Manuela Mena. Foto: Sergio Enríquez
Quedamos con Manuela Mena, responsable de la exposición Goya en tiempos de guerra, en el taller de restauración del Edificio Villanueva. Allí hace una año que descansa de las miradas de turistas y curiosos el impresionante óleo El 2 de mayo: La lucha contra los mamelucos y, desde hace cuatro meses, el sobrecogedor 3 de mayo en Madrid: los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío. Sin duda las estrellas de la exposición que, para la ocasión, acaban de ser restauradas. Estudiadas al milímetro, radiografías, dibujos y fotografías cuelgan todavía alrededor de los dos enormes cuadros. Manuela Mena habla sin poder apartar la mirada de los potentes lienzos, con pasión contagiosa sobre la vida y obra del genio de Fuendetodos.
-La exposición recoge 25 años de la vida de Goya, ¿qué es lo esencial?
-Son años fundamentales en los cuales comenzamos con el regreso de Goya a Madrid después de la enfermedad de la que pudo no haber vuelto. Son unos años regalados. Se quedó sordo, y cuando se recupera empieza a pintar con una libertad total. Goya intenta apartarse de su clientela y hacer un arte suyo, independiente. Empieza a hacer una serie de cuadros de gabinete en los cuales quiere estudiar el paso del tiempo, el enfrentamiento con la muerte, la violencia, el engaño, la estupidez y la inmoralidad de los seres humanos. Eso culmina con los Caprichos en 1799: una obra monumental, comparable, en cuanto a conocimiento del ser humano, a las obras completas de Shakespeare.
Entre el cortesano y el crítico
-Pero Goya sigue pintando a realeza y aristocracia.
-Todo esto coincide con un periodo de guerras: la del Rosellón, la guerra contra Inglaterra, Napoleón sobrevolando ya España. Un momento en el que Godoy quiere renovar la iconografía real. Y ahí entra La familia de Carlos IV, un cuadro elogioso hacia los Reyes en el que Goya pone los cinco sentidos. Es nombrado Primer Pintor de Cámara. Así que, por un lado, está su deseo de independencia y libertad y, por otro, su servicio a la corona. Se moverá siempre en esa ambivalencia, entre el cortesano y el hombre y pintor crítico que mira hacia fuera y quiere dejar testimonio de sus ideas.
-¿Cómo se refleja esto en su obra?
-Técnicamente su evolución es también sorprendente y en la exposición lo vemos por ejemplo entre el Retrato de la duquesa de Alba de blanco y La Tirana, es ahí, en esos tres o cuatro años de finales del XVIII, cuando pasa de ser un artista dieciochesco, en el sentido de precisión, riqueza, preciosismo de gran belleza, etc., a dar un corte profundo y empezar una mayor abstracción, una técnica más fuerte, unas pinceladas cargadas de materia. Ese avance técnico sustituye la forma bella por una forma expresionista que es en realidad metáfora del mal.
-Además de la enfermedad, ¿qué cambió en Goya para que sufriera esta transformación?
-La enfermedad fue algo muy fuerte, pero efectivamente influyen otras cosas: Goya entra en contacto con una serie de personas de cultura avanzada y moderna, como Jovellanos y todo el grupo del entorno de los Duques de Alba: Menéndez Valdés, Moratín, un mundo intelectual que también va a influir. Además, Goya es un hombre con unas dotes mágicas para entrar en la naturaleza humana: sus retratos son fantásticos para conocer a los personajes. Van hacia el realismo psicológico, entra dentro de la persona. Goya sugiere de dónde viene esta persona y hacia dónde va. Se puede escribir una novela sólo con un retrato de Goya. Reflejan los defectos, los fallos, la inseguridad, la seguridad, los miedos, todo. En esta exposición los retratos están muy elegidos. Y la transformación también se aprecia en los retratos: él cambia del retrato aristocrático, de la realeza, los Osuna, los Alba, los Fernán Núñez..., a la burguesía madrileña. Una clase social nueva, diferente, que también se quiere retratar. Y así, en los años 1808-10 hay un cambio del retrato aristocrático al burgués.
Ni vencedores ni vencidos
-La exposición está enmarcada en la celebración del Bicentenario: ¿qué supone 1808 para Goya?
-El centro de la exposición es la guerra, con los cuadros de 2 y 3 de mayo y con los Desastres, pero también un antes y un después. A pesar de todo lo que estamos viendo y estudiando, lo que supuso la guerra para el pintor es todavía un misterio. También en la guerra existe la ambivalencia que vemos en toda su trayectoria: por un lado es independiente y por otro trabaja para Godoy y para los Reyes; es independiente pero trabaja para el gobierno francés y los generales de Napoleón, y cuando entra Wellington, pinta a Wellington, y cuando entra Fernando VII, pinta a Fernando VII que reprime y manda a la cárcel a todos sus amigos. Además, para él la guerra es la irracionalidad máxima, en sus cuadros de guerra no hay nunca héroes, ni vencedores ni vencidos, todos son iguales. Al lado de los patriotas asesinando franceses están los franceses asesinando españoles y escribe “bárbaros”, por un lado, “populacho”, por el otro. él ha visto las consecuencias de la guerra, escenas atroces de las que salen los Desastres. Y al mismo tiempo que está grabando esos horrores, está pintando retratos de una calma enorme.
-¿Fue comprendida esta obra en la época, se entendieron los Caprichos o los Desastres?
-Sabemos que los pequeños cuadros de capricho, de invención, los vendió de forma independiente y los vendió bien, estaban pronto en las colecciones del marqués de la Romana, de los duques de Osuna, era una clientela abierta, culta y entendida en arte. Jovellanos o Ceán Bermúdez en sus críticas a Goya son fantásticos, le aprecian muchísimo. El poeta Manuel José Quintana dijo de él: “Será la admiración de los tiempos futuros y el extranjero, igual que se inclinó ante Miguel ángel, se inclinara ante Goya”.
-A pesar de lo bien que conoce la obra de Goya, un trabajo como éste siempre depara novedades...
-¡No conocemos nada! Cuando te metes en un trabajo como éste, de una forma tan total, hay que estudiar otra vez toda la bibliografía, la documentación, encontrar nueva (que se ha encontrado mucha)... De entrada, han aparecido dos nuevos cuadros: el Retrato de Isidro Máiquez, que traemos de Chicago y que creemos que es la primera versión del que se expone en la Academia de San Fernando, es una obra maravillosa, un retrato impresionante. El segundo es un retrato que hemos podido identificar como del embajador austriaco de la época de la Santa Alianza, Kaunitz, de 1816, un cuadro técnicamente impecable. En todas las exposiciones surgen curiosidades que te hacen saber más, que te ayudan a profundizar. Hemos identificado varias figuras, desde la Marquesita de Montehermoso hasta las señoras Baruso Valdés; ahora sabemos quiénes eran y por qué las pinta.
-¿Aún hay un Goya desconocido?
-Siempre lo habrá. Queremos saber más del Goya de los últimos años, un periodo muy mal documentado. Hasta 1800 tenemos las cartas que él escribe a Martín Zapater y por ellas sabemos su vida, sus preocupaciones, lo que estaba haciendo. A partir de ahí hay muchas lagunas y cualquier cosa que aparece es importantísima. Pero todo está en sus obras, en cómo interpreta todo, en su técnica, sólo hay que ir depurándolo para comprenderlo mejor.
Madrid, entre el 2 y el 3 de mayo de 1808
“Fue en la guerra civil, en 1938, cuando, al sacar las obras del Prado para protegerlas, se dañaron. El 2 de mayo fue la que más sufrió y hoy, gracias a la fotos anteriores al accidente, hemos podido restaurar la tela y recuperar las figuras. Así, la composión de Goya vuelve a cobrar sentido. También hemos descubierto, gracias a las facturas de los marcos, que ambas obras fueron pintadas al mismo tiempo, en 1814, y que Fernando VII las encargó para sus habitaciones, aunque por la violencia de las escenas, es probable que allí colgasen muy poco tiempo. El 2 de mayo llegó al Prado pronto, en 1840, pero de El 3 de mayo no se tiene noticia hasta 1865. En ambos cuadros Goya mira de forma crítica los acontecimientos: la violencia irracional de unos produjo la violencia de los otros. Y los paralelismos entre los dos son claros. No es casualidad que el atacante del mameluco vista igual (pantalón amarillo y camisa blanca) que el fusilado, ni que las caras de terror de un lado se repitan en los españoles del otro. Tan sólo los caballos miran al espectador, asustados al ver de lo que son capaces de hacer los humanos”.