“Un cuento es como el viento, no se sabe de dónde viene, pero lo sentimos”. Este antiguo refrán bosquimano es una de las muchas frases sutiles y hermosas que salpican una charla con Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948), auténtico orfebre de una tradición literaria que engarza y reinterpreta en cada una de sus novelas. Sin embargo, con El árbol de los sueños (Galaxia Gutenberg) reconoce haber ido un paso más allá. “He soñado toda mi vida con este proyecto y he sido muy feliz escribiéndolo. En determinado momento, las historias llegaban por sí solas, como si hubiera llegado a su hogar. Las escuchaba a mi alrededor, y sólo necesitaba ir colocando las palabras para narrarlas”, explica.
Esas historias a las que alude el escritor son el corpus de la literatura oral que ha llegado a nosotros desde diversas tradiciones y que ha sido recopilada desde hace siglos en volúmenes que constituyen “todo un género que en gran parte se ha perdido y que todos los narradores añoran. En cualquier narrador está el sueño de escribir un libro como Las mil y una noches, que dé cuenta de todas las historias que han conformado su vida y han pasado por su pensamiento”, confiesa. Ese conjunto de historias que hablan del mundo, pero también de sus deseos y sus sueños, es el mundo del relato”.
Pregunta. Reconstruye en esta novela la tradición del cuento, desde Las mil y una noches a la tradición renacentista de Boccaccio y Giambattista Basile o la romántica de los Grimm y Andersen. ¿Qué le atrae de este universo?
Respuesta. Hay una frase de José María Merino que me gusta mucho citar: “no es el hombre el que creo la ficción, sino que es la ficción lo que nos hace humanos”. La invención de lo humano, por decirlo en expresión de Harold Bloom, surge en el mundo del relato. De lo que hablan los cuentos tradicionales, y por eso se han contado a lo largo del tiempo y las personas han necesitado escucharlos, es del corazón humano, de su complejidad, de todo lo que hay en él: su luz, su oscuridad, sus deseos, sus sueños, sus fracasos… Todo está presente en estos relatos esenciales que de alguna forma nos constituyen. Incluso en Platón, cuando comienza a nacer eso que llamamos filosofía, siempre hay relatos, mitos que sostienen ese pensamiento, porque antes del pensar está el mundo de las historias, que en el fondo el ser humano no puede abandonar nunca, por más que nuestra época esté olvidando gran parte de la tradición. La necesidad que tiene los niños de escuchar cuentos remite a esta necesidad humana de reconocernos en estos relatos.
"Los grandes relatos hablan de lo que somos, por eso nos dan recursos para enfrentarnos al caos de la vida”
P. Precisamente, la protagonista del relato es una madre que cuenta cuentos a sus hijos, ¿cuál es la importancia de este gesto? ¿Qué poder tienen estas narraciones?
R. El momento fundacional de la literatura es aquel en el que un adulto responde a la petición de un niño de contar una historia. Normalmente de noche, en un momento de incertidumbre en el que el niño debe enfrentarse solo a la oscuridad. Desde el primer momento siente que todos esos cuentos están hablando de él. Por ejemplo, no hay ningún niño que no se sienta cautivado por Caperucita Roja, y es porque siente que ahí están sus temores, su curiosidad, sus búsquedas… todo lo que hay en una criatura que está empezando a vivir y se enfrenta a un mundo que desconoce. Y a la vez esos cuentos le permiten ordenar ese mundo tan caótico que hay a su alrededor. El relato tiene ese poder, habla de lo que somos y a la vez nos da recursos para enfrentarnos, para ordenar, al caos de la vida.
Trascendiendo la razón
P. La propia protagonista imbrica su vida de miles de historias asociadas a ella… ¿es así cómo debemos vivir para ser felices, mezclando sueño y vigilia, realidad y fantasía?
R. Sí, porque realmente en nuestra vida siempre hay una parte silenciada. Esta no es sólo lo que hacemos cada día y ven los demás, nuestros compromisos, nuestra identidad social…, sino que hay una parte oculta que nadie ve. Me atrevería a decir que ahí está lo que somos, en el mundo de nuestros anhelos, de nuestras locuras… el mundo de todo aquello que quisiéramos decir o que, sabiendo que está en nosotros, no encontramos las palabras para nombrar. Toda esa vida desconocida, secreta, silenciada, es la que alimenta la literatura, y el mundo del relato da cuenta de todo eso. Por eso las imágenes de los cuentos no se pueden ver en su literalidad, son simbólicas, y están hablando de cosas esenciales del ser humano, viajando a esos territorios que la razón no puede explicar, porque es una casa demasiado pequeña para albergar toda nuestra vida. Hay zonas que nuestra razón no puede explicar, y si les damos la espalda no vivimos con la misma intensidad.
P. Ha explorado este inagotable mundo en varias de sus obras, ¿por qué nos siguen fascinando los llamados cuentos de hadas y qué cabida tienen en la sociedad actual?
"El gran objetivo de la literatura consiste en hacer que veamos el mundo como un lugar donde todo puede suceder"
R. Precisamente su importancia radica en permitirnos ir más allá de lo real. Los niños se mueven en esta ambigüedad con una libertad pasmosa, porque viven en un mundo abierto, que no está terminado de crear. No como en el mundo el adulto, donde todo está explicado y parece que es como debe ser. Para un niño todo puede suceder todavía, y en ese sentido son los médiums de la realidad. Sin ellos pretenderlo nos traen noticias de cosas ocultas, de ese lado desconocido de nosotros mismos que está esperando ser rescatado del olvido y la indiferencia. En el fondo en eso consiste la literatura, en hacer que veamos el mundo como un lugar donde todo puede suceder. Esa libertad que necesitamos para vivir de verdad, con todo el riesgo necesario, nuestra propia vida.
P. Hay constantemente en la novela una reivindicación de la fantasía, de la imaginación. ¿Cree que en este mundo virtual donde todo es ficticio hemos perdido la capacidad de imaginar?
R. No quiero ser pesimista. Prefiero pensar que en la forma de los jóvenes de relacionarse con la cultura y con el mundo a través de estas nuevas formas también interviene la imaginación, esa facultad portentosa. Gente inquieta y sensible siempre va a existir, y estoy seguro de que hay muchos jóvenes que no se conforman con lo que les dicen que es el mundo y que piden más a la vida. Eso se expresará seguro de una manera diferente a la de nuestra generación, pero existe. La necesidad de contar es inherente al ser humano, así que, aunque hayamos olvidado los grandes relatos y no sepamos quienes eran Moisés o Helena, esos relatos están ahí porque los repetimos al vivir esas historias. Esto no puede morir, porque de hacerlo moriría nuestra humanidad.
La historia de todas las historias
P. En los relatos de este libro se cruzan diversas tradiciones, se mezcla la mitología grecolatina con las leyendas árabes, la tradición judeocristiana con costumbres orientales. ¿Somos al final el resultado cultural de toda esa mixtura, deberíamos ser más abiertos y tolerantes?
R. Completamente. Este libro lo he escrito casi en un estado de trance. Cuando empezaba a contar una historia, no sabía cuál estaba contando, por lo que no era consciente de adonde me iba llevando el relato. Y una me llevaba a otra y otra y se entrecruzaban tejiendo un tapiz… Iban saliendo historias que no sabía de dónde llegaban. Por supuesto, nacían de ese fondo de historias del que venimos hablando. En el fondo, no creo que los escritores podamos ser originales, ni siquiera deberíamos pretenderlo. Lo que hacemos es recoger de todas las historias que se han contado desde el inicio de los tiempos, aquellas que han llegado a nuestros oídos y que por alguna razón nos han conmovido. La literatura es recoger ese fondo olvidado del mundo. Lo que hacen el poeta y el narrador es escuchar esas voces perdidas, consignarlas en sus relatos y darles nueva forma.
"No creo que los escritores podamos ser originales, ni siquiera deberíamos pretenderlo. Escribir consiste en recoger el fondo perdido del mundo"
P. En este sentido, ¿podríamos crear un relato que fuera incorporando todas las historias?
R. Sí, ciertamente. De ahí nace la fascinación que sentía Borges por Las mil y una noches, un libro de libros que condensa esa aspiración. Es lo mismo que su famoso Aleph, un objeto pequeño que contiene el mundo entero. Este sería el libro de libros, la historia interminable. Una aspiración desmesurada e imposible, pero precisamente por eso digna de existir, pues reivindica aquello que no puede ser. Y es que necesitamos también lo que no existe para completar nuestra vida. En el fondo, toda la cultura tiene que ver con acercarnos a lo que no existe. Por eso, aunque tengamos una buena vida, nos gusta desconectar de la realidad y entrar en esos otros mundos de naves espaciales, criaturas irreales o muertos que vuelven a la vida… Las cosas que nunca existieron están ahí para recordarnos que a nuestra vida le falta algo que no sabemos lo que es, ese deseo siempre presente.
P. Justamente, lo que su novela define como “esa necesidad de lo mágico inherente al corazón humano”. ¿Son las palabras, la capacidad de construir historias, lo más mágico del ser humano?
R. Creo que sí. El lenguaje siempre ha ido unido a lo mágico, a la brujería a las fórmulas de encantamiento como en Alí Babá… La palabra capaz de abrir la piedra y llevarte a un tesoro, eso es la palabra poética. Esa que abre el mundo real, ese que consideramos sólidamente constituido, y nos lleva a otro lugar ampliándolo. El mundo de las palabras es el de la libertad, allí todo cabe y todo puede suceder.