Escritor contestatario, comprometido, disconforme, Philippe Claudel (Nancy, 1962) expulsa al lector del cómodo asiento de su lectura. Claudel está estos días por España, donde ha venido a presentar Inhumanos, en el Instituto francés. Una novela, como él la define, de veinticinco relatos cortos sobre unas parejas de empresarios que, sin el menor sentimiento ni emoción, nos muestran unas vidas en las que matan, “follan”, congelan bebés, compran seres humanos, los entierran vivos, y un largo etcétera. Desde la primera línea en la que leemos “ayer por la mañana compré tres hombres”, el lector se da cuenta de que, esta vez, Philippe Claudel ha ido más allá de cualquier umbral.
En su largo recorrido como intelectual, el cineasta y dramaturgo ha sido profesor en los liceos y la Universidad de Nancy, profesor de niños discapacitados y en las cárceles, donde cotejó el horror y las vidas truncadas. En 1999, empezó su carrera de escritor en la que no ha dejado de cosechar premios como el Goncourt, el Renaudot por Almas grises y el Goncourt de los Estudiantes por El informe de Brodeck. Autor de La nieta del señor Linh o El archipiélago del perro, entre muchos otros libros, Claudel se pone siempre en la piel de los seres desfavorecidos, los emigrantes, los niños de la guerra, los que sufren, los que lloran, los condenados. En Inhumanos, sin pelos en la lengua, nos da una bofetada y nos sitúa frente al horror más despiadado de nuestra sociedad. La famosa era digital. ¡El espléndido siglo XXI!
Pregunta. ¿Qué función tendría la literatura si no es la de poner el dedo en el ojo de la realidad?
R. La literatura puede tener diferentes funciones. Yo no tengo nada en contra de la literatura de entretenimiento o de fantasía. Es más, yo mismo he escrito novelas que buscaban eso. Pero, de repente, necesito interrogar el siglo en el que vivimos, frontalmente. Casi brutalmente, diría. Como si dentro de mí despertase un proyector. Ha sido el caso en Inhumanos, también en Abandono (2000), en la que hice una radiografía de la sociedad francesa a principios del 2000. Mi obra dramática Le paquet (2010), puesta en escena con Gérard Jugnot, también es un texto directo. En estos casos lo que me interesa es hacer una autopsia del ser humano actual, auscultar el mundo tal y como va, o mejor, tal y como no va. Y esto solo lo puedo hacer brutalmente. Desagradablemente. No estamos aquí para acariciar al lector sino para despertarlo. Para decirle “¿ha visto lo que está ocurriendo? ¿Se da cuenta a lo que hemos llegado?”. Ese es el espíritu con el que escribo.
P. Y deja al descubierto su visión, como un grifo abierto.
R. Sí. Inhumanos, aunque inicialmente el texto lo escribí en 2009, no quise publicarlo porque pensé que era una bomba explosiva y preferí esperar un mejor momento editorial. Lo hablé con mi editor y mejor amigo Jean Marc Robert, que enfermó de cáncer durante esos años y falleció dos años más tarde. Durante su enfermedad lo aplacé constantemente. Mi amigo murió en 2013. Publiqué otros libros entre tanto, hasta que Inhumanos salió en Francia en 2017 y ahora en España, gracias a Bunkerbooks. Pensé que el texto podía haber envejecido, pero desgraciadamente estas anticipaciones siguen y se confirman de total actualidad.
P. Su voz se ha convertido en grito de alarma. Bajo una realidad paralela, Inhumanos nos pone ante una sexualidad absurda, el canibalismo, el asesinato. Veinticinco historias de una realidad posible, escritas en clave de humor negro.
R. Me dije que era la única manera de hablar de estos temas sin caer en la literatura horrorífica. Además, a lo largo de mi adolescencia, a finales de los 70 y principio de los 80, me pasaba la vida viendo y leyendo a escritores, dibujantes, humoristas algo polémicos como Jean-Michel Reiser, Philippe Villemin, Franquin, Charlie Hebdo o Coluche. Todos ellos ponían el dedo en la llaga gracias al humor negro que se practicaba en Francia y permitía abordar todos los temas. Desde entonces, ese terreno se ha ido estrechando cada vez más y ahora el humorista no puede decir nada. Vivimos en una sociedad encorsetada que, por un lado pisotea la moral y, por el otro, dicta otras nuevas normas morales. Lo más trágico que ha ocurrido últimamente ha venido a raíz de las caricaturas de Mahoma que han incitado a personas a matar. Los medios de comunicación han dicho en Francia que este tipo de humor estaba mal visto, sin darse cuenta que esta extraña autocensura lo que ha permitido es que los asesinos se sintieran respaldados. Hoy en día, nos prohibimos utilizar este tipo de humor cuando, para mí, es esencial. Incluso Voltaire, en Cándido, reconoció este tipo de humor. Por eso me he colocado abiertamente del lado de estos humoristas y propongo un texto que abra los ojos al lector bajo el prisma de la risa negra.
P. Y si hablamos del estilo de Inhumanos, no es al que usted nos tiene acostumbrados en sus novelas anteriores. Aquí, tenemos a un narrador incapaz de poner un signo de puntuación, de alargar una frase y su simplicidad es alarmante. ¿Consecuencia de la era digital?
R. Es la paradoja de la humanidad. La gente se pasa el día escribiendo mails, mensajes y textos, cuando nunca hemos escrito y leído tanto. Los escritos son de una pobreza estilística, sintáctica, ortográfica preocupante. Lo mismo ocurre con la complejidad de las emociones humanas que ahora resumimos poniendo un emoticono. Esta especie de escritura vacía de emoción, de complejidad, me interesaba en este libro en el que exploro a unos seres humanos que van alejándose de la esfera de la humanidad para convertirse en otra cosa. Yo que soy un loco de las metáforas escogí una escritura en la que no hubiera afecto ni emoción. Necesitaba esta escritura casi robótica. Incluso los personajes son intercambiables. No están descritos físicamente, sus nombres son comunes, son seres banales, anónimos. De hecho, se puede empezar a leer desde cualquier capítulo porque tampoco el ser humano es ya capaz de leer algo más extenso.
P. Explorando lo inhumano también se destaca lo humano. ¿Cómo podríamos avanzar de forma más positiva? ¿Ve usted algún atisbo de esperanza?
R. ¡Depende del día! Si he escrito este libro es porque me siento perdido, con códigos que entiendo cada vez menos. Lo que más me inquieta es que ya no hacemos ni somos sociedad. Me explico. Hay una constante exaltación del individualismo, del comunitarismo y no solo religioso. Puede ser alimentario, cada vez hay más microcomunidades que quieren imponer su modo de vida, el veganismo, por ejemplo, el ayurveda, como sexual con la homosexualidad y la transexualidad. ¡Cuando en realidad son grupos minoritarios de personas! En Francia, en todas las revistas se propone el cambio de sexo como si eso fuera lo habitual, una norma, cuando estadísticamente es una excepción. ¿Por qué tenemos que plantear esta elección a todos los jóvenes? ¿Cuál es la responsabilidad de los medios de comunicación? Cuando nuestros críos ven eso, están completamente perdidos. ¿Qué juventud estamos educando?