Belén-Gopegui

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El Cultural

Belén Gopegui: "Es posible cambiar lo más cruel de las relaciones sociales"

En su última novela, 'Existiríamos el mar', la escritora indaga sobre la precariedad laboral y la imposibilidad de acceder a la vivienda o la necesidad de compartir piso a los 40

1 octubre, 2021 17:25

Con los precios de la vivienda inasumibles y una precariedad laboral cada vez más acuciante, Lena, Hugo, Ramiro, Camelia y Jara comparten piso con 40 años en la calle Martín de Vargas. Sin embargo, no solo por necesidad, los cinco han construido una microcomunidad, una familia nueva, que se acompaña, se consuela y reflexiona sobre los pormenores de la vida y sobre la necesidad de transformar la sociedad. A medio camino entre la narración y el ensayo, Belén Gopegui construye bajo esta premisa su última novela Existiríamos el mar (Random House), una novela coral que, con la pandemia de trasfondo, reflexiona sobre la inestabilidad económico-social, la precariedad laboral y el imposible acceso a la vivienda al tiempo que arroja luz sobre las alternativas solidarias y los diferentes modos de compartir y construir una comunidad.

Pregunta. Escribe en su novela que “el mundo de las historias que se cuentan no coincide con el mundo de las historias que suceden”, ¿qué es lo que la literatura no puede contar?

Respuesta. La literatura debería poder contarlo todo, otra cosa es lo que la literatura en un momento de la historia, en conflicto con los poderes de su tiempo, con las herramientas de que disponga en función de cómo se hayan desarrollado las tradiciones en lucha, pueda contar y, diría, pueda querer contar. La voz de esta novela se pregunta por las historias que no se cuentan y, en particular, por las ficciones que no se imaginan.

P. Varios son los temas que aborda en Existiríamos el mar, aunque quizás uno de los más esenciales, sobre los que se sustentan todos los demás, es la precariedad laboral, ¿estamos perdiendo todos los derechos y libertades que se habían construido anteriormente?

R. El término precariedad no me acaba de convencer quizá porque está en el campo semántico de la plegaria, de la súplica. Entiendo mejor la palabra explotación, creo que con ella se explican la mayor parte de las situaciones que hay ahora, cómo se rebajan de los compromisos de quien contrata, la reducción en lo que se paga por piezas sueltas a quienes no se quiere contratar, la limitación del salario social en forma de salud, educación, servicios, acceso a vivienda, custodia de precios de las necesidades básicas, acceso al trabajo, todo eso hace que sea más fácil explotar porque hay más miedo y más inseguridad. Y sí, hay conquistas que se pierden y hay que recomenzar, y cabe suponer, además, que la crisis de recursos naturales solo se asumirá con justicia si una población organizada lo exige.

P. En el caso del escritor, ¿esa precariedad está afectando a la calidad de la literatura?

R. Sí, veo muchas voces de personas que escriben para diferentes medios sin parar porque lo necesitan y que no disponen de tiempo para hacer lo que se llama literatura. Y es que, a veces, esas piezas que escriben sí lo son, pero se les niega el tiempo para prolongar la reflexión, para ordenar ideas y palabras, para elegir y descartar, ensayar y equivocarse. A mi modo de ver, es una gran pérdida, hoy se escriben textos muy buenos, pero sé que se podrían escribir muchos más en distintos formatos y con mayor aliento, si hubiera igualdad y un interés real en aumentar el espectro de las voces literarias.

"Más que precariedad, creo que la palabra explotación explica la mayor parte de las situaciones laborales que se dan hoy en día"

P. Con respecto a su novela, además, esa situación laboral precisamente es la que empuja a sus personajes a convivir pese a superar la barrera de los 40, lo que, en este caso, se vuelve casi una fortaleza, ¿representan una nueva realidad social, un esquema nuevo de “familia” tal vez?

R. No lo he planteado como un experimento o un nuevo modelo, que por otra parte lleva mucho tiempo existiendo; en todo caso se trataría de dirigir la mirada hacia la posibilidad de establecer vínculos que no estén mediados solo por la propia reproducción familiar, un modelo, éste, necesario y a veces muy luminoso pero que no termina de separarse de un, diríamos, individualismo ampliado. Pero, sobre todo, lo que los personajes hacen es eso en lo que consiste vivir, tratar de darle un sentido no resignado, sino con el ímpetu que logran defender, a la necesidad, y también un sentido no programático en la medida en que saben que su forma de convivencia se puede dispersar y cambiar y no establecen reglas para que no sea así.

P. Plantea también en su novela la importancia de los sindicatos, ¿hay un poco de reivindicación al trabajo de estas personas que, muchas veces, se ha visto denostado?

R. Diría que lo que no hay es una reproducción de un discurso mil veces repetido pero en el que apenas nos detenemos a pensar, el discurso de que sindicarse, unirse, tratar de mejorar las condiciones de trabajo y no solo las propias, es algo que no vale que la pena, que está anticuado o condenado al fracaso. Me llama siempre la atención ese proceso por el cual se utilizan fracasos, errores e insuficiencias de determinadas instituciones para acabar con ellas en el imaginario colectivo, mientras que otras instituciones pueden fracasar mucho más, matar deliberadamente, mentir, arruinar miles de vidas, corromper y defraudar y, sin embargo, se reflotan una y otra vez como si fueran imprescindibles.

Una sociedad del sálvese quien pueda

P. ¿Nos definimos por el trabajo? ¿Es quizás ese uno de los peores estigmas, o de los más crueles, que sufren los parados, a los que, como escribe, no les dejan ser?

R. César Vallejo escribió:

¡Este es, trabajadores, aquel
que en la labor sudaba para afuera,
que suda hoy para adentro su secreción de sangre rehusada!
Fundidor del cañón, que sabe cuántas zarpas son acero,
tejedor que conoce los hilos positivos de sus venas,
albañil de pirámides,
constructor de descensos por columnas
serenas, por fracasos triunfales,
parado individual entre treinta millones de parados,
andante en multitud (…)

Cabe añadir profesiones, pero sigue intacta la idea de que la sangre rehusada, las facultades rehusadas, y las vidas que no pueden mantenerse es inaceptable, tanto que hoy simplemente se prefiere no mirar. La lógica del paro, de aquel llamado ejército de reserva, es la concreción voraz de un sálvese quien pueda impuesto y que se niega constantemente en la retórica empresarial y política. Con esto no pretendo dar canta blanca, ni mucho menos, a las actuales relaciones de trabajo por cuenta ajena o a veces propia. Solo digo que construir una sociedad basada en negar el derecho a mantenerse a un porcentaje a menudo superior al veinte por ciento de su población activa, es irracional y, esta vez sí, un fracaso absoluto del sistema económico que la sustenta.

"La lógica actual del paro es irracional y síntoma de un fracaso absoluto del sistema económico en el que vivimos"

>>Por más que haya una supuesta racionalidad interesada de fondo en quienes se benefician del miedo y la amenaza implícita. Pero es una racionalidad viciada, perjudicial, limitada, estúpida en definitiva. Otra cuestión es la de si el trabajo define y si debe definir. Entiendo que, en la medida en que es obligatorio, excepto para las personas rentistas, y a menudo cercano a la servidumbre, no se quiera ser definido por él. Creo que cualquier sociedad que se sueñe tendrá que llegar a acuerdos para que se repartan justamente las tareas no deseadas, y encontrar formas para que cualquier persona que quiera aportar lo que sabe, lo que imagina, lo que conoce, sus habilidades, al común, pueda hacerlo.

P. ¿“El colchón económico altera la percepción de la realidad”, como escribe?

R. La altera, sí; siempre se percibe desde algún sitio, lo que sucede es que hay sitios que se nombran y otros que se prefiere hacer como si no estuvieran, al menos no se abordan a menudo en los relatos. Creo que altera y que es necesario procurar contrastar esa alteración cuando se pueda, y hacer ver que, pongamos, dar ese colchón por supuesto conduce a percepciones erradas.

P. ¿El enamoramiento, como piensa uno de sus personajes, es una bajada de defensas?

R. A menudo lo es, cada vez se extiende más esa idea del enamoramiento, y también del amor como refugio —tal como, en otra época, aquel título de Christopher Lasch, La familia, refugio en un mundo despiadado—: dado que hay miles de agresiones fuera, se acude al amor cuando ya no se puede con las agresiones, el frío, la rabia. Y es cierto que el amor puede cumplir esa función, y al mismo tiempo hay que ver qué historia está contando la necesidad de amar no en busca de, qué sé yo, la exaltación, las alianzas, el aprendizaje del placer, sino de un refugio cada vez más escaso, porque al mismo tiempo desaparecen o se dificulta la existencia de espacios que podrían ser refugios y más que refugios, campamentos base desde donde desplazarse a otros lugares y desde donde combatir la hostilidad sin soledad, ni siquiera la soledad de dos. Me llamó la atención en el libro No siento nada, de Liv Strömquist, cómo después de una crítica inteligente y fundada a algunas formas de relación ligadas a lo que Eva Illouz ha llamado capitalismo emocional, se termina con una reivindicación del amor no diré romántico, pero casi;  es como si en estos tiempos lo único viable fuera aferrarse a esa intensidad necesaria y no tratar de combinarla con el largo camino de crear las condiciones para que amar de otro modo no sea imposible.  

P. Escribe, que “los sentimientos no son solo impulsos como el de comprarte unos calcetines con dibujos, son procesos, se hacen cada día”, ¿también la solidaridad se construye?

R. Casi todos los sentimientos, los elaborados, los que están en torno a palabras como gratitud, enfrentamiento, amistad, rencor, solidaridad, se piensan, como casi todos los pensamientos de sienten porque los humanos están hechos, de momento, de ese modo, y pretender que pensamiento y sentimiento son compartimentos estancos es empobrecerlos. La solidaridad no es solo una mezcla de ambos, implica una relación social que también se construye al tiempo que reacciona a lo que ya se ha construido. Desde mi punto de vista, casi todo pertenece más al ámbito del estar que del ser, y requiere insistencia diaria y tropiezos y seguir.

La falsedad al descubierto

P. Precisamente, aunque en Existiríamos el mar hay un trasfondo económico-laboral algo desolador, sus personajes se inquietan, se preocupan, tratan de construir algo mejor, ¿se siente positiva en ese sentido?

R. Lo positivo termina siendo bastante confuso por el uso que se le da hoy a esta expresión; digamos que me niego a suscribir la idea de que no se puede hacer nada —un nada general; sin duda, hay diferentes condiciones, situaciones, con más o menos margen—, la idea de que no se puede hacer frente a la parte cruel y estúpida de las relaciones sociales.

"La pandemia ha demostrado lo falsa que era esa austeridad que se vendía como imprescindible y que tras la catástrofe ha desaparecido"

P. El fantasma de la pandemia y la cuarentena sobrevuela inevitablemente por su novela, ¿necesitamos aún poner distancias para poder entender sus consecuencias sociales completas?

R. Una parte de las consecuencias sociales está ya bastante estudiada, la pandemia multiplicó la desigualdad, recayó con más virulencia sobre las partes más dañadas de la sociedad y sigue haciéndolo. Después hay múltiples facetas que aún no sabemos hasta donde van a llegar, las repercusiones en la salud mental, en los ciclos largos de la economía, en la cohesión social. Habrá que preguntarse hasta qué punto la retórica hueca de tantos discursos puede haber minado aún más la desconfianza en la política institucional, pero del otro lado, también hasta qué punto, quizá, puede haber ayudado a ver qué falsos eran los discursos de la austeridad —austeridad es un uso incorrecto que hacen para designar la, diríamos, avaricia de clase—: se vendía como imprescindible, inevitable y, sin embargo, cuando de repente ha resultado conveniente para quienes sostenían esos discursos fabricar dinero y ayudas,  lo han hecho. Este dejar las mentiras al descubierto en un contexto de desesperación puede generar más individualismo, si bien, en general, creo que es útil y podría ser movilizador.

@mailouti