy marcado por la diferencia de clase. Había palabras que decía la gente que tenía dinero y los pobres decían de otra manera. Yo al ir a la escuela tenía bastante oído y me fijaba desde pequeño en esto. Por ejemplo, en mi familia todo el mundo decía colorado, nunca rojo. Los campesinos decíamos por ejemplo nube, en lugar de tormenta, y al olivo le llamábamos árbol de la oliva. También, cuando era niño, pensaba que toda persona que pronunciara la “s” final era rica. Tenía unas primas de Sabadell que cada verano yo pensaba que eran millonarias, porque hablaban como la gente de las películas.
Conflictos con el pasado
P. Como decía, hay también en el libro una voluntad de cronista contemporáneo, de escritor que deja constancia de la sociedad y el tiempo en que habita.
R. Sí, por supuesto, esa es una voluntad muy concreta que tengo y en la que seguramente ha influido mi escritura de columnas en el periódico. Tengo mucha conciencia de la importancia de que los que estamos viviendo una circunstancia concreta sepamos dejar un testimonio claro y verdadero. Como amante de la historia valoro muchísimo esta clase de memorias contemporáneas de un hecho histórico, escritas sin la ventaja de la retrospectiva. Diarios, cartas, artículos de prensa… ahí está la verdad de la época.
P. Ahora que trascendemos la memoria privada hacia la pública, ha comentado en muchas ocasiones que España es un país que todavía hoy tiene problemas para hablar de su memoria, ¿por qué sigue siendo el pasado común un arma arrojadiza?
"Es muy raro que una sociedad sepa hacer frente de manera racional a su pasado. Lo de España no es una aberración, sino una constante global"
R. Sí, es cierto que aquí ocurre y es algo que produce hartazgo. Pero no es sólo un problema español. Es muy raro que una sociedad sepa hacer frente de manera racional a su pasado. Piensa, por ejemplo, en los Balcanes, donde cada país tiene un pasado diferente hecho a medida, o en la guerra civil estadounidense, que sigue generando una memoria muy conflictiva hoy en día con toda la cuestión racial. El único país que ha hecho un esfuerzo sostenido, racional, democrático y muy transparente de memoria y de registro histórico ha sido Alemania, pero lo normal es que sea muy difícil ponerse de acuerdo sobre el pasado. Francia tardó años en aceptar el colaboracionismo, y en Portugal la memoria de la guerra colonial está siendo muy cuestionada. Hay que hacer un esfuerzo por preservar los datos históricos y los testimonios directos, pero sabiendo que llegar a un acuerdo es muy difícil. Así que, aunque no sea consuelo, no es una aberración de nuestro país, sino una constante global.
P. Hablábamos hace un rato de todo lo que se ha perdido, del pasado que no volverá, pero ¿qué cosas buenas (y malas) perviven hoy en día de aquellos años?
R. Al ponerme a escribir me ocurrió que, aunque empecé a recordar con nostalgia y cariño, poco a poco las cosas malas comenzaron a llegar con más fuerza. Hay una gradación hacia lo agrio. De pronto un día recordé la brutalidad que había entonces en muchas zonas de la vida cotidiana, cómo se trataba a lo que entonces llamaban los tontos, a los animales, cómo apedreaban a los perros. Creo que una persona tiene que distinguir entre su legítima nostalgia personal y la realidad: tú no añoras el pasado, sino la gente a la que querías, y que se quedaron en el pasado… Es muy importante saber que hay cosas que está bien que se pierdan, que no pasa nada porque ocurra.
Un legado con luces y sombras
En este sentido, Muñoz Molina se muestra "muy contento de muchos cambios que ha habido en España en el tiempo de mi propia biografía. Por ejemplo, de haber visto como una sociedad intolerante y cerrada ha pasado a ser abierta, aunque con muchos conflictos, como todas", matiza. "Cuando era niño a un homosexual lo injuriaban por la calle. Ahora mi madre, que es una mujer católica de 90 años, cuando un nieto suyo gay fue con su novio a su casa le dejó su dormitorio. Eso, que ha pasado en el escaso tiempo de mi vida demuestra que las cosas pueden ir a mejor y lo hacen".
"Yo recuerdo en mi infancia cómo se burlaban de los niños afeminados y cómo las madres solteras eran unas apestadas, pero los niños tienen una capacidad tremenda para crear un paraíso y vivir en él, en circunstancias a veces terribles", apunta el escritor. Por eso, reitera, "a la memoria no la puedes dejar sola, tiene que estar controlada por el conocimiento histórico de la realidad. La nostalgia es peligrosa, y hay que distinguir lo que añoramos".
"Debemos recuperar del pasado la conciencia de que los recursos son limitados y de que hay que administrarlos a conciencia"
P. Volver a dónde es también una proyección hacia el futuro… ¿Puede uno rescatar de ese pasado las partes buenas para el porvenir?
R. Sí, desde luego. Hay una cosa que es importante rescatar, una cierta autosuficiencia y una sobriedad en los recursos. La conciencia de que los recursos son limitados y de que hay que administrarlos a conciencia. Eso que entonces estaba dictado por la escasez, ahora, en una época en la que la abundancia nos lleva a un despilfarro insostenible, esa recuperación de la austeridad, de la contención, es un valor que debe ser reactualizado. La sobriedad que yo ejerzo al ir en bicicleta y no en coche, o cuando bebo en una fuente pública en lugar de comprar una botella de plástico. Son cosas muy importantes y que lo serán aún más.
P. El libro plasma la memoria que ha dejado toda esa generación, la de los últimos campesinos. ¿Qué recuerdo cree que dejará su generación, cómo les recordarán?
R. Tengo la impresión de que generaciones futuras, sobre todo los que ahora son niños, que son los que tendrán que lidiar con las consecuencias del cambio climático y el modelo de desarrollo que todavía tenemos, van a mirar a nuestro mundo y nuestra época con un sentido crítico muy profundo, casi con incredulidad. Van a lamentar que fuéramos tan irresponsables y despilfarradores, que tuviéramos tan poca consideración hacia el mundo natural y los recursos esenciales hasta el punto de convertir en mercancías bienes como el agua o el aire.