El 28 de mayo de 2022, la biblioteca de Sant Martí, al noreste de Barcelona, dejaba de ser la antigua pinacoteca del distrito y se convertía en el flamante bloque denominado Gabriel García Márquez. Este edificio, de 3.000 metros cuadrados y más de 40.000 volúmenes de préstamo, atesoraba un rincón especial: más allá de sus referencias al autor colombiano, reservaba un espacio a su vecino más ilustre. El racó Francisco Ibáñez ofrecía centenares de tebeos del creador de Mortadelo y Filemón para quien quisiera descubrir o releer al prestigioso historietista, residente a un par de calles de este edificio.
Con motivo de esa inauguración, los responsables políticos y administrativos le invitaron, pero su estado de salud le inclinó a la negativa. El mismo día en el que acudían representantes del Consistorio y curiosos de la zona, sin embargo, su presencia inesperada formó un revuelo especial. "Me daba igual que vinieran ministros, yo prefería a Ibáñez", ríe Neus Castellano, la directora de esta biblioteca pública. Allí se plantó el artista, ya mayor y de forma repentina, con su mujer y una cuidadora. "Nos partimos de risa. Se lo pasó bomba. Era una lección de humanidad y bondad", rememora a EL ESPAÑOL esta encargada.
Francisco Ibáñez, fallecido este sábado 15 de julio a los 87 años, pudo ver en vivo ese lugar reservado a su obra, con una foto suya, tumbonas de lectura y estanterías llenas de viñetas. "Como no sabíamos que venía, no le dejamos ni un hueco en la fila institucional, pero luego paseó con todos y hasta firmó con dibujos varios cómics", indica Neus Castellano. "Fue un honor, porque todos hemos crecido con él".
[Los mejores tebeos de Francisco Ibáñez, rey del humor disparatado]
A este dibujante se le conoce por sus historias disparatadas tanto de los citados agentes de la T.I.A. como por Rompetechos, El botones Sacarino o 13, Rue del Percebe. En todas se filtraba el latir social con el humor. Y ese pulso a la realidad era el de un país entero, pero también el de las cuadras donde creció. Las de Sant Martí, ese barrio de ladrillo visto en el que ahora hay 220.000 personas censadas y que, gracias a sus ilustraciones, sentía "orgullo".
"Lo que hacía era un reflejo de lo que le rodeaba. Y mostraba la picardía, la gracia de los vecinos... Además, no estaban acostumbrados a salir en ningún sitio, porque solo se enseñaban la playa o los monumentos de Gaudí", comenta Castellano. Cree la directora que no hay ninguna casa española sin un tomo de Súperhumor, esas antologías con diferentes tiras del autor barcelonés, y que se palpa en sus obras la representación de "estereotipos del imaginario colectivo": "Los hacía muy bien, muy genéricos y blancos pero que siempre tenían un fino doble sentido".
Su responsable, aparte de atesorar aquella jornada en la memoria, ha continuado con el halo del autor a diario: "Sus tebeos siguen siendo los libros más prestados. Y ahora es curioso, porque tenemos 12 tumbonas en su área de la biblioteca y se ve siempre a una parte de gente más mayor revisando los cómics de Ibáñez y a la otra mitad, de jóvenes, leyendo Manga o Naruto".
Dicha estampa no es sólo la constancia de su vigencia, sino el amor que se le profesa en su barrio y en el resto del globo, sobre todo áreas de habla hispana. "Se nota que es muy conocido, porque siempre que se hacen visitas y vienen latinoamericanos, dicen que saben quién es", anota Castellano. La encargada de la biblioteca también dice con sorna que Ibáñez estaba siempre a disposición de los lectores, pero evitaba los actos oficiales.
"Un compañero, de hecho, había organizado una cita cultural para que viniera y le dijo que eran sobre las historietas, para que se acercara", cuenta con guasa y pena al mismo tiempo. Ahora ya no saben cómo saldrá. Ni si van a retocar algo del edificio. "Se llama como un premio Nobel y está dedicada al universo de Macondo y al continente sudamericano, pero es que Ibáñez es mucho y ya nos dirán que le pongamos su nombre; lo que pasa es que eso es algo que se decide en un pleno", resopla.
Lo que sí tienen es un cartel de Carlos Azagra, compañero de oficio y creador de Pedro Pico y Pico Vena, con una ilustración del inmueble, sus lectores y un paseante sospechoso: porta unas gafas que agrandan sus ojos achinados, un bastón y una carpeta llena de bocetos. Ahí seguirá, circulando por sus callejuelas aunque sea en tinta.