"No estudio romanos porque sean muy interesantes. Todos dicen que amo a los romanos, pero, en realidad, no me gustan. Sin embargo, merece la pena estudiarlos debido a la complejidad que aportan. Por eso hay que fijarse en ellos, para aprender de sus defectos", confiesa Mary Beard (Much Wenlock, Shropshire, 1955), Premio Princesa de Asturias 2016, catedrática de Clásicas de Cambridge y una de las mayores especialistas en la Antigüedad grecorromana.

Infatigable y, como siempre, muy cordial, la historia británica está de visita a España, donde ha impartido una conferencia en el Museo del Prado y donde presenta estos días su nuevo ensayo, Doce césares (Crítica), una erudita y didáctica reflexión sobre cómo se ha representado el poder a lo largo de la historia occidental que muestra hasta qué punto todavía hoy bebemos, en este como en tantos aspectos, de los cánones latinos.

Convertidos, en buena medida gracias al cine, en figuras populares, Beard opina que los emperadores romanos más famosos, como Augusto, Nerón, Marco Aurelio Calígula o Cómodo, "representan todavía hoy todas las preguntas incómodas que podemos hacernos sobre el poder. En la narrativa antigua representaron la dictadura, el sadismo, la corrupción, la perversión. Muchos de ellos tuvieron vidas y finales terribles, fueron asesinados u obligados a suicidarse. Debemos repensar sus figuras bajo este conocimiento, porque sus estatuas no son simples imágenes del poder, son lecciones de piedra", defiende la historiadora rodeada de ellas en la sala de esculturas de la pinacoteca madrileña.

Ecos del pasado

Un conocimiento que, según aduce Beard ayuda a encontrar modelos constantemente. "Lo más fácil", explica, "es irse a los estereotipos. Por ejemplo, si quieres dejar claro que un político es un incompetente, solo tienes que ponerle una toga y una lira junto a un fondo en llamas. Todo el mundo recordará al Nerón de Quo vadis?". Sin embargo, la historiadora pone sobre la mesa paralelismos mucho más inquietantes que una simple sátira. "Es muy difícil no relacionar a Trump con Julio César. Con el segundo la historia ha sido benévola, pero también era un hombre de ideología populista que se enfrentó al Estado y trató de comunicarse con la gente del mismo modo que Trump hizo a través de Twitter", defiende.

"Aunque hayan pasado dos mil años, en política sigue vigente la imagen del hombre con aspecto autoritario, aunque ahora lleve traje y no toga"

"Hoy en día leemos los textos de César como si fueran literatura clásica, pero en su época eran propaganda. Lo que pretendía, y consiguió, era saltarse los cauces habituales y legales del poder. Y su ambición solo desembocó en una era de violencia civil sin precedentes", reflexiona. En este sentido, la autora insiste en que a pesar del correr de los siglos no nos dejemos engañar, pues "todos los políticos emplean unas estructuras semejantes. Sigue vigente la imagen del hombre con aspecto autoritario, aunque ahora lleve un traje y no una toga". Y añade que hoy, más que en las estatuas, "los políticos tratan de justificarse y significarse a través de su biografía, pero muchas de estas semblanzas de políticos modernos no van a sobrevivir".

Beard entra de lleno espinoso asunto de las estatuas, foco regular de polémica en los últimos años. De hecho, en su libro cita el ejemplo de la Brown University, en Estados Unidos, donde un grupo de estudiantes pidió el año pasado que fueran retiradas del campus una estatua de Julio César y otra de Marco Aurelio, por considerar que representaban la supremacía blanca, propuesta que fue rechazada. "Aunque la petición fuera un disparate, demuestra que los estudiantes advirtieron que detrás de las estatuas hay una ideología, que no son solo objetos decorativos", opina.

Recordar la tiranía

"En general, el debate de derribar estatuas solo existe porque hay una polarización del discurso político. La gente solo se plantea mantenerlas o derribarlas, pero no se para a pensar qué son y por qué están ahí. Y la gran mayoría no están para ser admiradas, sino para que miremos hacia la historia y sepamos dónde nos encontramos respecto al pasado", defiende Beard, que, como siempre, tiene a punto un ejemplo práctico y sorprendente que también descolla en las páginas de su libro, plagado de potentes imágenes.

"Las estatuas no están ahí para ser admiradas, sino para que sepamos dónde nos encontramos respecto al pasado"

Se trata de la estatua ecuestre del rey Carlos I de Inglaterra, que fue derrocado y ejecutado formalmente en 1649 y hoy se alza a caballo cerca de la londinense plaza de Trafalgar. "La estatua mira hacia el lugar donde le cortaron la cabeza y está ahí por algo. Obviamente, nadie quiere que vuelva, porque fue un rey terrible, así que esa imagen nos advierte de que tuvimos que matarlo para vivir mejor. Nos enseña que la política y el progreso conllevan un alto precio, que la democracia costó sangre. Esa es la complejidad de la historia y lo que muchas de estas representaciones nos invitan a recordar", explica.

Dicho esto, la autora reconoce que, por otro lado, no le importa que se retire cualquier estatua o símbolo similar, pues "no es nada realista pensar que lo que ha sido erigido, sean estatuas, monumentos o edificios, no será tirado antes o después. Siempre se van a derribar estatuas", razona. Sin embargo, considera más peliagudo establecer dónde poner el límite. "Ahí está el desacuerdo principal. Está claro que las víctimas de algo siempre son más sensibles. Lo difícil es decidir cuáles serán nuestros héroes para el futuro y cuáles no", valora. Eso sí, teniendo claro que nada es eterno, pues como concluye Beard, "antes o después, todos los héroes del mundo son derribados de sus pedestales".