Al fondo, Joropo, 2010. A la izquierda, Padre 1, 2001
No empezamos sin felicitar la bravura de Julián Rodríguez y sus socios por emprender, en apenas dos años, el montaje de dos pequeñas sucursales de su proyecto galerístico Casa sin fin. Y por estrenar esta nueva y mínima sede en Madrid dejando claros sus principios y compromiso con lo artístico más allá de los mercados, con una reunión de obra presente y con hasta una década de pasado de Javier Codesal (Sabiñánigo, 1958).Una muestra menuda pero planteada con evidente afán curatorial. Mediante dos fotografías, dos vídeos, dibujos a lápiz sobre papel y una edición vídeo-gráfica de los mismos para iPad, trata de situar buena parte del poliédrico discurso plástico del aragonés y consigue presentar algunos de sus principios fundamentales y temas: el tiempo en curso, su posible interrupción mediante la mirada y el arte, la muerte, la memoria... Preocupaciones de la poesía, que es donde se ubica a Codesal: poeta contemporáneo, multidisciplinar, de la palabra y la imagen.
Sobre Padre y Madre
Lo primero que vemos son sendas fotografías de madre y padre del artista. Pertenecen a dos series de 2001 integradas cada una por tres obras. Por un lado la perteneciente a Maternidades, donde la madre, ya mayor, sostiene la caja de una guitarra sin cuerdas ni mástil en una imagen poética compleja y elíptica sobre la feminidad como origen. Por otro, la de la serie Padre, donde aparece el progenitor del artista sentado, envuelto en capa y sombrero negros, mirando hacia el objetivo con ojos que parecen abismos y cauces de tiempo a la vez, y antecedentes de una ausencia.
A su lado, una pantalla de televisión emite los dos vídeos. El bosque respira, también de 2001, es una sucesión de fotografías de bosques del oscense Monte Perdido que han sido giradas invirtiendo sus ejes horizontal y vertical. Las instantáneas del gran bosque caído, tumbado, sigue el ritmo de un bucle sonoro que ha sido tomado de la respiración agónica del padre. La solidez vertical cae con el tiempo. En Joropo (2010), la cámara dispara sin cesar en pos de registrar el día funerario de la madre del artista, al ritmo de un baile de zapateado colombiano de tal nombre. Disparos para retener el tiempo.
Se cierra la intensidad de lo que ya sólo puede verse como una instalación de vasos comunicantes (de vapores), con dos obras que arrancan en 2002 como serie compulsiva de dibujos rápidos y cargados de potencia muda que tratan de captar sentimentalmente el rostro-máscara del padre y se prolongan hasta hoy como montaje de vídeo bajo el sonido de una voz que lee un texto de Jesús González Requena.
Sutil presencia para mucha ausencia. Silencioso discurso de alto volumen. Aquí sí, menos es más.