Imagen de la exposición de Franz Erhard Walther en el DIA: Beacon.

Franz Erhard Walther es uno de los creadores europeos más interesantes de entre los que contribuyeron a transformar la dinámica del arte en los años sesenta. El DIA: Beacon le dedica una exposición en su fabuloso espacio del norte del estado de Nueva York. También en el Reina Sofía puede verse ahora un trabajo suyo.



Nacido en Fulda, una localidad del centro de Alemania, en 1939, Franz Erhard Walther se trasladó a la vecina Frankfurt en 1959 para enrolarse en la afamada Hochschule für Bildende Kunst. Todo fue bien hasta que fue expulsado dos años más tarde, viéndose forzado a ingresar en la hoy no menos famosa Kunstakademie de Dusseldorf, donde coincidió con otros artistas alemanes como Richter, Palermo, Beuys y Knoebel. La compañía, por tanto, no era del todo mala.



Su currículo es extenso. Participó en When Attitudes Become Form, la mítica exposición de la Kunsthalle de Berna de 1969 y en un buen puñado de ediciones de Documenta, cuatro seguidas, desde la de Harald Szeemann del 72 hasta la de 1987, organizada por Manfred Schneckenburger. Trabaja con la galería parisina de Jocelyn Wolff, donde el próximo día 4 de noviembre inaugura una muestra individual; está presente en la mejores colecciones internacionales, pero en España no es todo lo conocido que debiera. Ha sido el Reina Sofía, en dos exposiciones colectivas, la reciente Atlas ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?, que pudo verse durante el invierno pasado, y la inaugurada la semana pasada Locus Solus. Impresiones de Raymond Roussel, la única institución en la que ha podido verse su trabajo.



Valga su doble participación en el Reina para esbozar brevemente su trabajo. En Atlas... pudo verse un buen ejemplo de sus Werksatz, contextos específicos de trabajo en los que el espectador interactúa con una serie de materiales que le hacen convertirse momentáneamente en escultura. En la actual Locus Solus..., sin embargo, el protagonista es el lenguaje, no tanto por lo que cuenta sino por lo que evoca, pues, en íntima sintonía con el color, deviene una fuente torrencial de resonancias que amplían su significado inicial para invitar a adentrarse en nuevos mundos.



Walther forma parte del grupo de artistas que transformó radicalmente el escenario artístico durante la década de los sesenta. Fue, como decíamos, coetáneo de Judd, Serra, Palermo y compañía, pero su trabajo pronto trascendió los ambientes pictóricos y escultóricos para centrarse, de un modo más literal que el resto de compañeros, en el trascendental asunto del proceso. Cuestionó con vehemencia los conceptos que vertebraban la creación del momento, así la forma, el material, el espacio, y convirtió al espectador en usuario, alguien que determinaba con sus propios movimientos la propia naturaleza de la escultura. Pero, ¿era, acaso, Walther, escultor? No. Era alguien cautivado por el tiempo, la acción y el azar como motores del hecho artístico.



Lo que podemos ver en el Dia: Beacon es altamente revelador. Bajo el título Work as Action, asistimos a un conjunto de piezas adquirido por la institución neoyorquina en 1978. Es una serie de materiales blandos, tejidos (muselina, algodón, terciopelo, espuma...), papeles o cartones que el visitante puede tomar y manipular, en ocasiones sólo o con otras personas, para adoptar posturas a partir de ciertas instrucciones. En un principio, Walther pensó en trabajos en los que sólo las manos fueran necesarias pero más tarde sugirió utilizar todo el cuerpo. Una de las piezas en esta exposición muestra cinco almohadas de muselina que forman un friso vertical sobre el que hemos de apoyar nuestra cabeza para así convertirnos en escultura. Otra nos invita a tumbarnos en el suelo y producir formas geométricas a partir de nuestra posición en el espacio. Incluso podemos rodar colina hacia abajo metidos en una suerte de tubo de tela. Son acciones sencillas que nos obligan a repensar nuestro lugar en el arte, a cuestionar la relación entre obra y receptor y cómo estos roles a menudo pueden intercambiarse. En este sentido, ¿no se encontraría la obra de Franz Erhard Walther en los orígenes de la estética relacional?



La obra de Walther huye de la antigua separación entre obra de arte y público pues aquélla no posee valor alguno sin su activación por parte de éste. Es enemigo declarado de la contemplación como forma de aproximarse a la creación artística y necesita del proceso, de la duración, para que la obra se complete. Alrededor de los diferentes "equipamientos" para realizar las esculturas pueden verse los conocidos dibujos preparatorios que no son tanto bocetos como trabajos que evocan lo ya ocurrido, algo así como los resultados, siempre de distinta naturaleza, de las diferentes obras acaecidas.



Los Work Sets de Walther preceden en el tiempo a otros de parecida naturaleza formal como la famosa performance Divisor de Lygia Pape, de 1968, que pudimos ver en Madrid no hace mucho, o los trabajos posteriores de artistas como Franz West o Erwin Wurm. Pero la brasileña introduce matices políticos pseudo-revolucionarios que no se encuentran eco en el trabajo del alemán. En el caso de West, hay algo de trauma en las posturas ilógicas que el público debe adoptar en sus Adaptables, formas escultóricas humanas que se dirigen a la representación de la neurosis. Es lo contrario a la aproximación irónica de Wurm, quien en sus One-Minute Sculptures empuja los límites de la escultura guiando al espectador a partir de instrucciones concretas.



Debemos, por tanto, entender el trabajo de Franz Erhard Walther como uno de los referentes del nuevo arte que se da a principios de los sesenta. Casualmente, en una sala contigua de este sensacional museo al norte del estado de Nueva York, podemos ver otra exposición de carácter retrospectivo dedicada a su coetáneo y compatriota Blinky Palermo. Comisariada por Lynne Cooke, la muestra arroja buena luz sobre la práctica combinatoria de uno de los artistas esenciales para comprender la deriva de la pintura en la segunda mitad del siglo pasado. Junto con la de Walther, este recorrido por la obra de Palermo conforma un añadido extraordinario a la colección de arte minimal y conceptual del DIA: Beacon.