Chema Madoz. Foto: Kike Palacio

El fotógrafo presenta sus últimas obras en la galería Moriarty de Madrid.

Coincide esta inauguración con su 54 cumpleaños y por eso, además de la inauguración de sus últimas fotografías, Chema Madoz (Madrid, 1958) firmará esta tarde en la galería Moriarty ejemplares de los libros que de él ha publicado La Fábrica Editorial. La novedad: la reedición de sus Obras Maestras, "quizá el volumen que mejor permite acercarse a mi trabajo en su conjunto. Es un recorrido desde mis inicios hasta trabajos de 2010", cuenta. Y en la exposición, las fotografías más recientes. Objetos domésticos (abrelatas), animales (mariposas) o símbolos culturales (nota musical, libro) que Madoz toca con su cámara y convierte en poesía. Es el mago del concepto. Pero aquí no hay truco.



Volvemos a encontrarnos en esta muestra con los temas habituales de su particular universo, los libros, el tiempo, la música, argumentos que se van maquillando, como él mismo explica, igual que los objetos o conceptos que aparecen en sus fotografías.



-¿Hay un hilo conductor que agrupe de algún modo las imágenes que muestra?

-Al final siempre me quedo con la sensación de que el único hilo conductor es el de la mirada. Independientemente de los elementos con los que trabajo, unos más cercanos a la naturaleza otros, figuras de animales o manos, objetos que se representan a sí mismos, que no dependen del carácter de su uso y que invitan a trabajar desde una perspectiva diferente, al final es la forma de mirar la que imprime a todo un sello fácilmente reconocible.



Una mirada, la de Madoz, con una particular deformación a la hora de enfrentarse a todo lo que le rodea. "Los objetos están teñidos por una acción o un uso y yo dejo salir lo que anida detrás de cada uno, son ideas o emociones que están ahí y mi manipulación los libera", y eso es precisamente lo que los hace reconocibles para el espectador que, frente a muchos de ellos, no puede evitar una sonrisa.



Imagen como representación

-Su especialidad son las metáforas, el juego con los objetos, ¿pretende con ello crear una realidad falsa o inventada o es más la representación de una idea?

-No es mi intención crear una realidad paralela, al revés, lo que pretendo es incidir sobre la versatilidad que ofrece la propia realidad. En ese sentido, me interesa más la imagen como materialización de un concepto o emoción que el crear una realidad falsa.



-Porque, ¿concepto implica emoción?

-En realidad se alternan. En ocasiones la mirada se deja arrastrar por algo que intuyes, por una sensación o emoción, y otras veces, esta manipulación incide en ese aspecto más conceptual quizá más frío, pero la frialdad no deja de ser una emoción.



-Muchos de estos objetos son objetos culturales, libros, notas musicales, partituras, ¿qué representan para usted estos símbolos?

-Son elementos con unas particularidades muy especiales, con una carga conceptual importante que hace de caja de resonancia: basta con que los toques un poco para que provoquen una reacción mucho mayor. Son objetos simbólicamente muy ricos. Pero además, los utilizo, lógicamente porque son cosas que provocan mi interés. Por supuesto, me interesa revisitar el libro, una especie de caja negra de nuestras ideas y emociones.



Conmover hasta perder el control

-¿Qué sensación quiere producir en el espectador que ante sus imágenes se ve atrapado entre la realidad y la sorpresa?

-Siempre resulta difícil definir qué es lo que espero que sienta el espectador. Viene a ser parecido a lo que yo pueda sentir con una obra que me toca de cerca, que me conmueve. Hay una obra de Waltercio Caldas que para mí representa la emoción estética: unos zapatos viejos, combados por el uso, en los que el artista simplemente ha depositado un aro que apoya en la puntera de modo que los levanta del suelo. Representan esa sensación de perder el contacto, de ensimismamiento, que es lo que me gustaría provocar en el espectador.



-Siempre ha presumido de manipular los objetos manualmente, de no haber sucumbido a las nuevas tecnologías, ¿sigue fiel a esa máxima?

-La intención no es otra que intentar demostrar esa fragilidad de desvelar el objeto que a través de una manipulación simple se puede lograr. Las nuevas tecnologías me interesan aunque trabajo poco con ellas, pero no desisto de utilizarlas cuando creo que es necesario. De hecho, hay algunas imágenes de la exposición que se han resuelto digitalmente, por ejemplo, con recursos gráficos a la hora de realizar un grafismo y volviendo a fotografiar luego de modo analógico.



-Nuestra cultura vive un mal momento, de recortes, de cierres, cada día hay una nueva y desagradable noticia en este sentido, ¿estamos ante el final de un sistema que hemos de replantearnos?

-Todo parece indicar que sí. Hay que replantearse todos los esquemas. Precisamente en la exposición hay una imagen, la del avestruz que mete la cabeza en su propio huevo que podría simbolizar bien el momento que atravesamos: enterramos la cabeza porque no queremos ver lo que pasa pero a la vez lo hacemos en nuestro propio origen. El huevo representa el nacimiento y el avestruz se entierra en su propio renacer. Muestra una actitud de esconderse pero de esconderse en los orígenes.