A lo largo de la Historia, la creación cultural surge y se difunde siempre en relación con diversas variables de todo tipo. Glosamos aquí algunos de los rasgos y tendencias de estos veinticinco años y su interacción con la cultura: los agitados acontecimientos políticos, la pandemia, el despertar feminista, las innovaciones tecnológicas, las redes sociales, los rebrotes de la censura, la repolitización, el papel de la educación, la inteligencia artificial, los avances de la ciencia…
Crisis en un planeta convulso e inestable
Parece difícil encontrar en los últimos veinticinco años hechos histórico-políticos que no hayan tenido efectos negativos. Líderes inapropiados para la causa democrática han ostentado u ostentan las más altas responsabilidades en países de importancia. El retroceso en las libertades se ha cultivado con los populismos, los nacionalismos, la polarización atomizadora y la acentuación de los extremismos de derecha e izquierda.
El fundamentalismo totalitario se quintaesenció en el terrorismo yihadista que golpeó en Nueva York, Madrid, París, Bruselas, Barcelona y otros lugares del planeta, especialmente de África y del mundo árabe. A las guerras, entre otras, de Irak, Siria o Afganistán se han añadido las provocadas por la invasión de Ucrania por Rusia y el ataque de Hamas a Israel.
El fenómeno de las migraciones masivas, saldado con insoportables tragedias humanitarias y con la concurrencia de mafias, no encuentra acuerdos ni medidas que orienten su solución. A los estragos de la Covid-19, le había precedido la crisis económica y financiera de 2008.
La extendida conciencia sobre el cambio climático no va acompasada de acciones al más alto nivel que frenen sus consecuencias y un cierto sentimiento preapocalíptico. Los logros en igualdad y derechos de las mujeres en el ámbito occidental chocan con el muro de la situación de millones de mujeres en los estados islamistas y teocráticos.
La Primavera Árabe (2010-2012), con su exigencia de derechos, se disolvió con resultados decepcionantes cuando no con retrocesos. La salida de Gran Bretaña de la UE (2020) hizo temblar a una Europa desasosegada por las dificultades de armonización. Y estos son solo algunos trazos de una inquietante encrucijada. ¿Qué hace y qué puede hacer la cultura en esta tesitura?
El año de la peste y del confinamiento
Es posible que jamás sepamos el número exacto de muertes causadas por la Covid-19 en España. Los expertos aseguran que la cifra se acerca a los 162.000 fallecidos, pese a que los registros oficiales los cifran “solo” en 98.900. Antes siquiera de aventurar el alcance humano de esta inmensa tragedia, el 14 de marzo de 2020 el gobierno decretó el confinamiento obligatorio de la población. Durante tres meses (hasta el 21 de junio) también el mundo de la cultura se confinó, mientras librerías, bibliotecas, museos, cines y teatros se veían obligados a cerrar sus puertas. Las consecuencias fueron inmediatas.
La industria editorial se vio obligada a parar la producción, retrasando sus mejores lanzamientos, mientras las librerías cerraban sus puertas, algunas (las menos) para siempre. Las ventas de libros disminuyeron un 80 por ciento en el confinamiento, pero el público descubrió de nuevo la lectura, de modo que las ventas de ebooks aumentaron un 43 por ciento.
El mundo del arte necesitó dos años para recuperar las cifras de visitantes pre-pandemia, pero mientras los museos incrementaron su oferta digital, siendo la visita a exposiciones virtuales la actividad con mayor participación, seguida por la asistencia a actividades en streaming y la escucha de podcasts.
Interrumpidos los rodajes y paralizada la distribución y exhibición de novedades, los cinéfilos pudieron refugiarse en las plataformas de pago, creando nuevos hábitos de consumo. Lo mismo hicieron los aficionados al teatro y los melómanos, pero si bien estos últimos acabaron volviendo a las salas sin excesivos problemas, los cines han perdido un 40 por ciento de espectadores, aunque existen razones para el optimismo, como la apertura de nuevos cines.
Emergencia de mujeres en todos los campos
El auge sostenido del feminismo en estos años ha marcado todos los ámbitos y, por supuesto, el de la cultura. La percusión del movimiento #MeToo desde 2017 –con la investigación de The New York Times sobre el productor Harvey Weinstein– y la conciencia compartida de la igualdad en derechos y libertades de las mujeres ha dado lugar a la emergencia de las creadoras.
La presencia de escritoras, artistas, compositoras, dramaturgas o científicas en la vida cultural nada tiene que ver con los años anteriores, tanto en lo que se refiere a las nuevas voces como al rescate de figuras femeninas olvidadas o no bien dimensionadas por la historiografía.
En lo que se refiere a la cultura, por un lado, la presencia de multiples mujeres creadoras ha marcado los proyectos, los libros, los montajes de las dos últimas décadas. Además, el acceso a puestos dirigentes y ejecutivos en muchos aspectos de la industria cultural es ya una realidad: dirección de museos y teatros, mujeres editoras, directoras de cine… Y cómo no mencionar el incremento de su entrada en academias.
Esta emergencia de nombres femeninos que se multiplica se ha correspondido muchas veces con los frutos de algunas medidas legislativas de apoyo –por ejemplo, en el cine– y guarda relación con la obtención de numerosos premios oficiales y no oficiales –con el consiguiente debate por parte de algunos sobre si en estos asoman con corrección política las cuotas–.
Y por último, un cambio de temática: la mitad de la población no había dado su punto de vista, incluso sobre sí misma, ya que era vista por los hombres. Hoy, aunque se no olvidan otras problemáticas, son habituales en todas las creaciones las visiones de la maternidad, los cuidados, el sexo, el amor, las relaciones laborales...
La revolución tecnológica: ¿Un mundo feliz?
La tecnología ha experimentado una transformación asombrosa, constante y cada vez más acelerada que ha alterado de manera irreversible los paradigmas de la creación y del consumo cultural, con una consecuencia indeseada, el pirateo.
El caso de la industria del libro es paradigmático. Según el Informe Anual del Libro Digital, en 2022 el consumo de ebooks aumentó un 5 por ciento en España, con una facturación de unos 119 millones de euros.Y, sin embargo, hay un 34 por ciento de lectores que prefiere recurrir a las webs ilegales que piratean las novedades.
Por lo que a la inteligencia artificial se refiere, parece que por el momento tanto creadores como editores han descartado aprovecharla para lograr grandes bestsellers, al menos hasta tener más información.
En el mundo del arte, a partir de la pandemia se popularizó el arte virtual, los llamados NFT, piezas únicas e intangibles, pero pasado el boom, su valor ha caído en picado de manera que los 23 millones de personas que compraron estos NFT han perdido todo el dinero invertido.
El cine hoy se rueda con cámaras digitales, y, orientado hacia un público esencialmente juvenil, está aderezado por efectos especiales creados por ordenador, convertido, como el móvil, en soporte de visionado. Además, antes incluso de llegar a los cines, un 25 por ciento de sus posibles espectadores se ha descargado la pelicula en distintas webs clandestinas.
Solo la industria musical ha sufrido en mayor medida el impacto del pirateo digital, al que recurre un 38 por ciento de la audiencia, lo que ha obligado al cierre de numerosos sellos que hoy recurren a las plataformas de streaming para sobrevivir, mientras que los músicos deben multiplicar sus conciertos.
Teléfonos móviles y redes sociales
Los móviles han aportado grandes ventajas a la comunicación entre personas. Con el concurso de internet, se han abreviado infinidad de tareas: consultas, compras, reservas, pagos…
La agresividad de algunas empresas se tradujo pronto en invasivo asedio comercial, mientras se detectaban la pérdida de tiempo que suponía su uso inmoderado, los síndromes de adicción y sus posibilidades para indeseables prácticas de acoso y control.
La aparición de las redes sociales incrementó sus aplicaciones para la transmisión de contenidos escritos y audiovisuales al tiempo que aumentaban tanto sus valiosas utilidades como sus virtualidades más inadecuadas: consumo de pornografía entre niños, bullying, noticias falsas, estafas, mensajes de odio...
Las redes han cambiado nuestra percepción del mundo al distorsionar el cariz real del conjunto de personas y opiniones que nos rodea. Saltan las alarmas al poner en evidencia la soledad que nos aqueja, a los agentes de la desinformación y la propaganda o los más vacuos protagonismos narcisistas.
En el campo cultural, se constata su uso tanto para transmitir textos y noticias de interés como para la divulgación publicitaria de convocatorias y producciones de la industria de la cultura.
Expresiones consolidadas como “estallan las redes” o “arden las redes” deforman, generalmente sin criterios objetivos o propios de un debate serio, el alcance de determinados juicios o sucesos, deformando o condicionando reflexiones que ya no tienen lugar o influencia en otras instancias más fiables.
Fahrenheit.23 o el poder de la censura
Relacionada con los excesos de la corrección política y de la cultura woke, la censura se ha convertido en estos años en la gran amenaza de la libertad de creación. Solo hace unos días se hizo público que las bibliotecas escolares de Florida (Estados Unidos) han desterrado 350 títulos de autores como la Premio Nobel Toni Morrison, John Updike, Arthur C. Clarke, Stephen King, Neil Gaiman o Joyce Carol Oates.
Más aún, solo el año pasado las bibliotecas estadounidenses registraron peticiones para retirar 2.571 libros, y en algunos estados ya no se estudia La cabaña del tío Tom después de que su autora, Harriet Beecher Stowe, fuese acusada de racismo.
Los nuevos inquisidores han encontrado formas más sutiles de “corregir” los errores del pasado. Por eso, desde hace dos años Diez negritos, la legendaria novela de Agatha Christie, se titula Eran diez.
Hubo incluso un intento de reescribir los cuentos de Roald Dahl para hacerlos “más inclusivos” pero, ante la ira de los lectores, la editorial inglesa decidió conservar los relatos clásicos, aunque va a lanzar también “versiones adaptadas”.
La censura afecta incluso a los genios del arte, lo que explica que una profesora norteamericana fuese denunciada por “pornógrafa” por enseñar el David de Miguel Ángel a sus alumnos o que en las celebraciones del cincuentenario de la muerte de Picasso fuese obligado mencionar (y condenar) su misoginia.
Por lo que al cine y al teatro se refiere, la autocensura, la relectura y la corrección política se hacen notar.
La repolitización del arte
Después de la II Guerra Mundial, la cultura experimentó una alta politización, en general con el realismo, propicio a la denuncia, como instrumento. Con giros hacia formas de expresión más desahogadas, los cambios políticos e históricos de los años 60-70 continuaron esa tendencia.
En la España de la Dictadura la politización de la cultura tuvo que enfrentarse a la censura, pero durante el tardofranquismo y los inicios de la Transición la politización se reactivó.
Llegaron más tarde los años de la Posmodernidad, y ya hay un consenso filosófico e historiográfico sobre la disolución o difuminación, al menos, del activismo político también en la expresión cultural de aquel tiempo.
El repaso a las dos últimas décadas, sobre todo a su último tramo, permite detectar una repolitización de las manifestaciones artísticas. Todo arte es político, avisan algunos.
La superposición de las crisis sociales, políticas y económicas en todo el mundo ha reactivado el contenido ideológico de las distintas artes, fenómeno al que no es ajeno tanto el auge del feminismo y del ecologismo, entre otros ismos, como la emergencia de una izquierda más radical que, también en la cultura, no solo arroja una visión más crítica del presente, sino que se ha sumergido en la revisión y en el cuestionamiento del pasado. Incluso no son pocos los que pugnan por reescribirlo.
Películas, obras teatrales, exposiciones, novelas, canciones y, por supuesto, ensayos confirman esa repolitización y abundan las obras artísticas en conexión con causas ideológicas beligerantes.
El papel de la educación
Preguntados sobre las medidas para mejorar la cultura en España, muchos creadores abogan por la optimización de nuestra educación. Parece razonable tal propuesta, puesto que alcanzar los más competentes niveles de instrucción no es una mala condición para dar la base y suscitar la creatividad y la curiosidad intelectual que luego puedan encaminarse a la práctica artística y al consumo de bienes culturales.
Tras ocho leyes sobre Educación desde 1980, y sin entrar aquí en el imposible abordaje de todos los factores concurrentes, no parece que los periodos de escolarización obligatoria y, eventualmente, de formación profesional o universitaria, estén dando los frutos apetecidos en orden a la mejora de la cultura española.
La mayoría de los observadores lamenta el retroceso de las Humanidades en los planes de estudio y su orientación hacia posteriores carreras empresariales o financieras. El aprendizaje de las Ciencias no económicas, fundamentales en la cultura, tampoco sale bien parado. Se percibe la aspiración a impartir una educación, tenida por suficiente y valorada por común, de promedio bajo.
Al fracaso escolar demasiado extendido, se añade la constatación de que cada vez se exige menos nota para “progresar adecuadamente” y obtener o mantener becas. Se aflojan los requisitos de la correcta expresión oral y escrita, se cuestionan los deberes y se pone en duda la utilidad de la memoria en la absorción del conocimiento. Ordenadores, que no falten, por supuesto, en las aulas.
Inteligencia artificial, la tormenta perfecta
A finales de los años 90 la inteligencia artificial no pasaba de ser el reflejo de un futuro lejano en el que los robots mantenían la verticalidad y poco más. Nadie sospechaba lo que daría de sí más tarde al mezclar el “aprendizaje profundo” con los algoritmos y el big data. Llegaba la tormenta perfecta, capaz de filtrarse en nuestra vida cotidiana hasta el punto de amenazar nuestros puestos de trabajo.
Especialmente peligrosa se ha mostrado con la creación cultural. Hemos visto cómo unos datos bien agitados en el interior de una máquina pueden escribir una novela como Cervantes, un cuadro como Velázquez, recuperar la música de Los Beatles, hacer un guion cinematográfico como Rafael Azcona, manipular una voz y una imagen (incluida la de los actores, motivo de la huelga de Hollywood) como si fuera real o explorar la estadística del comportamiento de las células en el cáncer.
Ahí está el ChatGPT y otras múltiples aplicaciones para darnos cualquier respuesta. Junto a sus virtudes, ha aparecido una cara no tan prometedora: ¿Qué ocurre con los derechos de autor? ¿Quién cobra sus creaciones? ¿Sustituirá la IA al ser humano en todos estos ámbitos? ¿Cuál es el uso correcto de una tecnología con tantas posibilidades? ¿Quién se ocupará de los abusos?
El mundo del derecho prepara ya normativas para prevenir sus excesos. Ese será el siguiente desafío.
Del genoma al CRISPR: nueva revolución científica
A principios del 2000 dos equipos, uno público encabezado por Francis Collins (Proyecto Genoma Humano), y otro privado liderado por Craig Venter (Celera), desataron la carrera científica del nuevo siglo. Con el primer borrador del Genoma Humano (se ha completado este año), la ciencia cambiaba el mundo de la investigación y de la salud.
Se abría paso también la biotecnología y, con ella, la investigación biosanitaria a la carta, concretada en terapias personalizadas, en la producción de los medicamentos recombinantes diana, como la insulina, y en iniciativas como la clonación terapéutica y la clonación animal con células adultas (caso de la famosa y fallida oveja Dolly). Hubo incluso en 2004 un anuncio de clonación humana fake por el “científico” chino Hwang Woo-suk.
Llegaron ambiciosas iniciativas como el Brain Project, que, encabezado por Rafael Yuste, y con la ayuda del gobierno de Barack Obama, pretendía abordar el conocimiento del cerebro.
El ordenador cuántico (con Ignacio Cirac al frente), que revolucionará la rapidez de la navegación por internet; hitos como el retorno a la Luna, los exoplanetas y la exploración de Marte nos dan aún sorpresas diarias, y la técnica CRISPR de edición genética de Francis Mojica, Emmanuel Charpentier y Jennifer Doudna, entre otros, han conseguido que estas dos décadas hayan sido las décadas de una nueva revolución.