Piero Gilardi: Vestito natura-anguria 1967.

La figura de Piero Gilardi ha quedado a menudo eclipsada por los grandes nombres de los sesenta y setenta pero es de las más relevantes de cuantas se dieron entonces. Su influencia en el arte del momento fue fundamental.

Piero Gilardi nació en Turín en 1942 y formó parte de la generación de artistas que reencauzó a través del Povera la escena artística italiana en los años sesenta, tras la dura posguerra europea. Si bien su obra durante estos años no tuvo el eco de otros como Zorio, Merz, Calzolari, Anselmo, Fabro o Penone, su papel como agitador intelectual es sencillamente trascendental para entender la efervescencia del momento. Turín se convirtió, entonces, en una de las ciudades más dinámicas de Europa, y, como Amsterdam, fue destino habitual de muchísimos artistas europeos y estadounidenses. En aquel Turín, Gilardi entró en contacto con los neosurrealistas primero y con Pistoletto algo más tarde. A mediados de los sesenta afloraron en Italia brotes cibernéticos que Gilardi saludaría con entusiasmo, una estética a la que se aferraría en su interés por la utopía y por la posibilidad de construir un futuro mejor. De una forma tan natural como paradójica, esta cibernética enraizaría con asuntos íntimamente ligados al Futurismo italiano, movimiento, como se sabe, de penosas connotaciones por su relación con los embriones del totalitarismo.



Uno de los grupos de trabajo más conocidos de Gilardi, que comenzó a realizar en esta época, son sus tapetti-natura, o alfombras de naturalezas. Son trabajos realizados con poliuretano expandido, que trascienden la bidimensionalidad de la pintura aunque en su esencia reside la representación de la naturaleza. Dice Gilardi que la obra tiene claras conexiones con el Pop, pero mientras la deriva del pop americano, formalizada en artistas como Rosenquist y Wesselman, sólo podía desembocar en el arte minimal, esto es, un frío y mudo reflejo de la sociedad industrial, el suyo, como el de muchos de su compañeros de generación, prefería centrarse en un discurso de mayor carga utópica, mas historicista, pendiente siempre de las vinculaciones entre la naturaleza y la cultura.



En sus tapetti nature, Gilardi buscaba una reacción social. Quería que la gente pudiera tumbarse, pasar tiempo sobre ella o ponérselas como si fueran ropa. Vivir en y con ellas, en definitiva. Son, así, precursoras de no pocas actitudes que se darían más tarde, ya en los noventa, en lo que se dio en llamar estética relacional. Fueron un verdadero éxito, y con ellas participó en un gran número de exposiciones en galerías e instituciones. Tanto es así, que Gilardi pronto comprendió que no podía continuarlas, que la fabricación de objetos se le había ido de las manos. Hacia 1968, cuando el arte Povera, al que tanto había contribuido, se consolidaba ya en Italia, dejó de hacer arte para convertirse en uno de los intelectuales y teóricos más sagaces e influyentes del momento. Si la primera parte de esta exposición se detiene ante muchos de estos primeros trabajos, la segunda lo hace ante ese papel tan vital que jugó a posteriori.



La exposición lleva por título Collaborative Effects y tras su arranque en el Castello de Rivoli de Turín, una de las instituciones históricas italianas, se detendrá en el Van Abbemuseum de Eindhoven, Holanda, y más tarde en Nottingham Contemporary, Reino Unido. Será especialmente interesante la escala en Eindhoven para comprobar el enorme papel que jugó Gilardi en la consolidación de las nuevas formas de arte en el país neerlandés. El turinés, ya alejado de la creación, tuvo una intensa relación de amistad con algunos de los artistas más relevantes del momento, en especial con Ger van Elk, Marinus Boezem y Jan Dibbets.



Gilardi formó parte de las decisivas conversaciones que dieron lugar a las exposiciones seminales, ambas de 1969, When Attitudes Become Form, dirigida por Harald Szeemann en la Kunsthalle de Berna (que viajaría más tarde al ICA de Londres) y Op Losse Schroeven (Stedelijk Museum, Amsterdam), dirigida por Wim Beeren, una exposición de enorme calado a la que la historia ha tratado injustamente, eclipsada por la enorme fama de When Attitudes... y el poderoso magnetismo de su comisario. El propio Beeren no tendría reparos en admitir la enorme influencia que había tenido Gilardi en el génesis de su exposición. Escribió los textos de ambas muestras aunque finalmente no apareció en el catálogo de la exposición de Szeemann. En el de Amsterdam, habló de la necesidad de un "encuentro epidérmico entre los artistas de todo el mundo". Poner en relación al mayor número de artistas posibles a la luz de un espíritu utópico ha sido siempre su gran batalla.