No compra ni una obra desde 2006 y, sin embargo, es uno de los coleccionistas europeos más comprometidos con el arte. Aunque nacido en Róterdam, en 1954, Han Nefkens ha vivido y viajado por todo el mundo hasta llegar a España, concretamente a Barcelona. Invitado por la Fundación Foto Colectania, vino para mostrar su colección y, dos años después, en 2008, se instaló definitivamente en la capital catalana. En estos años su colección se ha incrementado de manera importante pero siempre con producciones específicas que él mismo financia. Ha dado un paso más en el coleccionismo particular.
Su modus operandi desde el principio ha sido distinto al de otros coleccionistas. Fue en 1999, mientras visitaba en París una exposición de Pipilotti Rist, cuando lo decidió: “Yo quiero formar parte de este mundo del arte”, se dijo. Pero su relación no podía ser la de un comprador que quiere adornar el salón de su casa y mucho menos la de comprar para almacenar. Nefkens quería compartir las obras. “Estuve durante un año pensando en cómo hacerlo hasta que conocí a Sjarel Ex, entonces director del Centraal Museum de Utrecht. Le hablé de mis inquietudes y llegamos a un acuerdo: lo que yo comprase iba directamente al museo holandés en forma de préstamos de larga duración. Y de allí surgieron colaboraciones semejantes con otros centros”. Así sucedió con sus primeras compras: Bill Viola, Tony Oursler y, por supuesto, Pipilotti Rist.
Comprar para el museo
-¿Esta forma de comprar se refleja de algún modo en la H+F Collection?
-Claro, tengo 450 obras de 87 artistas, y de casi todos los artistas he comprado varias obras, a veces de diferentes épocas para mostrar el recorrido, a veces series enteras de fotografías. Desde el principio quería comprar sin tener que preocuparme por el tamaño, adquirí esculturas, instalaciones, piezas enormes, siempre pensando en el museo.
Pero Nefkens que, por cierto, también es escritor, no podía parar aquí. Su personalidad, inquieta y comprometida, le llevó al siguiente nivel. “Después de un tiempo colaborando con los museos, me di cuenta de que uno de los problemas que tienen los artistas es la falta de financiación para sus producciones. En los últimos cinco años he encargado obras específicas que produzco, a veces en colaboración con el propio museo y otras veces a propuesta del mismo”. Y así han ido surgiendo también las piezas que atesora en sus dos fundaciones, ArtAids y H+F. “La Fundación ArtAids quiere concienciar y desestigmatizar el SIDA; soy seropositivo y para mí es importante. Son obras inspiradas en el VIH pero casi siempre de forma metafórica. Piezas que tienen que ver con grandes ideas, con el aislamiento, por ejemplo, pero también con la alegría de vivir”, explica.
De modo que pronto priorizó esta forma de trabajar con artistas y museos: “Me gusta el trabajo por encargo, es un voto de confianza para el autor. Se produce una obra completamente nueva para un espacio concreto, para un museo. El artista está contento porque hace una obra nueva, el museo porque tiene una obra original y específica y yo porque he vivido de cerca todo el proceso de creación. Me siento como una comadrona ayudando en el parto”.
-¿Desde el principio se dio cuenta de que su colección era algo más que un asunto privado?
-Una colección es una pasión privada pero con un beneficio público. El arte es un reflejo de nuestro mundo hecho para el mundo, y cuanta más gente lo vea, mejor.
-¿No se ha plateado tener su propio espacio de exposición?
-Nunca. Me gusta trabajar con diferentes instituciones. En Holanda colaboro con el Museum Boijmans; en Barcelona con la Fundación Miró -en la exposición de Pipilotti Rist produje una de las obras- y con el MACBA acabamos de crear este nuevo premio de 50.000 euros destinado a producir la obra de un artista no occidental.
Mucho más que Europa
Y he aquí otro de sus intereses: el arte llamado “periférico” ocupa un lugar importante en su colección. Entre sus obras favoritas hay piezas del surafricano Zwelethu Mthethwa, el japonés Rinko Kawauchi o el tailandés Manit Sriwanichpoom. “El mundo es mucho más que Europa o EE.UU., hay artistas muy interesantes en lugares de los que nunca había oído hablar. Hago esfuerzos por conocer a estos artistas, he vivido en muchos países y viajo mucho, soy cosmopolita y esto se refleja en mi modo de entender el arte”, cuenta Nefkens que ha vivido en Londres, Estados Unidos, Francia, México y ha pasado largas temporadas en Tailandia. Se quedó en Barcelona porque le encanta la vida mediterránea, “la gente en las calles, las largas comidas del domingo por la tarde, el cielo azul. En Barcelona hay un ambiente artístico bastante activo y me han recibido con los brazos abiertos”.
-A pesar de todo, sólo hay dos artistas españoles en su colección, Carmela García y Prudencio Irazábal, ¿no le interesan?
-En realidad, es la evidencia de la falta de artistas españoles a nivel internacional. En los años en los que compré arte, entre 2001 y 2006, lo hacía en las grandes ferias de Basilea, Londres y Nueva York y en las grandes galerías, y ahí hay pocos españoles, pero eso no significa que no me interese el arte español. De hecho, en 2009, para la primera exposición de ArtAids en Barcelona hubo colaboración con diferentes artistas españoles.
-Por su colección, parece que es muy fiel a un grupo no demasiado amplio de artistas.
-Seguir a un artista es importante, encargar una pieza es comprometerme con un artista y con su trabajo y esto es algo duradero, no tiene porque ocurrir sólo una vez.
-¿Cómo debe ser una buena colección?
-Una buena colección debe de ser un reflejo del coleccionista. Cuando ves las obras debes intuir la personalidad del comprador, quién está detrás. Un conjunto de 100 obras de 100 artistas distintos es una colección dispersa, y lo mismo pasa con las colecciones genéricas que reúnen a muchos artistas de moda pero que no dicen nada del coleccionista, son colecciones intercambiables.
-¿El arte le ha cambiado?
-Absolutamente. El arte no es sólo una forma de ver el mundo, también es la forma de mostrar al mundo quién soy. Gracias al arte formo parte del mundo de manera activa.