Inteligente y socarrón, irreverente y heterodoxo, el argentino César Aira (Coronel Pringles, 1949) destila en las entrevistas muchas de las claves de su literatura, como el gusto por el juego y la improvisación, que puntea la conversación de reformulaciones y frases sardónicas, o su manifiesto desdén por todos esos aparatajes que alejan la literatura del puro acto de escribir. Dueño de una obra que rebasa el centenar de volúmenes —sobre todo novelas cortas, a las que define como “cuentos de hadas dadaístas” o “juguetes literarios para adultos” y algunos ensayos—, repartida en multitud de editoriales, algunas minúsculas y ya desaparecidas y otras tan potentes como Penguin Random House, que cuenta con la Biblioteca César Aira, el escritor suele ser refractario a hablar con la prensa. “Tendría que repetirme… no soy Borges, para dar a cada tanto epigramas felices; yo estaría todo el día balbuceando tonterías”, bromea.
No obstante, se aviene a conversar con El Cultural sobre la radical originalidad de su idea y su uso de la literatura, recientemente reconocida por el Premio Formentor, que recibe mañana en Sevilla. “Este premio es el segundo que me dan, el primero fue el Manuel Rojas, en Chile. Creo que con estos dos puedo darme por satisfecho y cerrar el capítulo premios. A mi edad ya no los necesito, y en realidad no quiero, algo que puede hacer tan feliz a un joven escritor”, asegura. “Cuando tuve que pensar el discurso que no puede faltar en estas ocasiones, y que a mí me da más trabajo que escribir tres novelas, recurrí a un tema sobre el que había estado escribiendo unos relatos: la Educación Defectuosa que me propiné y que marcó mi vida”.
A pesar del revuelo levantado por el galardón —que ya llega tarde a la profecía que hizo Carlos Fuentes de que Aira ganaría el Nobel en 2020—, el escritor, que se mueve muy feliz en su lugar de escritor de culto, afirma no sentirse preocupado por el peligro de volverse todavía más conocido e incluso de acumular hordas de lectores. “Nunca tendré muchos lectores, porque lo que escribo es literario, metaliterario, hiperliterario… y la literatura es una actividad sumamente minoritaria”.
Ordenar la realidad
Pregunta. Sus novelas son definidas con toda clase de adjetivos casi antagónicos, ¿qué es lo que más le molesta de lo que se dice de su obra?
Respuesta. No me gusta que se hable de “delirio” refiriéndose a mis libros. No soy un delirante, ni en la vida ni en lo que escribo. El delirio es caos, y mi trabajo es crear un orden. El cuidado que pongo en resguardar lo verosímil debería demostrar cuánto uso hago de la razón. Y no intento huir de la realidad. Al contrario, querría llegar a ella, lo que no es tan fácil como parece darlo por sentado todo el mundo.
P. También se dice que su obra muestra una intención de sabotaje a la literatura o, al menos, a la idea convencional de literatura. ¿Está de acuerdo?
R. Venero a la Literatura, la reina de las artes, la más difícil, la más completa. Jamás haría nada para sabotearla o burlarme de ella. Y no hay idea convencional de la literatura. Si es convencional no es literatura, porque la literatura, tal como la entiendo yo, está ahí para desplazar las convenciones del lenguaje.
“Si algo es convencional no es literatura. La literatura, tal y como la entiendo yo, está ahí para desplazar las convenciones del lenguaje”
P. “La literatura no sirve para nada que no sea ofrecer el placer que produce”, ha asegurado. ¿Es un error que el escritor adopte cualquier tipo de compromiso?
R. No me parece afortunada esa frase que dije. Porque despejando la formulación por la negativa, termina diciendo que la literatura sirve a algo, y a algo tan poco presentable como el “placer”, que es un dispositivo burgués. No obstante, sí creo que la literatura como arte no tiene utilidad social, si alguien usa la literatura como vehículo para transmitir ideologías le está haciendo un disfavor. Los únicos libros que pueden enseñar algo son los best sellers, que están llenos de información, pero una buena novela no sirve para nada más que para disfrutar.
Buenas novelas son para Aira, claro, las de Balzac y Dostoyevski o las de Proust, Kafka y Joyce, pero además rescata de la tradición argentina a autores como Osvaldo Lamborghini, a quien ha declarado su maestro, Manuel Puig, Juan José Saer y Roberto Arlt. Y por supuesto, a Borges, del que ha afirmado que “el día de su muerte fue como si se apagara una luz”. También se confiesa lector de novela policiaca, especialmente la inglesa clásica. “Eran escritores sutiles, inteligentísimos: Dorothy Sayers, Edmund Wilson… son fantásticos, gente con una gran ironía”.
No leer más de dos páginas
Menos entusiasta se muestra con la literatura contemporánea. “Hay mucho escritor joven que considera que sus opiniones, sus gustos, sus amores, son lo suficientemente interesantes como para ponerlos por escrito”, critica aludiendo a la autoficción. “Pero me mantengo bastante al tanto de lo que se escribe hoy, para lo cual no es necesario leer mucho, al contrario. Leo muchas dos primeras páginas, y estoy seguro de que cuando aparezca alguien de verdad bueno me voy a enterar”.
P. Y más allá de la tradición argentina y de literatura británica clásica, ¿qué lee con pasión César Aira?
R. El grueso de lo que leo es poesía. Les tengo poca paciencia a las novelas. Y he abandonado definitivamente todo intento de leer filosofía, divulgación científica o teoría postestructuralista, con las que perdí tanto tiempo (aunque el tiempo perdido es el más útil para los escritores).
"La imaginación está sobrevalorada, nunca genera nada nuevo. lo nuevo es producto del arte no de ningún tejemaneje psicológico"
P. El jurado del Formentor le ha concedido el premio por “hacer algo que hasta ahora no había sido hecho y por la ironía lúdica de su impaciente imaginación”. ¿Está de acuerdo?
R. Es cierto que, a mi modo he sido un innovador. Mirándolo con retrospectiva veo que aporté algo distinto, pero nunca me lo propuse como un deber. Sobre la imaginación, creo que está sobrevalorada. Uno no puede imaginarse más que lo que ya tiene en la cabeza, en todo caso recombinando piezas, nada radicalmente nuevo. Lo nuevo es producto del arte, no de la imaginación ni de ningún otro tejemaneje psicológico.
Ser un escritor privado
P. Ha asegurado que se siente como Stendhal: “me van a entender dentro de 50 años”. ¿Qué impide a la industria editorial, al grueso de lectores, entender su manera de vivir la literatura?
R. Le respondo con otra frase de Stendhal, la que habla de “el placer denso y profundo de escribir”. Los que hemos experimentado esa densidad y esa profundidad, que es en realidad lo que a mí me lleva a escribir por encima de todo, ya hemos saltado por encima de los cincuenta años, y de los cien y los mil. A mí ya no me preocupa, nunca lo hizo mucho realmente, la industria editorial ni el lector, sino escribir mi paginita diaria, a veces más, o un poco menos. Me gusta escribir muy despacito, pensándolo bien.
P. En este sentido, ha clamado muchas veces contra la pérdida de esa concepción dramática del artista, tan decimonónica. ¿Cuándo se convirtió el escritor en un opinador profesional?
“Seguro que Proust o Kafka tenían opiniones y anécdotas, pero por fortuna su época no les ofreció medios para ventilarlas”
R. El cambio es bastante reciente y me parece que ver a esos señores tan aburguesados, tan banales, opinando en televisión puede matar muchas vocaciones. Y eso es dramático, porque yo pienso que la literatura en todo su poder solo puede ejercerla un joven muy joven, un adolescente. Supongo que se debe a que hay más plataformas de emisión. Seguro que Proust o Kafka tenían opiniones políticas, comidas preferidas, y anécdotas divertidas, pero afortunadamente su época no les ofreció medios donde ventilarlas.
A este respecto se despacha a gusto Aira en sus críticas, que estos mismos días ha publicado Literatura Random House bajo el título La ola que lee. Artículos y reseñas (1981-2010). En la pieza “Simulacros literarios del boom” se despacha contra los García Márquez, Vargas Llosa y Carlos Fuentes diciendo: “Lo malo es que un escritor importante deja de ser un escritor para transformarse en un funcionario del sentido común”. Sin embargo, Aira, en su línea reconoce que “no estoy muy orgulloso de mis intervenciones críticas. Las hice para probar, o probarme, que yo también podía hacerlo, pero nunca me comprometí sinceramente con mis opiniones”.
Mejor pluma que pincel
Otro mundo en el que no se siente cómodo actuando es el del arte, a pesar de ser difícil hallar un escritor cuya literatura esté tan conectada con el arte contemporáneo. “Las artes plásticas son un estímulo para mí, una referencia, un desafío. Muchas veces he querido hacer algo en ese campo, pero en el último momento, cuando ya estoy con el pincel en la mano, me doy cuenta de que escribiendo lo puedo hacer mejor”, explica el autor. Sin embargo, sí alude con frecuencia a la pintura para desarrollar conceptos.
Por ejemplo, para explicar su manera de escribir, ese ir hilando un acontecimiento tras otro hasta que el libro termina, muchas veces sin un final claro. “Supongo que la disyuntiva se da entre una composición armónica, como en los cuadros de Poussin, y el all-over de Pollock. Yo nado entre dos aguas. Creo que mi preferencia va a Poussin, pero me aburro pronto y lo dejo sin terminar. Y la mitad de abajo o arriba, de un Poussin puede parecer tan insensato como un Pollock”.
P. Se habla mucho del humor en su obra, pero es otra aseveración que no le gusta mucho. ¿Por qué?
R. En realidad nunca pretendo hacer humor. Puedo equivocarme, pero creo que lo que parece humor en mis libros es resultado de un cierto distanciamiento irónico del discurso realista. Cuando la gente ve que alguien no se toma en serio lo que ellos siempre se han tomado en serio, se alarma y pone la palabra Humor como escudo.
“Nunca hago humor. Cuando la gente ve que alguien no se toma en serio lo que ellos sí, se alarma y usa la palabra humor como escudo”
P. Lo que sí destaca en sus textos es que salta sin complejos de las referencias cultas a las populares. ¿Ya no hay fronteras entre alta y baja cultura?
R. Creo que la frontera sigue vigente. La alta y la baja cultura no se definen por los materiales puestos en juego sino por la actitud del jugador. En mi caso, todo es alta cultura. Los elementos televisivos, o populares en general, que suelo injertar en lo que escribo quedan como un collage, nunca se integran realmente.
P. Podría pensarse que más de cien libros son suficientes para dejar de escribir. ¿No se plantea abandonar la literatura o, si acaso, la publicación?
R. Bueno, mis libros se han ido haciendo más y más delgados con el tiempo. Hasta hace poco me costaba pasar de las cien páginas, pero ahora ya me cuesta pasar de las veinte. Se parece a una extinción natural, ¿no?