Bienal de Sevilla, ¿Para quiénes?
Lo desacogedor. Escenas fantasmas en la sociedad global
2 noviembre, 2006 01:00Barthélémy Toguo, Slow Destruction II, 2006. Foto: Carlos Márquez
La Bienal de Sevilla sse la ha jugado convocando a la prensa un día antes de la inauguración, con las Atarazanas completamente patas arriba y el CAAC más presentable pero sin una sola cartela. La lluvia retrasó el montaje, pero ni la organización ni el comisario movieron un dedo para facilitar la identificación de las obras, u orientar acerca de la lectura de la exposición. Pero lo peor es que el público se encontrará con dificultades parecidas.Empezando por la enunciación de los contenidos: "Lo desacogedor. Escenas fantasmas en la sociedad global". Del alemán Unhemliche ("lo siniestro" freudiano) al inglés unhomely y de ahí al neologismo desacogedor: un intrincado itinerario idiomático, desvirtuador de significados. Con lo fácil que hubiera sido titular "El desarraigo". Esta bienal está lastrada por la tendencia a complicar innecesariamente el mensaje y su despliegue. Hay que reconocer que Enwezor ha hecho una selección de obras muy coherente, tanto en lo que se refiere al proyecto mismo como en relación a su propia trayectoria curatorial. Su defensa de un arte comprometido con el presente, que reacciona ante el contexto histórico, y en el que la calidad estética viene determinada por la voluntad ética, es perfectamente legítima. Frente al arte más atado al mercado, banal y decorativo, y frente a los peligros de la creación autorreferencial, el comisario apuesta por la intervención artística en las situaciones de conflicto, de abuso y de violencia. Nadie puede negar al artista ese derecho, y es justo que esas actitudes sean aplaudidas, y llevadas a los lugares desde las que puedan ser mejor oídas. Otra cosa es la valoración, como obras de arte individuales, que puedan merecer (en la BIACS hay de todo). Y, desde luego, la eficacia que puedan tener.
Se ha reunido material suficiente para haber trazado un recorrido mucho más contundente y mejor estructurado. En el farragoso texto con el que Enwezor presenta la bienal anuncia algunos argumentos: la suspensión de derechos civiles, las relaciones internacionales y personales basadas en el miedo, el debilitamiento del concepto de vecindad, la xenofobia... que se corresponden vagamente con los hilos temáticos y formales que, con esfuerzo, se pueden ir deduciendo en el recorrido. El espectador debe descubrir por sí mismo las relaciones y averiguar las intenciones del comisario, lo cual no es fácil, pues no se detecta ningún orden expositivo. En los muros no hay textos explicativos, y la única información que de los creadores se encuentra en el catálogo, donde aparecen por riguroso orden alfabético, es un listado resumido de exposiciones. Los textos incluidos en la publicación no sólo no nos informan sobre su trayectoria o sus objetivos, sino que no dicen una palabra sobre artes plásticas: plantean conflictos políticos y filosóficos. Todo lo cual nos lleva a la pregunta crucial (hecha desde el rechazo a la exposición-espectáculo y del arte-entretenimiento): ¿para quién se organiza este tipo de eventos? ¿Qué va a sacar en claro el público visitante?. La vocación de alcance social y político se diluye por medio del elitismo con que se renuncia a un mínimo de elucidación.
Los espacios en los que se despliega la bienal no pueden ser más atractivos: las poderosas atarazanas medievales, y las claras salas de la cartuja. La variedad de los soportes, los frecuentes espacios para proyecciones, rompen cualquier principio de monotonía, y en algunos puntos se producen interesantes encuentros de arquitectura y obras. Enwezor sigue mirando con desconfianza la pintura, aunque ha incluido algunos ejemplos (algunos muy malos), y a su habitual apoyo a los medios audiovisuales ha sumado ahora una atención especial a la escultura y al dibujo. ¿Por qué a estos medios? Aunque él no lo explica, parece tienen que ver con la idea del habitar y con la "construcción del espacio como construcción de identidad": dibujo y escultura serían correlatos de plano y maqueta en el diseño arquitectónico; de hecho, casi todas las esculturas y muchos dibujos tienen esa filiación.
Finalmente, inferimos algunos ejes. Esas esculturas próximas a lo arquitectónico que hablan de aislamiento: los habitáculos de Absalon y Schötte, la casa colgada de Castellano, las sillas de mano de Espaliú, las "casas del alma" de Aboudramane. También de construcciones deshabitadas o escondidas tratan las fotografías de Gill y Opie, y los grandes dibujos de Khedoori. Y esa misma impresión de arquitectura abandonada u hostil, pero a nivel urbano, se da en el vídeo de Barbieri sobre Sevilla y en la "ciudad" de Pernice. Los difusos límites entre ciudad y naturaleza, por otra parte, se reflejan en los trabajos de las españolas Almarcegui y Alvarez, y hay una elaboración de la tipología gráfica del plano en Mehretu, Kelley y Jones. La máquina demoledora de Liz Larner parece dispuesta a acabar con todo lo que aún está en pie.
Otro tipo de arquitectura, la carcelaria, que reflejaría la clausura de libertades, se analiza en el documental de Farocki sobre la tecnología de vigilancia, en algunas fotografías de Casebere y en las trampas de Slominski, así como en un vídeo de Jo Ratcliffe sobre el campo de tortura de Vlakplaas en Suráfrica, de lo mejor de la exposición. El apartado de reportaje y documental bélico y social (con poco peso artístico), que no podía faltar en este tipo de muestra, lo cubren Abdul-Ahad, Depth of Field o Shibli en la fotografía, y Jorige en vídeo; más creativos formalmente pero con la misma fuente icónica, las fotos pixeladas de Thomas Ruff y la instalación de bidones de Jaar. Y la habitual acumulación archivística la encontramos en una macro-instalación de Hirschhorn y en el montaje fotográfico de L.A. Harris sobre los tópicos que afectan a la negritud.
En un plano más interiorizado, que lleva conflictos variados a un plano metafórico (y hasta onírico), algunos de los trabajos más destacables: en vídeo, el conmovedor espectáculo mágico de Yto Barrada, la extraña convivencia de un ciervo y un lobo que fuerza Mircea Cantor, la experiencia despojada de Steve McQueen, la fantasía futurista del Otolith Group y la narración magistral de Chris Marker; en gráfica, los aguafuertes surrealizantes de Dorota Jurzcak y los dibujos de Solakov.
La estrategia del calcetín
Siete artistas españoles, de 91 participantes en la BIACS. Peor nos hemos visto, pero es evidentemente un porcentaje muy pobre: además de los mencionados, El Perro, Miki Leal y los Rosado Garcés. La Fundación El Monte (con apoyo institucional) se ha propuesto con muy buen criterio paliar esta invisibilidad aprovechando el poder de convocatoria de la bienal para dar a conocer a una treintena de artistas andaluces menores de 35 años. El crítico Ivan de la Torre Amerighi, con un título escogido para chocar, derrocha optimismo acerca de la creación andaluza y propone seis líneas argumentales que se desarrollan en un montaje psicodélico de Paco Pérez Valencia. No importa tanto si la selección es más o menos acertada o si la clasificación de artistas tiene más o menos sentido. Lo crucial es que este tipo de muestras se mantengan, porque son eficacísimos trampolines. Pero, puestos a reforzar la apuesta, pediría atención para Paco Pomet, Miguel ángel Tornero, Manolo Bautista, Simón Zabell y Daniel Cuberta.