De izquierda a derecha, Juan Ugalde, Juan Uslé, Soledad Lorenzo, Victoria Civera y Philipp Fröhlich. Fotografía: Sergio Enríquez-Nistal
Repite sin parar que no quiere morir con las botas puestas, que hay que retirarse a tiempo, que ha visto a muchos profesionales decaer y que no quiere que esa energía arrolladora y envidiable que mantiene a sus 74 años le abandone con la galería abierta. Soledad Lorenzo celebra el próximo jueves los 25 años del espacio madrileño que lleva su nombre y lo hace con una fiesta de agradecimiento a sus artistas, colegas y amigos. Un aniversario con aires, también, de despedida.
Hoy es la galerista de Palazuelo, de Tàpies, de Miquel Barceló, de Broto o de Sicilia. También de Pérez Villalta, Soledad Sevilla, Jorge Galindo, John Mikel Euba o Pello Irazu (que al final también pasó a engrosar su lista de artistas). Y de los más jóvenes, Adrià Julià o Jerónimo Elespe. Entre la nómina de extranjeros, Julian Schnabel, Robert Longo, Tony Oursler o Louise Bourgeois (que ahora mismo comparte la sala con Tàpies). En total, 33 artistas de los cuales 22 son españoles. "Para mí es importante defender el arte español desde la galería. Las galerías americanas, por ejemplo, lo han tenido siempre muy claro: su papel es promocionar a sus artistas. Yo también lo he entendido así. A las ferias he llevado mayoritariamente a españoles y eso no siempre me ha beneficiado. De las ocho exposiciones que programo al año, normalmente sólo tres son de extranjeros".
Y a pesar de lo que se suele pensar y de los sonados divorcios que se dan en el mundo del arte entre galerista y artista ("La galerista Mary Boone dice siempre que fue mucho peor su ruptura con Julian Schnabel que su divorcio del también galerista Michael Werner", bromea), a Soledad Lorenzo pocas veces le ha dejado un artista. "He tenido tres rupturas, fue hace muchísimo tiempo y con poco dramatismo; enseguida nos dimos cuenta de que algo no funcionaba", explica. De hecho, los cinco artistas aquí reunidos han destacado entre sus mayores virtudes la fidelidad. "Sigue con su nómina de nombres de siempre ignorando tendencias y modas que ha habido a lo largo de estos 25 años, y eso es admirable", dice Philipp Fröhlich (Schweinfurt, Alemania, 1975).
A Juan Uslé (Santander, 1954) le conoció personalmente en Nueva York y reconoce que es con el único artista con el que ha discutido de verdad. "Bueno siempre estamos así, yo soy un rebelde y ella, tan profesional y tenaz. Hemos tenido nuestros más y nuestros menos, pero siempre ha habido un diálogo sin tapujos, no sin dificultades, que al final ha dado buenos resultados. Somos dos apasionados y ha habido entre nosotros mucha complicidad, más allá de lo puramente profesional", dice Uslé. Al principio, el artista no acababa de entender que tuviera que trabajar con una galerista en exclusiva, "era una época un poco confusa para mí y ella venía de un contexto, el español, que no era en el que yo vivía", explica. Pero tras varias conversaciones surgió un magnetismo tal que se ha mantenido intacto hasta hoy.
Nunca en pareja
Su mujer, Victoria Civera (Puerto de Sagunto, Valencia, 1955), no llegó entonces pero acabó entrando, a pesar de que la galerista se había propuesto no trabajar nunca con una pareja de artistas. "Dejé la galería Gamarra y Garrigues y le escribí una carta. Vino a Manhattan, habló con nosotros -juntos y por separado- y al final accedió. Fue estupendo que dijera que sí porque durante estos años he podido estar metida en mi estudio, trabajando, pero con las espaldas bien cubiertas. Soledad sería una buena entrenadora de fútbol, tan apasionada que te contagia, es capaz de llamar todos los días si cree que lo necesitas. Yo soy muy nerviosa y ella es mi valium, me tranquiliza siempre", comenta Civera.
Pero sólo si lo necesitan, porque a Fröhlich le ha dado justo lo contrario: "Yo soy muy lento trabajando y necesito mucho tiempo y mucho espacio y ella me lo da". Y es que con cada uno de sus artistas tiene una relación muy personal. A Fröhlich lo fichó justo después de su primera aparición pública, en 2006, en el MUSAC de León. Había visto obra suya en el programa para artistas jóvenes de Caja Madrid, Generaciones, y le habían hablado de él. "Yo no había trabajado con nadie antes, así que no conozco otra cosa. En cierto sentido, soy un niño burbuja, un privilegiado", asegura el artista.
El caso de Juan Ugalde (Bilbao, 1958) fue similar al de Civera. Él buscaba galería y se presentó en la calle Orfila 5 de Madrid, sede de Soledad Lorenzo desde el principio. "Para mí fue un cambio de vida total, pude por fin meterme en el estudio, concentrarme, sin preocuparme de otra cosa que de mi obra. Ha sido toda una experiencia que ha durado 12 años", cuenta. Pero es que lo que para ellos es casi magia para la galerista es una obligación: "El artista está trabajando para el resto de la sociedad y el papel de la galería es permitirlo y facilitarlo", dice.
La intensidad del montaje
Aunque no todo van a ser piropos, claro está. El montaje es un momento especialmente intenso donde galerista y artista quieren imponer sus criterios y ambas partes tienen que ceder. También Soledad Lorenzo. "Trabajar con ella es fácil y difícil a la vez", asegura Txomin Badiola (Bilbao, 1957). "Siempre tiene una idea muy clara de cómo deben de ser las cosas y su tendencia es a imponerla. Aunque que yo nunca he dejado demasiadas opciones a los demás y ella siempre me ha respetado". Uslé se ha encontrado muchas veces los cuadros ya colocados en el suelo de la galería al aterrizar de Nueva York, donde ha vivido muchos años: "Si te hace el montaje te lo hace clavado pero yo empiezo a moverlos, no puedo evitarlo, les doy varias vueltas para, muchas veces, llegar a la misma conclusión. La selección última de las obras se produce en la instalación y ella lo disfruta como si fuese la última chispa de la creación". Es el mejor momento para la galerista. Aunque ahí también cada uno es diferente.
El caso más extremo es el de Tàpies, que no ha venido a colgar una exposición nunca, cuenta. Broto y Ugalde tampoco son de los más implicados en el montaje; los escultores son distintos, ellos necesitan contar con el espacio a la hora de pensar sus obras. "Yo puedo colgar las obras de otro pero soy incapaz de colocar las mías", asegura Ugalde, a quien le cuesta mucho imaginarse los cuadros en la galería: "Llego aquí como a probar, sin saber bien qué hacer, así que sí, Soledad me ayuda muchísimo. Además tiene una capacidad de mirar el arte que poca gente posee", dice. Y ella insiste: es un privilegio poder estar tan cerca del arte.
Valoran también sus artistas su pasión y profesionalidad y esas "maneras de tratar con los artistas, con los coleccionistas, con la gente del arte en general marcadas por su propia personalidad. Un estilo que ha marcado una época", señala Badiola. "Una profesionalidad que se nota a todos los niveles. Hay galerías con mucho nombre pero con espacios terribles, que no permiten acercarse bien a la obra. Aquí todo está bien engrasado, desde el espacio a la presencia en ferias", añade Ugalde. Así como la imagen que de ella se tiene en el extranjero: "Cuando sale el nombre de Soledad fuera, en una comida en Alemania, pongamos por ejemplo, es casi como si hablasen de Messi, la misma veneración. Y eso aquí no se ve porque ya se sabe lo que ocurre entre los que juegan la misma liga, pero fuera es increíble", explica Uslé. "Nada trasciende si no encuentra el medio capaz de hacerlo trascender. Y ella consigue que la voz escondida que tiene cada pintura, cada pieza, se deje oír", añade el pintor cántabro.
Saber irse a tiempo
Ahora la galerista cumple 25 años y lo celebra con una despedida a tiempo porque todos sus artistas ya saben que se va, la mayoría ya no volverán a exponer con ella. De los presentes, sólo Uslé y Fröhlich tienen exposición prevista el año que viene. "El tiempo del arte es lento y ya tengo programado hasta diciembre de 2012, además tampoco descarto la posibilidad de que surja algún proyecto que me obligue a retrasar mi marcha. No quiero ponerme una fecha, pero sí un final", explica. Es probable que sea su último ARCO, pero tampoco quiere cerrar esa puerta. "Depende", repite.
Lo cierto es que llevaba mucho tiempo pensando en ello. Ya hace dos años pidió a su amiga la galerista Oliva Arauna y al contable que tienen en común que le avisasen si veían cualquier signo de flaqueza, cualquier atisbo que indicase que se tenía que ir. "Pero al final vi claramente que era una decisión que tenía que tomar yo. No es que esté cansada ni que crea que me he quedado atrás. Es que he visto que el proyecto estaba hecho y que el tiempo ya es un muro que tengo delante", dice. Para ella es importante saber irse en el momento adecuado, cuando todavía está en forma, y lo explica sin melodrama ni tristeza, con la frialdad de quien se ha enfrentado muchas veces a situaciones difíciles: "La galería requiere una energía que no quiero que me falte mientras esté abierta. No veo el final como algo dramático y no sé qué haré jubilada; el que busca no encuentra. Yo no sé hacer otra cosa pero de esto saldrá algo... o no. El futuro no me preocupa. La vida me ha colocado en una posición de la que me aprovecho: no tengo ninguna responsabilidad".
El final de una era
Pero la despedida de Soledad Lorenzo es algo más que el cierre de una galería. Simboliza de algún modo el fin de una era, de una manera de trabajar y de unas galerías (Juana de Aizpuru, Helga de Alvear, Elvira González) que se encargaron de abrir el camino, de encender la mecha en un mercado que entonces apenas empezaba a despertar. "Entonces se necesitaba una galería grande, no valía cualquier cosa. Tardé mucho en encontrar lo que quería, pero sabía que debía de ser un espacio importante. Era lo que hacía falta. Ahora se puede abrir una sala pequeña y ser una joya de galería", explica. Y si tuviera que darles un consejo a las recién llegadas: "En esta profesión prácticamente hay que meterse en el convento, dedicarse en cuerpo y alma, si no, no funciona. Y por supuesto, estar siempre alerta, aprender de tus colegas...".
Y qué les espera a ellos, a sus artistas, después de Soledad. "El hecho de haber trabajado con Soledad durante 25 años dejará una impronta importante en mi vida, tanto a nivel artístico como personal. Sin embargo, no temo los cambios y pienso que siempre serán para mejor. Con el cierre de Soledad, y otros que se anunciarán en el futuro, desaparecerá un modelo de galería, no será sólo un simple recambio de nombres", dice Badiola. Y a la hora de cambiar de galerista, "esperamos que ella nos guíe...", comenta Civera con cautela. "Con la de veces que la hemos puesto a caldo ahora nos damos cuenta de lo que perdemos", bromea Uslé. Soledad Lorenzo insiste y sentencia: "Hay que vivir el presente y eso todavía no ha llegado".