¿Qué libro tiene entre manos?
Vida de Manolo, de Josep Pla.
¿Qué le hace abandonar la lectura de un libro?
El tedio, la vacuidad estilística y moral. Un libro, para merecer la pena, debe ponerte en un brete.
¿Con quién le gustaría tomarse un café mañana?
Creo que con nadie. Lo de quedar para tomar un café parece que apela a un tiempo breve, por lo general en un espacio incómodo, y yo necesito algo más para sacudirme la timidez.
¿Recuerda el primer libro que leyó?
Recuerdo a mi madre leyéndome La isla del tesoro. Yo no paraba quieto y ella me seguía por toda la casa.
¿Cuáles son sus hábitos de lectura: es de tableta, de papel, lee por la mañana, por la noche…?
Soy lector de cama, de los que doblan la esquina de la página para señalar algo y luego nunca lo recuerdan. Me tumbo a cualquier hora, sobre todo cuando estoy solo.
Cuéntenos una experiencia cultural que cambió su manera de ver la vida.
Los hermanos Karamazov, La línea de sombra…, infinidad de libros y de películas. Pero si se trata de una experiencia concreta, hace dos años tuve la oportunidad de pasear a solas por el Museo del Prado y aquello realmente me transportó.
Los cuatro relatos del libro tratan de amores desdichados o que naufragan: ¿no cree en los finales felices?
No creo que mis cuentos sean tan desdichados. Tal vez sí en un sentido romántico, pero no en otros. Me gusta que las historias no terminen, dejarlas en suspenso.
¿Recuerda por qué eligió huir de la autoficcion en este libro, tras el éxito de Tiempo de vida, tan biográfico?
Necesitaba volver a la máscara de la ficción y los cuentos eran la vía más rápida para conseguirlo.
¿Sigue sufriendo el síndrome del impostor literario?
Me sigue pareciendo asombroso que lo que escribo suscite interés, y lo cierto es que prefiero no cambiar a ese respecto. ¡Hay tanto infatuado!
¿Por qué reniega de la literatura que proporciona certezas?
La certeza es una mercancía fraudulenta que generalmente desemboca en el sermón o la moraleja, y la función del arte es señalar aquello inasible que no puede apresarse en un discurso convencional.
En Tiempo de vida evocaba la figura de su padre, Juan Giralt, protagonista de varias exposiciones en España y Portugal ¿a qué se debe su absoluta modernidad?
La pintura, como la literatura, cuando asume riesgos y no es estereotipada ni complaciente, tiene una cualidad intemporal.
¿De qué artista le gustaría tener una obra en casa?
De Goya, de Tiziano, de Matisse… Pero eso es pedir mucho. Me conformaría con un Basquiat.
¿Qué música escucha en casa?
Jazz, clásica, bossa nova, flamenco, rap, mucho Dylan…
¿Se ha “enganchado” a alguna serie de televisión?
Las series me impacientan, me llevo mal con su carácter de obra en desarrollo. Pero me he enganchado a algunas con mi hijo: La casa de papel, Stranger Things….
¿Le importa la crítica? ¿Le sirve para algo?
La leo, claro, no la desdeño. Me sirve cuando el crítico ha hecho su trabajo con seriedad.
¿Qué libro le recomendaría al ministro de Cultura?
Cartas de cumpleaños, el último libro de Ted Hughes, donde reúne los poemas que le dedicó a Sylvia Plath tras su muerte. Se lo recomendaría a cualquiera que quisiera desoxidar sus músculos poéticos.
¿Le gusta España? Denos sus razones.
El verbo gustar es mucho pedir. Es el país al que más apego tengo porque es donde he nacido y más tiempo he vivido. Pero España a menudo es insufrible.
Proponga una medida para mejorar nuestra situación cultural.
El estatuto del artista no estaría mal. Y que entre en las conciencias que no sólo tenemos cocineros.