Pocas veces tiene uno la posibilidad de leer y analizar lo que podríamos llamar un libro “creciente”. Yuri Buida (Známensk, Rusia, 1954) lleva más de veinte años entregado a ampliar el universo literario original de los relatos que conforman La novia prusiana. Si una primera y premiada edición de 1998 contenía sólo treinta textos, hoy la obra ofrece al lector nada menos que cuarenta y cuatro. Quizá se deba a que el proyecto no deja de ser una búsqueda permanente de las raíces propias, las que deliberadamente se ocultaron, pues el mundo soviético se impuso y se superpuso a otro, la antigua Prusia Oriental, de la que desaparecieron dos millones y medio de alemanes al término de la Segunda Guerra Mundial. El estalinismo ordenó colonizar y repoblar la región y borrar cualquier rastro de sus antiguos y seculares habitantes alemanes.
Como aquí se cuenta, en la escuela, como mucho, se les decía que por allí había nacido Kant. No es de extrañar la afirmación de que todos vivieron una existencia esquizofrénica. Kaliningrado, su región y sus habitantes concretos, transformados en personajes que transitan de una narración a otra, es la fuente de la que bebe Buida, y, como señalan sus editores, en el fondo el libro es, por encima de todo, “el mapa de la tierra de nadie”. Lo que los años 50 y 60 del pasado siglo supusieron para los habitantes de esta zona brota de manera tremenda en las vidas cotidianas que se describen.
Los relatos de Buida narran tal locura, sinsentido y aspereza que opta por una especie de filtro de metáfora y realismo mágico
Muy interesante que Liudmila Ulítskaya, en un breve pero certero texto preliminar, indique el especial ángulo que elige el autor de La novia prusiana y ofrezca también una reflexión sobre el efecto de las narraciones, cortas o largas, en los tiempos frenéticos en los que vivimos, donde pararse a pensar, a leer, o a decir con calma, suponen todo un pequeño milagro. Los textos de Buida relatan tal locura, sinsentido y aspereza, que opta casi siempre por una especie de filtro de metáfora y realismo mágico.
Así lo hace desde el cuento inicial, donde los muchachos que profanan la tumba de una novia prusiana en el cementerio están más bien sacando a la luz el pasado del pueblo de Známensk, que hace nada era territorio alemán y llevaba el nombre de Wehlau. Toda una necesidad, para el protagonista, tener al menos una vaga idea de la vida que había precedido a la suya y que “había creado el espacio para mi existencia”.
El narrador se deja ver, desde su niñez, como un fabulador/rescatador de un pasado que nunca se contaba. Realidad, ficción, exageración, burla… con esa mezcla de herramientas y de planos nos acerca el autor a un mundo soviético desmesurado, tanto como el enorme e imposible buque Generalísimo del excelente texto “Un alto en el camino a las Indias”, el navío más grande del mundo, propulsado por 8.000 ciclistas selectos, toda una metáfora de la parafernalia, el triunfalismo y la crueldad sanguinaria del estalinismo de aquellos años.
La necesidad de fabular preside esta obra, cuyo punto fuerte es la riqueza descriptiva, la ironía y la capacidad de jugar con el lenguaje
No podía faltar el gran torturador Beria, mano derecha de Stalin, que recibe un descarnado retrato en “La séptima colina”, donde la parodia, el desprecio y la capacidad descriptiva de Buida brillan a gran altura. El libro es toda una galería de personajes pintorescos y trastornados, supervivientes de un gran delirio y de unas condiciones de vida infrahumanas, decenios de hambrunas y persecuciones.
Hay en estas más de quinientas páginas mucha amargura convertida en catarsis literaria y una sutil denuncia de lo que sólo fue una gran y prolongada estafa. Yuri Buida conjura esta constelación de males a través del humor, a veces con referencias o guiños locales que es posible que perdamos en parte quienes hemos vivido tan lejos o tan ajenos a aquel mundo soviético y postsoviético. Vivos y muertos (sean los extraños visitantes de un albergue, un vilipendiado árbitro de fútbol o un acomplejado chico deforme) conviven en un enorme tapiz de venganzas, tragedias y frecuentes caídas en desgracia. La necesidad de inventar y fabular preside esta obra, cuyo punto fuerte es la riqueza descriptiva, la ironía y la capacidad de jugar con el lenguaje y el ritmo narrativo a la hora de desgranar cada historia.