Ryan McGinness: Un bello y novísimo resultado final
Neveroddoreven
30 noviembre, 2006 01:00Three Cheers For The Haute Couture Hippy, 2006
El hecho de que una galería traslade su sede a un espacio mayor y mejor que el que ocupaba, y en el que puede ampliar sus posibilidades de trabajo, no puede ser recibido sino con la lógica alegría; si la galería en cuestión cuenta, como es el caso de Moriarty, veinte años de existencia y acoge además a artistas imprescindibles a la vez que anuncia tanto continuidad como nuevas guías exploratorias, debe añadirse el deseo de que la fortuna acompañe esta nueva etapa, tanto como la tenacidad y la precisión han presidido la andadura anterior.Para abrir la nueva sala sus responsables han elegido al artista norteamericano Ryan McGinness al que ya dedicaron una exposición de mayo a julio de 2004, cuando la fama que hoy ostenta no era ni mucho menos tanta. Baste con decir que actualmente está representado por cinco galerías internacionales y que es una de las "estrellas" de la colección Saatchi, junto a Mark Bradford, Cecily Brown, Eric Freeman, Mark Grotjhan y Albert Oehlen, algo si no increíble sí muy poco habitual para un artista que proviene del mundo del diseño gráfico y cuyas primeras obras están ligadas al arte del grafitti y a la pintura urbana. De hecho son artistas como Barry McGee, Ed Templeton o Clare Rojas quienes más reiteradamente comparecen junto a McGinness en las colectivas internacionales, o en la discutida presencia del arte urbano en la pasada edición de ARCO, de la mano de los comisarios Pedro Alonzo (México) y Peter Doroshenko (Gran Bretaña).
Ha titulado esta muestra Neveroddoreven, un palíndromo que conjuga distintos significados contrapuestos: pares y nones, simetría y asimetría, parejo y extraño... Contrastes que convienen a un concepto artístico que fusiona, a su vez, la espontaneidad y el cálculo, la alta tecnología y el gesto, la baja cultura (si algo así verdaderamente existe) y el refinamiento intelectual; y conviene, creo, decirlo, que actúa con absoluta irresponsabilidad, no en el sentido de que el pintor sea un intrépido inconsciente o que desdeñe sus exigencias artísticas, sino que no tiene otras que obtener un bello y novísimo resultado final.
Durante una visita (previa a la inauguración) McGinness estaba pintando las paredes de la galería y se desenvolvía con pinceladas amplias, cargadas de pigmento. Encima de una mesa, un plano a escala de las salas, exhibía los números de pantone de los distintos colores, las medidas, y los bocetos hechos por el artista, y que ahora él mismo reproducía fielmente. Sobre ese fondo, como en una agudización de lo ornamental, se superponen los cuadros, realizados con una base metalizada, dispuesta a grandes y anchas pincelas, y pintados luego mediante ilustración vectorial y serigrafías.
Se ha dicho de él -al menos algunas de estas ideas aparecen en los comentarios a las piezas de la colección Saatchi- que eleva la mercadotecnia del logo a la categoría de arte, que interrelaciona modelos caligráficos, arabescos y mandalas en un hipnotizante caleidoscopio de asociaciones libres y, también, que en su trabajo hay cierta reminiscencia del arte textil que le sirve para establecer una iconografía de la espiritualidad contemporánea.
Puede ser causado por cierta deformación profesional, pero además de todo eso, lo que el crítico percibe es su vinculación a lo que Demetrio Paparoni ha denominado abstracción redefinida, "que no se propone reinventar un estilo ni reafirmar una tendencia en contraposición a otra. Su objetivo es servir de instrumento dialéctico entre formas y teorías diversas, tenidas en un momento por incompatibles y diametralmente opuestas".
Así, se me empareja con artistas como Philip Taafe. Robert Rosenblum, a propósito del trabajo de éste, dice que se sirve, en repetidas ocasiones, de obras de los maestros de la abstracción, que interpreta irónicamente y recuerda que estos reciclados de imágenes que se habían convertido en logotipos que merecían su lugar en los museos fueron también explorados por el artista más famoso de la generación anterior, Andy Warhol, que hacía huevos de pascua que se parecían a kellys, ovillos de cuerda parecidos a pollocks o dibujos de camuflaje que parecían mirós. Mediante un sistema semejante, McGinness extrae todo el potencial decorativo intrínseco a las formas comerciales e investiga por cuántos vericuetos visuales pueden alcanzarse nuevas clases de arte. Entre sus últimos trabajos públicos, ha realizado, por encargo de la Fundación RxArt’s, una intervención en el New York University Child Study Center, en la que ha integrado el logo del centro y otros materiales publicitarios, vibrantes de color, en un dinámico mural que recorre las paredes y escaleras de acceso del primer al segundo piso. También puede emparejarse con Beatriz Milhazes, quien ha expuesto obras en un desfile del diseñador francés Christian Lacroix, y que expresa su deseo de que "al ver sus obras, los ojos giren".
Por último, y sin salir del ámbito de los artistas de la galería, con Javier Utray, seguramente, éste sí, uno de los más intrépidos pensadores de lo que la pintura es o puede ser en la modificación estructural de los paradigmas artísticos vigentes hasta hace poco más de una década.