Vista de la instalación Síndrome de Guernica en Matadero Madrid
El Azor fue usado de 1949 a 1975 por el general Franco como barco de recreo. Allí fue donde soñaba con ser pintor y marino; donde compartió confidencias y conversaciones con Don Juan de Borbón. También fue usado como buque insignia en numerosos actos oficiales, el último en 1984, y como destino vacacional de Felipe González. En 1992, sin saber ya qué hacer con él, la Armada española se lo vendió al empresario hostelero de Burgos Lázaro González por los 6 millones que pedían en la subasta pública. La compra implicaba usarlo como chatarra, aunque Lázaro González visualizó en él un restaurante-pub de lujo que volviese a navegar en aguas cántabras. La falta de permisos le llevó a cortarlo en tres trozos y se lo llevó en varios camiones al campo de trigo de Cogollos, un pueblo de Burgos donde tenía un asador. Lo cimentó en medio de la finca y construyó un motel a su alrededor. Así nació el Motel-Asador Azor. Aunque el negocio le acabó arruinando. Tras ofrecer los trozos del barco como souvenir, Lázaro González acabó vendiendo los terrenos, Azor incluido, a varios socios que durante años lo fueron alquilando.A ellos se lo compró Fernando Sánchez Castillo (Madrid, 1971) a finales de 2011. El primer recuerdo del Azor lo asocia a las famosas vacaciones de Felipe González del verano del 89. "Era una patata caliente que había que deshacer", dice. Ciertamente llevaba tiempo tras el barco de Franco, con la idea de ser el propietario del Azor, que hoy por hoy este artista llama "escenario". En 2007, llevó el mástil y varios bancos a su exposición en el MUSAC, Abajo la inteligencia. Ahora, con los restos que quedaron de la embarcación y tras varias fases de recuperación de metales y compactarlo, el artista lo ha convertido en chatarra. A este vestigio lo ha llamado Síndrome de Guernica y desde el viernes yace en el espacio de Abierto x Obras, la antigua cámara frigorífica de Matadero Madrid. Congelado del todo en el tiempo. También Sánchez Castillo confiesa haber crecido en un clima de cierta congelación temporal, cuando no se podía hablar de lo que se pensaba o de lo que estaba pasando. De ahí la importancia que tiene para este artista conocer las imágenes que nos han sido legadas, echar la vista atrás de nuestra historia reciente, de la Guerra Civil y la dictadura, para recuperarla y pensarla de manera más analítica que propagandística. Con la palabra, dice tener una obligación moral. Y hace gala de lo que dice.
Guernica al cubo
Ahora, los 47 metros de eslora y los 10 de manga del famoso Azor, ocupan un bloque de aproximadamente 3 x 7 m2. El bloque tiene forma de prisma, un formato que desde el arte minimalista se asocia con la carencia de referencias emotivas o sentimentales. "Cuando se quiere comprimir mucho el singificado de algo -explica el artista- se realizan prismas por sus formas puras, ideales. En este caso, el barco contenía tanta narrativa que sólo cabía esta opción". No es del todo casualidad que la escultura mida lo que El Guernica. Tampoco que el título de esta exposición haga referencia a él: "Del mismo modo que Picasso trabajó con el cubismo para relatar un hecho histórico, yo he comprimido un hecho histórico en una forma cúbica", añade.
¿De dónde surge la idea de recuperar la historia del barco? ¿Por qué el Azor? "Resume una historia paradigmática de lo que son las tres últimas etapas históricas de nuestro país: la dictadura, la transición y el imperio de la economía, este tardocapitalismo salvaje. La primera simboliza del culto al líder, el barco como tierra de nadie que entonces servía a Franco para hablar temas importantes, donde se sentía persona. Era un laboratorio de comportamientos del dictador. Durante la transición, el barco fue un bien del Estado y se decide su eliminación, su desguace, de un modo dictatorial y sin ninguna consideración por lo que pudiera ser su interés constructivo. En la tercera etapa vemos como alguien, por nostalgia o negocio, intenta engañar al Estado y cómo acaba siendo reclamo turístico. Cómo esa nostalgia no vende, cómo el único valor es el del metal. Todo el proyecto engloba un cambio de estado, una transformación, dentro de lo que era la memoria, del 47 hasta hoy", explica.
Historia global
Este proyecto de Sánchez Castillo da una visión poliédrica de la historia de un barco. "Es un trabajo muy sencillo y muy complejo", añade. "La obra de un artista no es algo que se pueda contar en un minuto. Como todo tiene un proceso de comprensión, de construir un discurso. No creo que sea algo difícil de comprender. Como dice Cristina Lucas, para ser público hay que estudiar. En este país sorprende, y eso es de algún modo una tradición, que cuando no se comprende algo te lo cargas". Habla de las actitudes que tachan el arte contemporáneo de tomadura de pelo. "Son comentarios que vienen del siglo XIX. Suerte que en España tenemos una comunidad intelectual muy interesante", añade.
Lo dice mientras retoma las palabras de Picasso al responder a los nazis cuando le recriminaban el Guernica: "No, no, esto lo han hecho ustedes". Y añade: "¡Pues esto lo hemos hecho entre todos! La autoría no es solamente mía, el artista es un catalizador, un acelerador de procesos. El barco está mejor preservado que nunca". A las frías esculturas metálicas expuestas en Matadero, el artista mostrará un vídeo largo, de varias horas, que acompaña la historia del Azor y ayuda a comprender derivas y rodeos de la historia. Lo presentará en este espacio madrileño durante ARCO. Y, en la feria, lo veremos en su habitual galería Juana de Aizpuru y en la holandesa Tegenboschvanvreden. No descarta hacer incluso un documental puro y duro de la historia del barco, entrevistando a los personajes que han protagonizado su historia.
Fernando Sánchez Castilló ha reciclado la historia reciente de España. Pagó finalmente por reconstruirla. No aventura la cifra, pero asegura que cualquier podría haberlo comprado. "Franco ya no era rentable", apunta. Ahora, está por ver cómo sigue esta cadena de compra-ventas. ¿Qué museo se aventurará a tener este Síndrome de Guernica en su colección? ¿Tal vez el Reina junto a su tocayo de Picasso? Cerraría así el Estado un curioso ciclo económico...