“Hay libros que no se deciden, surgen, y no es mucho lo que puedes hacer salvo seguirlos, a tropezones cayéndote o como sea, porque si los abandonas te perseguirán como las furias griegas toda tu vida. Siempre será un misterio desde que capas proceden y a qué mundos apelan”, explica el poeta Raúl Zurita (Santiago de Chile, 1950), Premio Reina Sofía, al hablar de Sobre la noche el cielo y al final el mar (Literatura Random House), una intensa pieza más de la visceral obra autorreferencial del escritor que, en esta ocasión se vale de la narrativa, aunque cuajada de un refinado lirismo y de imágenes netamente poéticas, para contar de forma descarnada y melancólica aspectos clave de su pasado.
En esta crónica, que se centra en los años de la dictadura chilena y en las acciones del CADA —Colectivo de Acciones De Arte, integrado por el propio poeta, la escritora, que sería su mujer, Diamela Eltit, el sociólogo Fernando Balcells y los artistas visuales Lotty Rosenfeld y Juan Castillo— que buscaban eludir la censura, también encontramos episodios conocidos, como la crisis que llevó a Zurita a clavarse un formón al rojo en la mejilla o a echarse amoníaco en los ojos. Todo ello salpicado de una fe inquebrantable en el arte en medio de detenciones, precariedad social y torturas, cuyas secuelas obligaron al escritor, todavía hoy, a ralentizar la escritura. "Comencé en 2014, cuando cumplí 64 años, y lo terminé a los 70, porque tuve muchas interrupciones. Operaciones médicas, entre ellas, una en Milán por un Parkinson que hacía que me hacía que me cayera cada dos minutos y me hacía casi imposible teclear. La operación me subsanó en parte eso. No es para siempre, yo tampoco lo soy, pero mientras dure bien".
Pregunta. Buena parte de la novela está escrita en tercera persona, narrada por su padre, que murió cuando usted era un bebé, ¿por qué decidió hacerlo así y qué significa su figura para usted?
Respuesta. Tampoco lo decidí, se me impuso de inmediato y no me dio otra opción, fue como si escuchara su voz. Él murió muy joven y yo no sabía cómo era su voz es su voz, pero sabía que él era el hablante, tal vez porque cuando niño tenía la ilusión de que continúa amándonos a mí, a mi hermana y a mi madre, que le ha sobrevivido 70 años.
P. Conjuga en el mismo texto lo onírico y alucinatorio con lo verdadero, con hechos reales de su vida, ¿son inseparables ambos mundos, iguale de reales a la hora de recordar?
R. Son absolutamente inseparables, los escenarios hacen que las acciones que suceden en ellos se empequeñezcan. Y creo que sí, que esos escenarios funcionan casi como el Juicio Final y están allí, casi como si nos juzgaran.
"No son los recuerdos lo que se imponen en la escritura, es la escritura la que crea los recuerdos, la que nos da un pasado y una identidad"
P. Varias veces en el texto alude a la escasa o exacta fiabilidad de la memoria ¿Qué hay de real en los recuerdos? ¿Cuál es su papel en el presente?
R. Una de las cosas que vas aprendiendo es que nada está en el pasado y que incluso las imágenes más antiguas, la de tu hijo mayor aprendiendo a caminar, por ejemplo, se recorta contra otras incontables imágenes de tu hijo en distintos momentos y todas están en el presente y viven en el presente. No son los recuerdos lo que se imponen en la escritura, es la escritura la que crea los recuerdos, la que nos da un pasado y nos otorga unos rasgos, una identidad, incluso sexual. Y es ahí, en ese abismo, donde se derrumban todas las teorías sobre el patriarcado: Yo no soy hombre ni mujer, soy lo que mi escritura dicta que sea.
P. Hablando de memoria, ¿qué queda en usted de aquel joven que con 29 años publicó Purgatorio, del que montó todas aquellas acciones de arte?
R. Sí, 29 años: fundamos el CADA y montamos Para no morir de hambre en el arte, la primera acción, justo cuando publiqué Purgatorio, mi primer libro. Ha sido todo tan rápido: 29 años, 5 años, 60 años… cada segundo con sus esperanzas, sus miedos, sus nuevos amigos y los que mueren… Sé con una certeza que nada puede desmentir que en cada instante de mi vida está toda mi vida, y que las cosas muertas, como los sueños muertos o los amores muertos, nunca terminarán de morir, porque en todo amor vivo están todos los amores muertos.
El fin de la poesía
P. ¿Por qué esos años del CADA tienen un papel tan central? ¿Qué era el arte para ustedes, qué significaba y qué podía conseguir?
R. Cuarenta años atrás el CADA actuó en un país tomado y le opuso a la violencia asesina del régimen, la violencia de la belleza. Éramos cinco tipos, dos mujeres y tres hombres, que entrecruzaron por algunos años sus vidas para imaginar obras alucinadas: escribir en el cielo, repartir leche en las barriadas, llenar Chile con NO +…, que debían completar aquellos luchadores sociales que buscaban el fin de la dictadura, del hambre, de la sociedad de clases. No deja de emocionarme saber que sean cuales sean los caminos cada uno de nosotros haya tomado, continuamos siendo parte de esas obras, de esas manifestaciones que surgieron del desgarro, de la denuncia y la lucha.
P. En un momento, recordando sus reuniones de aquellos años reflexiona sobre la paradoja de ponerse a leer poetas franceses en medio de tanta muerte real, de tanto dolor. ¿Qué poder tienen las artes frente a la realidad?
R. La poesía, como el arte, no tiene poder. El arte no puede derribar una dictadura, ni eliminar la explotación de los niños, ni detener el narcotráfico, ni solucionar el problema del cambio climático. Pero sin el arte ningún cambio es posible. Si el arte termina significaría que los sueños han terminado. Y podemos vivir tres días sin agua, pero sin un sueño la humanidad perece, es literal, en los cinco minutos que siguen. Toda revolución es poética, ocurre primero en los sueños. A propósito, recordé esa clásica definición de Marx y Engels sobre la religión: “la religión es el corazón de un mundo sin corazón, es el opio de los pueblos”. Si la camias un poco, lo que estaban haciendo era la más alta definición de la poesía que se pueda decir: La poesía es el corazón de un mundo que ha perdido infinitas veces su corazón, es el amor de lo que siempre ha carecido de amor, es la esperanza de lo que jamás ha tenido una esperanza. No sabemos bajo qué formas, pero la poesía terminará solo cuando el último de los hombres mire el último de los atardeceres del sueño humano.
P. El libro comienza con tres fotografías de tres cicatrices fundamentales en su vida que el relato explica junto a muchas otras, ¿son las cicatrices lo que más nos marca, lo que nos constituye?
R. Sin herida no hay arte, la herida es la fisura por donde sale el poema. Sin sufrimiento no hay poesía, pero no puedes buscar el sufrimiento, porque si lo buscas lo encontrarás y no escribirás ni una mierda de poema. Lo que importa es la relación de la poesía con la vida. Purgatorio se publicó en 1979 y su portada tiene la fotografía de la cicatriz de una quemadura en la cara que yo mismo me causé, y tengo la sensación de que ese primer libro se está cerrando, cuarenta y dos años después, con las tres fotografías del inicio de Sobre la noche el cielo y al final el mar. Son de las heridas que no me causé yo, sino el tiempo.
"Toda revolución es poética, ocurre primero en los sueños. Podemos vivir tres días sin agua, pero sin un sueño la humanidad perece"
P. Hay tres momentos en el libro donde las letras aparecen tintadas en negro reemplazando las palabras, ¿existen momentos, recuerdos, sensaciones, que es imposible comunicar, que no pueden ser narrados?
R. Toda obra, todo poema o relato tiene sus indecibles, sus hoyos negros por donde se escapan todos los significados. Sí, hay cosas que no pueden ser narradas. Y nada más.
Combatir el fascismo
P. Sus recuerdos de aquel enfrentamiento contra la dictadura cobran nueva fuerza hoy viendo casos como el de Sergio Ramírez, Gioconda Belli y muchos otros intelectuales nicaragüenses. ¿Qué le parece lo que ocurre en el país? ¿Por mucho tiempo que pase, por mucho que avancemos, nunca estaremos a salvo de que el poder se vuelva dictatorial?
R. Nunca lo estaremos, es como si hubiera siempre un núcleo duro que, instalado en el poder, tenderá a usarlo en su provecho. Es la ardua tarea de las sociedades mantenerse vigilantes para que eso no suceda y a la vez evitar caer en el extremo opuesto, el siniestro Estado policial. Pero el caso de Nicaragua nos resulta en extremo doloroso porque Daniel Ortega traicionó una de las revoluciones más bellas del mundo, la revolución sandinista que derrocó a Somoza, la revolución de campesinos, estudiantes y poetas, donde se alfabetizaba con poemas, donde Sergio Ramírez fue vicepresidente y el sacerdote y poeta Ernesto Cardenal, su ministro de Cultura.
"El caso de Nicaragua nos resulta en extremo doloroso porque Daniel Ortega traicionó una de las revoluciones más bellas del mundo"
Indignado, presa del estupor, Zurita reconoce que se le hace imposible creer que “un gran hombre como Sergio Ramírez, que lo ha entregado todo, no pueda regresar a su país porque tiene orden de arresto y que sus libros estén prohibidos. No puedo creer que al poeta Cardenal que vivía como el más humilde de los hombres en una casita de adobe, poco antes de morir lo hayan querido encarcelar acusándolo de enriquecimiento ilícito”. Tampoco, asegura, que “la gran poeta Gioconda Belli, una persona a la que no puedes sino amar y que participó en la lucha que derrocó a Somoza con una entrega y valentía increíble, haya tenido que irse de su amada Nicaragua por las amenazas de muerte. Pero este pequeño gran país saldrá de esta”.
Profético en su optimismo, el poeta afirma que “no debemos olvidar que el fascismo toma diversas formas y que está allí, agazapado o abiertamente, y que hay que combatirlo en todos los frentes: político, social, territorial, cultural, ideológico...”. Eso sí, traza una línea roja, una “única gran salvedad, que no admite matices porque nos jugamos el derecho a continuar siendo seres humanos, es no hacerle jamás a ellos lo que ellos no dudarían en hacerte a ti”.
P. En estos momentos se trabaja en Chile para redactar una nueva Constitución que dejé por fin atrás la de la dictadura pinochetista, ¿por qué era algo tan necesario y qué espera de este proyecto? ¿Qué de bueno puede traer al país?
R. El 11 de septiembre de 1973, minutos antes de morir, el presidente Salvador Allende, se despidió diciendo estas últimas palabras: “Más pronto que tarde se abrirán las anchas Alamedas por donde pase el hombre libre con su gente”. Y porque esas palabras fueron dichas, el triunfo del fascismo en Chile no fue absoluto. Esa frase quedó grabada en lo más hondo del corazón de millones de compatriotas. Han pasado 48 años y esa frase se está haciendo real. La Convención Constituyente, cuya misión es proponerle a Chile una nueva constitución que reemplace a la de la Dictadura es una gran esperanza.