La historia del arte, la espiritualidad y las leyendas del mundo clásico son los ingredientes que ha elegido Alberto Cerezuela (Almería, 1982) para su nueva novela. El juramento de sal (Editorial Círculo Rojo) no es una continuación de El refugio de los invisibles, tal y como se advierte en el prefacio, aunque la inspectora Reyes Martínez vuelve a tener un papel determinante en el desarrollo y la resolución de la trama. Para esta ocasión, Cerezuela vuelve a escoger su tierra natal como escenario. "Veo la Ribera de la Algaida a través de mi ventana, y eso inspira mucho. Observo y fantaseo mirando los terrenos donde se situaban las antiguas salinas", cuenta el autor.
En efecto, Almería se erige como un gran enclave para una novela de estas características, muy sugerente por su historia, fundamental en la trama, y por su entorno: un paraje espectacular desde las zonas desérticas hasta la belleza de algunos lugares paradisiacos. Las Salinas de San Rafael, de origen fenicio, es la ubicación donde desaparece en circunstancias muy extrañas Inés Velázquez, una niña de siete años.
La inspectora Martínez sospecha que el grupo de amigos y vecinos, incluidos los propios padres, esconden información. Sobre esa incertidumbre inicial que plantea el autor, se teje a lo largo de las páginas un thriller de sectas y espiritismo, con la mitología clásica y la arqueología como telón de fondo, donde la propia ambientación, según Cerezuela, "es un personaje más de la novela, quizá el personaje principal, puesto que maneja al resto como si fueran marionetas".
Son numerosos los apuntes históricos relacionados con la sabiduría popular y las supersticiones ancestrales. Así configura el autor un marco inquietante, incorporando además a la narración numerosas leyendas que proceden de la tradición oral y los primeros textos de la civilización. Así los libros del padre de Inés, arqueólogo, de temática histórica y criminal, articulan el contexto de la novela. "La casa de Alejandro Velázquez y Rebeca Torres es la mía, idéntica, así como los libros que hay en su biblioteca son los que yo leo", reconoce Cerezuela.
El tiempo de la novela se distribuye en tres etapas a las que se acude y se regresa regularmente: los años 60, el decisivo 1994, repleto de referencias a la década de los 90 a modo de homenaje, y la actualidad, donde Lucas Campillo, Alma Valero y Reyes Martínez tratan de resolver el caso, que tiene su origen muchas décadas atrás. "Lógicamente, tienen que conectarse en algún momento", explica el autor. Por ello la historia sobre la que se vuelve constantemente es la que "encierra la clave de todo", dice.
El juego del desconcierto
La trama se presenta como un juego donde la clave es la alternancia de pasajes que, al mismo tiempo, aproximan y desconciertan al lector. "Jugar al despiste es santo y seña de este libro", reconoce Cerezuela. Las piezas del puzle aparecen a cuentagotas, incrementando la confusión. La destreza más reseñable de esta narración consiste en omitir datos en el momento más "oportuno", como cuando se oculta la identidad del vecino con quien Rebeca engaña a su marido. El objetivo no es otro que el lector siga ansioso por descubrir qué pasa. Además, los capítulos de El juramento de sal son breves, con finales gancho que favorecen la intriga del lector para seguir agarrado a la historia.
Otro recurso muy inquietante es el que utiliza en el inicio de algunas partes de la novela, editadas con una tipografía distinta al grueso del texto. El autor escoge en este caso el punto de vista de la niña, casi otorgándole la voz narrativa. Así sabemos que está secuestrada y no muerta. Por otro lado, muchos capítulos comienzan con una reflexión para destensar la trama, que resulta frenética en su conjunto. En otras ocasiones emplea frases sentenciosas —a veces recurrentes, otras originales— con trazas aforísticas, a modo de conclusión sobre una idea o para cerrar un capítulo: "El dolor no desaparece, solo le haces sitio".
Es inevitable advertir en El juramento de sal algunas alusiones a sucesos reales como el de Ana Julia Quezada, que asesinó precisamente en Almería a Gabriel, un niño de ocho años. "El culpable siempre está presente en la búsqueda inicial", se dice en un pasaje. "Es inevitable como contador de historias que acontecen en Almería", arguye el novelista. Además, "hay tintes de la historia del asesino de los barrancos, la Difunta Correa o, lo más claro, el descubrimiento y redescubrimento del Yacimiento de Turaniana", reconoce. Y es que "la novela negra deja camino para divagar sobre otras historias", según Cerezuela.
Sea como fuere, el peso principal del argumento versa sobre una idea que subyace a lo largo de toda la obra: lo oculto, lo que no se puede ver. "Observar, a escondidas, lo que hace la gente cuando está sola", se dice en otro momento. El juramento de sal es una novela negra arquetípica. Una inspectora que en su descanso decide pasear por el lugar del crimen, un leitmotiv del que sospechamos que terminará por ser determinante o unos personajes secundarios que acabarán teniendo mucha importancia. Y, por supuesto, es una obra llena de símbolos. La sal, por ejemplo, integrada en leyendas que el autor va desgranando a lo largo de la narración. Un pretexto perfecto para un título tan sugerente.