Julião Sarmento (Lisboa, 1948) extrae la parte inferior de una pierna femenina y su correspondiente pie de su cajón de embalaje. El miembro, recién llegado de Nueva York, donde el artista lo ha hecho fabricar, es de un blanco inmaculado. Sarmento coloca la escultura de bronce en la estrecha puerta que ha construido en un falso tabique en la Pilar Corrias Gallery de Londres, donde trabaja en el montaje de su individual Remarks on Colour (Observaciones sobre los colores), título prestado de un ensayo del filósofo Ludwig Wittgenstein. La sensación es que la dueña de la pierna huye a toda prisa, dejándonos el destello de su blanca extremidad desvaneciéndose por la oscuridad de una puerta que se cierra. En el suelo, junto a la puerta, una bandeja y sobre ella un vaso de leche, quizás dejados ahí por el servicio de habitaciones. Pero estamos en una galería, no en un hotel. Sarmento me enseña el vaso y le da la vuelta. Ni una gota de leche salpica nuestros zapatos. La leche es un pedazo sólido de silicona blanca transparente. “Tengo una especie de cuelgue por los vasos”, declara.
En su obra aparecen y reaparecen vasos de leche y de miel, junto a fragmentos de cuerpos, brazos, piernas, una mano, un hombro, mujeres sin rostro y mujeres sin cabeza. Perturbador. Su trabajo lleva dos décadas perturbándome. Es como si intentara contarnos una historia o algún tipo de secreto íntimo. Algo al margen de lo comúnmente aceptado.
Vida privada y trabajo
“La conexión entre lo privado y lo público es muy ambigua. Mi vida privada con frecuencia se convierte en pública y, otras veces, mi vida pública se vuelve también privada”, me cuenta Sarmento un rato después, esa misma tarde, en la Tate Modern, donde desde el año pasado hay una sala dedicada a su trabajo. Últimamente, la organización de una muestra suya en La Casa Encendida de Madrid que el artista me pidió comisariar nos ha permitido conversar largo y tendido. La exposición, titulada Distancias cortas, abre sus puertas el día 3 de abril. Se trata de la mayor muestra de su producción celebrada en Madrid en una década. La última, Flashback, consistió en un laberíntico montaje de obras instalado en 2001 en el Palacio Velázquez. Coincidiendo con Distancias cortas, Ivory Press, también en Madrid, mostrará algunos dibujos relacionados con la actual exposición londinense junto a sus múltiples y grabados. Este año, Sarmento ha expuesto también en Lisboa, Barcelona, São Paulo, Cincinnati y Southampton (Nueva York).
Aunque Sarmento regresa una y otra vez a las mismas obsesiones, su obra es increíblemente variada. Crea pinturas, esculturas, películas, grabados y performances, un espectro que podrá verse en Distancias cortas. No es fácil definir su trabajo. “Lo mezclo todo: mis angustias, mis deseos, mis necesidades, mi desesperación… mis placeres, las cosas que amo, las que odio, lo que me ha interesado en ese día concreto…”, comenta. Tampoco aprueba que se le considere un pintor, su faceta más conocida, sobre todo por las denominadas Pinturas blancas, con sus blancas superficies sucias que recuerdan a sábanas manchadas y sus imágenes dibujadas y parcialmente borradas.
“Mi trabajo da forma a una cadena global de asociaciones. Es como quien escribe un libro. Soy escritor, pero en lugar de escribir con palabras lo hago con imágenes”, señala. Y eso que la presencia de escritores a los que admira se repite a lo largo de su obra. Es recurrente la aparición de la Madame Bovary de Flaubert, y también de correosos novelistas norteamericanos, de los más fieros surrealistas, de Georges Bataille o del psicoanalista Jacques Lacan. Y ahora, también de Wittgenstein.
Lejos del conceptual
Son muchos los artistas de nuestro tiempo que recurren en su trabajo a medios diversos. Esa apertura y relajación hacia lo que se permite hacer al artista centró la lucha, muy en particular, de la generación de Sarmento. A mediados de la década de los setenta, cuando Sarmento iniciaba su trayectoria, había todo tipo de reglas sobre lo que se suponía que un artista debía hacer: “Como la mayor parte de los artistas de mi generación, en los años setenta acababa de salir de un largo periodo dominado por un conceptualismo que, siendo benévolos, calificaríamos de excesivamente denso y que se trataba más bien de un posconceptualismo. En Portugal nunca hubo artistas conceptuales y, después de todo, yo soy portugués. En mi país, se necesitaba tiempo para que las ideas penetraran y debíamos evitar la condición de artistas locales. Sin embargo, durante los años setenta yo sabía muy bien lo que hacía. Al final, empecé a perder el gusto por el trabajo porque conocía-¡vaya si conocía!- de antemano y con exactitud el resultado. Necesitaba sorprenderme a mí mismo. Y la única forma de lograrlo era haciendo algo que ni yo esperaba que haría, algo que fuera totalmente nuevo para mí. Así que, como tantos de mis coetáneos, me fui volviendo más atrevido. En la actualidad, mantengo ese deseo de sorprenderme. Como todos, ¿no?”.
Un artista que no se sorprenda a sí mismo jamás podrá sorprender a un público. Como comisario de la exposición, yo también quise sorprender a Sarmento abordando su trabajo desde ángulos diferentes. Los diversos espacios de La Casa Encendida me han permitido hacer varias muestras simultáneas de su obra y presentar algo inesperado en cada estancia. Le digo a Sarmento que, a veces, mirar su obra es como abrir una puerta y descubrir tras ella a gente enfrascada en una escena de sexo raro o en una disputa violenta, una escena que nos hace dudar si sumarnos a la acción, si brindarnos a tomar una fotografía, si disculparnos educadamente y marcharnos o si llamar a la policía pues, ¿quién nos dice que la cosa no acabará en asesinato?
Exceso de transgresión
“¡Esa incertidumbre es precisamente lo que busco y lo que me atrae!”, exclama Sarmento, que aspira precisamente a que nos sintamos incómodos. “No es que la obra contenga, en sí misma, un exceso de transgresión. Más que una transgresión visible, es una transgresión sugerida y que emana del espectador. Las obras son, de hecho, bastante inocentes -sostiene-. Me interesa provocar la imaginación y la fantasía del espectador de mi obra, generar una situación de tensión, de sentimientos de culpa, deseo y ese punto de dificultad o de inseguridad frente a la obra de arte”.
Me resulta llamativa la teatralización que Sarmento hace de esos aprietos en los que la contemplación del arte tan a menudo nos pone. Nos sentimos algo inseguros. No sabemos qué significa la obra pero sí que cuesta un montón, lo que nos preocupa hasta el extremo de preguntarnos si somos unos ineptos o si estamos ante una estupidez. ¿Hay que leer esas pequeñas y tan a menudo incomprensibles guías de museo o los paneles explicativos? ¿Qué nos dicen? ¿Qué no nos dicen? Nos sentimos incómodos.
La contemplación del arte está llena de problemas que en la obra de Sarmento no hacen sino multiplicarse; y eso es lo que la vuelve interesante. Con frecuencia, sus títulos son crípticos o nos llevan por extraños derroteros. Por ejemplo, Olvídame (con cubo) o Un límite moral a la arquitectura de la razón (estrella del porno). A veces, sus lienzos y grabados están salpicados de largas citas de texto o de fotografías recicladas aparentemente recortadas de periódicos.
El título como pincelada
“Créeme: la mayor parte de las veces los títulos no son títulos, sino que forman parte de la obra. Es como cuando, al mirar un cuadro, te concentras en una pincelada. Pues bien: el título es una pincelada más en la pintura. Algunas de las fotos que utilizo las saco de los periódicos; otras las hago yo mismo. Lo mismo ocurre con las citas, esos fragmentos de Foucault, de Raymond Carver o de James Joyce. A veces las escribo yo mismo; otras parece que las hubiera escrito yo, pero en realidad son de otro. Soy un embaucador”.
¿Y qué decir de esas imágenes y esculturas de mujeres sin cabeza o sin rostro, o de las que van tocadas con bolsas o máscaras, como a punto de ser ejecutadas, torturadas o de unirse a algún tipo de escena sadomasoquista? “Se trata sobre todo de representaciones de mujeres genéricas, es decir, de cualquier mujer. Si ponemos una oreja o una ceja tendremos, automáticamente, una mujer concreta. Más que un retrato quiero que sea un signo, como los de las puertas de los lavabos, con esos dibujos genéricos representando al hombre o a la mujer. En mi trabajo la cabeza no ha sido cortada; está, simplemente, ausente”. En Film Noir, incluida en la muestra de La Casa Encendida, una mujer se encuentra frente a una pantalla negra. La mujer lleva una máscara que le cubre totalmente los ojos. Resulta inquietante. De pie, absorta en la película de su mente -una película que sólo ella ve- la mujer da sensación de vulnerabilidad, de encontrarse perdida.
Sarmento habla de su deseo de entender la imagen como un objeto o escena tridimensional: “no me conformo con ver la imagen, quiero tocarla; ver un determinado espacio con una determinada figura dentro de él, pues para mí el espacio es muy importante”.
La mujer bajo la mesa
Una de las dificultades que se plantean a la gente frente a la obra de Sarmento es precisamente su representación de la mujer. ¿Qué nos está diciendo sobre ella? “Me gustan las mujeres y me gusta trabajar con mujeres. Son, para mí, un leitmotiv. Para empezar a trabajar me hace falta un pretexto, y en la representación del cuerpo femenino lo encuentro”, explica.
En varias ocasiones el artista ha representado una mujer oculta bajo una mesa, como cobijándose de algo. “Todo parte de algún sitio. ¿Sabes de dónde viene esta escultura? En una entrevista, la fallecida coreógrafa alemana Pina Bausch declaraba que hasta que llegó a la adolescencia se negaba a ir a dormir. Cuando sus padres la mandaban a la cama se escondía bajo la mesa a escuchar las conversaciones de los adultos y a mirar el mundo desde esa perspectiva. Yo hice un cuadro sobre ese tema, y esa idea de alguien escondido bajo la mesa ha permanecido para siempre en mi mente”.
En la obra de Sarmento, Pina Bausch es una referencia constante, casi una colaboradora involuntaria, como toda esa serie de escritores en cuyas obras bebe. A menudo se ha implicado en obras creadas en colaboración, como las realizadas con artistas como John Baldessari y Lawrence Weiner, músicos como Arto Lindsay y Paulo Furtado, con el cineasta Atom Egoyan… El músico de blues portugués Furtado, alias “The Legendary Tigerman”, escribió la música de Cometa, una performance en vivo representada en una estancia construida ex profeso para la terraza de la cubierta de La Casa Encendida, en la que un hombre y una mujer esperan sentados a que entremos. Cuando lo hacemos, la mujer se levanta de su asiento, pone el disco de Furtado y empieza a bailar. El hombre se une a ella. La habitación es verde, con una iluminación cruda con la que Sarmento declara que quería recrear la atmósfera de un burdel suramericano. Yo creo que Cometa intenta teatralizar la vergüenza e incomodidad del espectador. Dentro de esa pequeña habitación, importunando a la pareja danzante, nos quedamos sin saber qué hacer. “En gran parte de eso se trata, ¿no?”, pregunto. “Pero qué listo eres, Adrian”, responde Sarmento. “En mi trabajo me interesan, principalmente, las preguntas. Yo no sé nada”, insiste.
Siempre quise preguntarle en qué medida su obra es autobiográfica. “Obviamente lo es”, replica. “La he hecho yo. Mi trabajo soy yo, forma parte de mí, aunque, como en la mayor parte de los casos, no sea más que una puñetera mentira. Todo lo que te cuento podrían ser patrañas. Me gusta mentir todo el tiempo sin que la gente note que lo hago. Mentir es parte del programa: crea otro nivel de percepción. Una autobiografía al cien por cien verídica sería de lo más aburrida, ¿no crees?”.
Violencia y muerte
De vuelta en la Tate Modern, alguien del público plantea a Sarmento una pregunta sobre la mortalidad en su arte. Hay en su trabajo multitud de indicios sobre la violencia extrema y la muerte: manos que sujetan cuchillos, otras que aprietan el cuello de una mujer… “Trato de mantener a la muerte lejos de mí pero intento hacer obras que me sobrevivan. ¿Para qué trabajan si no los artistas? Para ser inmortales”. A lo que alguien del público pregunta: “Entonces, ¿el título Olvídame?”. “Seguramente lo que quiero es eso, que me olvides”, replica Sarmento. Pero podría estar mintiendo.