Antonio López en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Foto: Mitxi
Es el primer doctorado honoris causa del pintor. Uno de los pocos reconocimientos que le faltan a este artista que es ya Premio Príncipe de Asturias de las Artes (1985) y Premio Velázquez (2006), además de uno de nuestros artistas vivos más valorados y mejor considerados. Prueba de ello es la exitosa temporada que el pintor está a punto de cerrar: la empezó en el mes de junio con la exposición en el Thyssen-Bornemisza de Madrid que ha sido récord absoluto de visitantes en el museo, por encima de las muestras de Gauguin, Van Gogh o Matisse, con 3.833 entradas diarias; siguió con la presentación de un libro que, publicado por TF Editores, desvelaba la incógnita de su retrato de la Familia Real; vino luego la inauguración de la exposición en Bilbao, en el Museo de Bellas Artes, y ahora, para culminar este año en el que sin duda ha sido uno de los protagonistas artísticos, se le concede su primer doctorado honoris causa.
La Universidad de Navarra se rinde así a la maestría de Antonio López (Tomelloso, Ciudad Real, 1936) destacando además su cercana relación con esta institución, en la que lleva impartiendo un taller de verano desde 2006. “Empezó en Tudela -recuerda el pintor- y luego lo trasladaron a Pamplona. Lo hacíamos Juan José Aquerreta y yo, aunque pronto se nos unió José María Mezquita y ahora estamos los tres durante una semana del verano, dando clase en la facultad de Arquitectura”.
Al margen de la Universidad
Por un problema en un ojo ha estado el artista estos días preocupado. No podrá asistir a la investidura, pero no le ha impedido escribir las palabras de agradecimiento que por supuesto dedicará a la Universidad y grabar un vídeo que le acercará a los presentes en Pamplona, en una ceremonia en la que también serán distinguidos el cardenal húngaro Péter Erdö y el profesor norteamericano Joseph Weiler. A pesar de todo, el pintor confiesa que el mundo universitario le resulta un tanto ajeno: “El conocimiento del pintor se realiza en gran medida al margen de la universidad, aunque tengo respeto y amor por la institución, he experimentado poco ese ambiente. Yo no me considero universitario”, asegura Antonio López, que ingresó en la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid en 1950 y estudió allí hasta 1955.
Desde entonces, la ciudad a la que llegó animado por su tío, el también pintor Antonio López Torres, ha sido escenario y paisaje de sus obras principales. Así, la imponente Terraza de Lucio Muñoz, Madrid desde la torre de bomberos de Vallecas y, por supuesto, las distintas versiones de la Gran Vía, todas ellas presentes en la exposición que hasta el próximo 22 de enero puede verse en el Museo de Bellas Artes de Bilbao procedente del Thyssen y comisariada por Guillermo Solana y su hija, María López.
En el corazón de Bilbao
“Ha resultado una muestra muy diferente a la de Madrid -cuenta-. La mía es una pintura muy sensible al lugar donde se expone, a la disposición de los espacios y a cómo se ordenen los trabajos. En Bilbao ha salido una exposición más intimista, quizá más sombría. Con menos espectáculo y más intimidad”. Con la novedad, además, de incorporar al corazón de la ciudad, al latir de su circulación, una de las piezas: Carmen despierta, la cabeza grande de su nieta con los ojos abiertos, pareja de la que puede verse en el vestíbulo del museo con los ojos cerrados, Carmen dormida, está colocada en la Gran Vía bilbaína, una de las calles más importantes y transitadas. “Estoy encantado de que la gente se pueda acercar tanto a ella, que vayan caminando y se la encuentren. Es muy bonito”, asegura.
Y hasta hoy cuando, convertido en el último pintor de corte, trabaja en el cuadro que más expectación ha despertado de los últimos años: la Familia de los Reyes. El pasado mes de septiembre el libro de TF Editores, prologado por Miguel Delibes, mostraba por fin la pintura en la que, como contaba en la entrevista concedida a El Cultural en el mes de junio, la única que no ha cambiado de sitio en estos 9 años dedicados al cuadro ha sido la figura del Rey, “todos se han movido como dando vueltas a su alrededor”, contaba el pintor entonces. “Estos últimos meses, entre los actos de la inauguración en Madrid y el montaje de Bilbao, todos los ratos que he tenido para trabajar los he dedicado a esta pintura”, explica.
Mientras, entrevistas para medios escritos y audiovisuales; especiales en el telediario, no ha habido programa que no haya dedicado un espacio a la exposición de Antonio López, una muestra que recoge desde las obras más tempranas a las últimas e inacabadas, pasando por la famosa Nevera nueva, las figuras de hombre y mujer, las cabezas infantiles, los mebrilleros... Y luego están, por supuesto, las visitas que han rebasado todas las marcas en Madrid y que casi superan el récord que marcó Sorolla en Bilbao. “Me emociona saber que hay gente que ha venido de lugares distantes, que personas ajenas al mundo del arte han ido a ver una exposición de pintura. Esto es algo revelador porque la gente sólo se mueve cuando hay algo que conecta con ella. En general, ya sabemos que el arte contemporáneo es muy difícil, también el mío, aunque por lo que sea con el mío conectan mejor”. Un arte que, tras la investidura, entra en la Universidad de Navarra enfundado con la reglamentaria toga y el birrete y sube un escalón más hacia la inmortalidad.