¿Qué libro tiene entre manos?
Los Pequeños ensayos de Pascal Quignard y En tiempos de catástrofes de Isabelle Stengers.
¿Qué le hace abandonar la lectura de un libro?
Que no me descubra nada.
¿Con qué personaje le gustaría tomar café mañana?
Nunca tomo café. Pero no le negaría un té a cualquier dios creador, si lo hubiese, para cantarle las cuarenta del modo más altamente incorrecto…
¿Recuerda el primer libro que leyó?
Ramuncho de Pierre Loti. Tenía ocho años. Me pasé el verano tumbada en el sofá sin poder despegarme del libro.
Cuéntenos una experiencia cultural que cambió su manera de ver la vida
A los doce años me echaron del internado de Bruselas por leer, con una linterna bajo las mantas, un libro de Alejandro Dumas sobre las guerras entre católicos y hugonotes. Me vinieron a buscar y empezó mi vida en Andalucía. En 4.º de bachillerato el libro de texto de Filosofía me descubrió mi vocación.
¿Cómo surgió su pasión por el pensamiento oriental?
El tema de la conciencia me fascinó desde niña. Y en esto las escuelas indias nos llevaban muchos siglos de ventaja. Así que remonté el cauce. El salto fuera de lo propio fue algo más que una experiencia intercultural.
¿Qué necesita aprender el racionalismo occidental del confucionismo, el taoísmo y el budismo?
Del confucianismo, la necesidad de saber gobernarse a sí mismo antes de pretender gobernar un Estado; del taoísmo, nuestra pertenencia al medio y la recuperación de la escucha; del budismo chan, la observación del yo y la erradicación de la metafísica.
¿Y qué le debe Las venas del dragón al tradicional I Ching o Libro de las mutaciones?
La necesidad de escribirlo. El cambio de parámetros que necesitamos ahora tan urgentemente a todos los niveles requiere reemplazar la cosmovisión inmovilista y antropocéntrica que nos ha llevado hasta aquí por otra más acorde con las últimas teorías físicas, la de un universo en movimiento en el que no hay entes separados, sino fuerzas activas mutuamente transformadoras. Entender el universo como dinamismo, circularidad, relatividad y complementariedad es un buen punto de partida.
¿En qué consiste su defensa de la estética como sabiduría?
No hay sabiduría que no empiece por la quietud mental. Se trata de estar atento y de poder situarse en presente. Para ello, la concentración es indispensable. Las artes son un medio inmejorable para ello: cuando el artista logra perderse a sí mismo en lo que hace, el cuerpo actúa libremente. El cuerpo es un animal antiguo que sabe más que el yo. A diferencia de la mente racional, está conectado con su entorno. La resonancia, entonces, se abre paso.
¿Le importa la crítica? ¿Le sirve para algo?
Un buen crítico lleva a sus espaldas mucha autocrítica. He aprendido mucho de algunas y las he agradecido. Ahora no las leo, me parece una pérdida de tiempo.
¿De qué artista le gustaría tener una obra en casa?
Preferiría una casa sin ideas.
¿Se ha “enganchado” a alguna serie de televisión?
Sí, al Sherlock Holmes interpretado por Benedict Cumberbach, por ejemplo. O a El joven papa, de Sorrentino, o la primera parte de House of Cards.
Denos una medida para mejorar nuestra situación cultural.
Habida cuenta de que la cultura no puede desligarse de la educación, propondría una radical revisión de la misma en la que se introdujera como materia obligatoria: una educación política y medioambiental, una historia intercultural de las religiones como mitologías, una historia intercultural de la filosofía, una educación sentimental, y unos rudimentos musicales.