Amor y política se vienen entrelazando en la discografía de Nacho Vegas (Gijón, 1974) desde que se la jugó dejando Manta Ray (porque sentía la necesidad de cantar en español) para emprender, a la intemperie (y casi a la deriva), su trayectoria en solitario. Para él, está muy claro: la manera de querernos los unos a los otros determina el contexto político. Y a la inversa también hay correlación: los discursos públicos dominantes moldean nuestras relaciones afectivas. Cantar al amor es cantar a la revolución, y viceversa.
Bajo esa premisa, asumida desde finales de los 90, ha ido sedimentando un cancionero antológico, de una brutal honestidad y una poética hiperrealista, que amalgama las cuitas íntimas y las luchas ideológicas que han atravesado el país en las últimas dos décadas, incluyendo el parteaguas del 15M, que elevó el tono de su compromiso cívico. Su último álbum, Mundos inmóviles derrumbándose (Oso Polita), mantiene la misma alquimia, aunque con alguna llamativa sorpresa formal. Ataviado con su abrigo largo negro y con gafas de aviador, que camuflan dolor, timidez, fragilidad y ternura, camina por La Latina hacia la oficina de la discográfica donde desgranará durante una hora las peculiares circunstancias en que se gestó el disco, sus inspiraciones literarias (Carver, Dante…) y la coyuntura social de esta España nuestra.
Pregunta. Ritmos afrocaribeños y Nacho Vegas. Es una asociación que a sus seguidores, de entrada, causará estupor pero que ha cuajado (bien) en La flor de la manzana.
Respuesta. Para mí la bomba puertorriqueña era un mundo desconocido pero cuando conocí a Mancha ‘E Plátano me enamoré de su conexión de los ritmos con los instintos.
P. En realidad, siempre tiende a los contrastes entre formas musicales celebratorias y el relato de historias duras.
R. Es que es lo que caracteriza a la música popular. Ya lo decía Tom Waits: envolver historias difíciles en melodías hermosas. Durante el confinamiento, una de las cosas que descubrí fue las canciones de las recolectoras de fresas de finales del siglo XIX y principios del siglo XX en Italia: melodías muy divertidas y letras muy satíricas contra el patrón. Música que se canta para afrontar las penalidades de un trabajo duro y alienante. Igual ocurre en las guerras y los funerales.
P. A partir de The Gift, el poema de Carver, compuso el Don de la ternura. ¿Es esta un arma para rebelarse contra nuestro ‘áspero mundo’, que diría su admirado Ángel González?
R. Sí, porque vivimos un momento en el que el cinismo y el sarcasmo cruel está de moda. Basta asomarse a las redes sociales. La ternura es lo contrario. Algo que no solo remite al cariño y el apoyo mutuo sino también a un arma bonita y empoderadora. Un arma que hay que empuñar, desde luego.
"El cinismo y el sarcasmo cruel están de moda hoy. Conntra esto hay que empuñar la ternura, un arma bonita y empoderadora"
P. Claudio Rodríguez, compañero de la generación de Ángel González, tan dipsómana, ensalzaba el don de la ebriedad. A usted en cambio la ebriedad no le ha ayudado en su faceta compositiva, ¿no?
R. No especialmente. Para escribir canciones el mejor estado de ánimo es la lucidez e, incluso, el buen humor, aunque partas de realidades dolorosas. Cuando estoy demasiado bajo de ánimo, no soy muy productivo. Y si la pregunta va por las drogas, pues es verdad que a mí nunca me han funcionado.
P. Sí, porque usted ha contado sin tapujos que hubo periodo de su vida en que abusó de la heroína y perdió el norte.
R. Lo que me salvó entonces fue la música. Cuando empecé a comprobar que daba un concierto y era un desastre, supe que había cosas más importantes que poner en valor. Hay drogas que te quitan la ansiedad y el dolor. Es lógico que te gusten. Los que abusamos de ellas solemos ser gente que le tiene demasiado miedo al dolor, que, sin embargo, ellas te devuelven multiplicado. Por eso, aparte de cobardes, debemos de ser un poco imbéciles. Anestesiarse frente al mundo es nefasto para escribir una canción.
P. ¿Y para el amor?
R. Sin duda, la droga lo destruye porque te hace una persona muy mezquina, egoísta y ruin.
P. Para escribir este álbum tuvo que sobreponerse a un bloqueo creativo grave. ¿Ha sido el peor de todos los que ha vivido?
R. Probablemente, pero es cierto que todos los que nos dedicamos a esto estamos acostumbrados a fases así. Lo del virus ha sido una bofetada emocional, a mí el bloqueo que me produjo llegó a preocuparme porque me di cuenta de que para sentirme vivo necesito escribir canciones. Tenía algunas esbozadas y las sentía como un tumor que me crecía por dentro. Al estar todo monopolizado por la Covid no era capaz de desarrollar nada. Y me llegué a acojonar pensando si era ya el bloqueo definitivo. Mi piso de Xixón se me vino encima.
P. Para desbloquearse se marchó a Ortigueira, un pueblo en la costa. Allí se llevó Las uvas de la ira y la Divina Comedia. ¿Por qué estos dos libros?
R. Pues es que los estaba releyendo, y me gustaron mucho más que cuando los leí por primera vez. Siempre llevo conmigo libros, sobre todo poesía, porque a veces abro una página, al azar, y una sola palabra que me remite a algo me puede desatascar un verso. Me resulta muy sano y productivo olvidarme de mi canción y sumergirme en la lectura.
P. Dante encuentra al final de la Comedia la luz divina, que le redime de sus padecimientos. ¿Llegó a ver algo parecido en aquel encierro?
R. [Ríe] Desde mi ateísmo, lo tengo un poco complicado para ver ese tipo de luces. Pero me interesa y me enriquece mucho hablar con gente que sí cree. Para mí la luz es la fe en el ser humano. Podemos transformar el mundo si nos vinculamos a través de mecanismos como la ternura. Aunque resulta difícil en este tiempo en que nos han quitado la calle, que es donde se gestan las luchas emancipatorias y las escenas culturales más interesantes.
P. Siguiendo con los libros y volviendo a Ángel González: ¿la principal lección que obtuvo de él fue la línea clara en la poesía, muy presente también en sus letras?
R. Sí. Leyéndole a él, al igual que a Gloria Fuertes, Carlos Edmundo de Ory o Nicanor Parra, siempre pensaba que era muy pop y que merecía la pena ser cantado.
P. ¿Y qué relación tiene con el legado de otro icono cultural astur, Víctor Manuel, que le precedió en esto de componer y cantar canciones comprometidas con su tiempo?
R. En Asturias siempre que hay un acto político se acaba con su Planta 14 o su Asturias. Es una figura que todos tenemos muy presente allí pero que optó por una vía demasiado cómoda, la de estar con el poder. Para mí es una putada no poder disociar al personaje de la obra. Me genera cierta antipatía por sus decisiones políticas (su tránsito del comunismo a la socialdemocracia) pero sus canciones me emocionan mucho cuando veo a la gente cantándolas a coro.
"La caída del capitalismo será más parecida a la del Imperio romano que a la toma de La Bastilla"
P. ¿Puede que su rechazo a la socialdemocracia tenga un poso freudiano, dado que su padre, director general de Trabajo en los tiempos de la reconversión, también perpetró la misma ‘traición’?
R. Uhmm… [sonríe] Bueno, no creo, aunque sí entendí con el tiempo que estuvo en el lado equivocado en esa época tan difícil para Asturias. Pero tiene más que ver con lo que ha significado la FSA [Federación Socialista de Asturias], sobre todo en Xixón y toda Asturias, que han sido feudos tradicionales del PSOE. No tanto Uvieu. Hizo mucho daño acabando con la tradición de lucha obrera que teníamos y originando una migración masiva que ha tenido terribles consecuencias culturales. Le faltó valentía y audacia para afrontar la cruda realidad de los asturianos y nos quiso camelar con el eslogan ese de ‘Asturias paraíso natural’.
P. Con Podemos se ilusionó en su momento y luego se desconectó. ¿Hasta qué punto el chasco de este proyecto ha desmovilizado a la izquierda?
R. Fue una aventura que duró demasiado poco, hasta el primer Vistalegre, luego vino la lucha de puñales. Muy triste. Un desencanto para muchos movimientos sociales que confluyeron ahí. Me alejé de la vía institucional por la que optó: ser subalternos del PSOE y tragar sapos en lugar de ser una izquierda más transformadora en la oposición, que se la ha dejado a la derecha y la ultraderecha. Estas han conseguido desde ahí que cale su discurso lgtbifóbico y antifeminista, algo espeluznante. Volveremos a ilusionarnos pero será sobre las cenizas de Podemos.
P. Canta en Big Crunch que “el capitalismo ha entrado en fase de implosión”. ¿Es un wishful thinking o tiene algún dato empírico que lo avale?
R. [Ríe] No, no... Como dice Alba Rico, la caída del capitalismo será más parecida a la del Imperio romano que a la toma de Bastilla. Cuestión de siglos. Pero este turbocapitalismo depredador que se nutre de los recursos finitos del planeta tendrá que acabar reventando algún día. O se le abrirá una grieta que deberemos aprovechar para construir un mundo postcapitalista más justo y bonito que este. Y que por desgracia yo no veré.