Ed Rusha: 'Oh no', 2011
El gran Ed Ruscha es el protagonista del verano en con esta muestra que trata de evitar los tópicos más habituales que circulan sobre su obra
Pensar en Ed Ruscha como pintor no es incorrecto pero es reductivo. En las muchas exposiciones que sobre el artista se han organizado en Europa (como en la del Palacio de Velázquez del Reina Sofía de hace ahora 10 años), ha predominado la faceta más pictórica del artista. Es lógico, pues no hay más ver el catálogo razonado de sus pinturas para entender el volumen inmenso de trabajo realizado en este medio. Esta exposición de Bregenz quiere trascender esta visión y ahondar en espacios menos conocidos, presentes ya en el tiempo de eclosión de su obra en los sesenta, cuando dijeron seducirle abrumadoramente ciertos trabajos de Jasper Johns y Robert Rauschenberg, detonantes de su inclinación definitiva por el arte.
La exposición se detiene ante facetas poco conocidas o, al menos, merecedoras de un examen más atento, del trabajo de Ed Ruscha. Una de ellas es la de los libros, una de las matrices de un trabajo muy inclinado siempre a gestos lingüísticos. El título de la exposición, Reading Ed Ruscha, no es gratuito, pues la lectura es el concepto en torno al que gira el proyecto. Pero la lectura que propone el artista es compleja y ambigua. Su relación con el lenguaje es áspera en tanto que explora las fisuras que encuentra en los sistemas de comunicación. Las brechas que encuentra son constantes, pues lo que vemos y lo que percibimos, lo que leemos y lo que entendemos, no siempre son una misma cosa. ¿Acaso una palabra significa lo mismo para todo el mundo? Y las diferentes tipografías utilizadas, ¿producen siempre las mismas impresiones?
Un buen ejemplo de la versatilidad de Ed Ruscha es el tema de las gasolineras, que ha sido tratado desde estrategias diversas. Pertenecen las gasolineras a un conjunto de asuntos a los que el artista se ha dedicado insistentemente durante seis décadas de trabajo como los aparcamientos, los bloques de apartamentos o las piscinas, imágenes, todas ellas, ilustradoras de la ciudad moderna. Y aunque en repetidas ocasiones haya afirmado que su trabajo no tiene un arraigo especial en la ciudad de Los Ángeles y que podría haberse dado en cualquier otra ciudad (si bien para nosotros no es fácil desvincular su obra de la ciudad californiana), las gasolineras tienen un contenido interesante en tanto que reflejan una de las experiencia más intensas del artista, sus continuos trayectos en coche del centro al oeste (y viceversa) del país por la mítica Route 66. Las gasolineras fueron fotografiadas y reunidas en un libro de artista en un número de 26, algo que no debe ser tomado a la ligera, pues es una decisión que el artista toma previamente, un plan a desarrollar, en una de las estrategias señeras del arte conceptual. Este libro de artista se puede mostrar como tal, en su vitrina o peana, pero también se ha mostrado desde una perspectiva escultórica, siguiendo una espacialidad que evoca el propio recorrido del artista.
Y es que esta exposición esquiva lo normativo y evita los lugares más comunes de la obra de Ruscha, la pintura y la fotografía, que, sin estar ausentes, no conforman el cuerpo central de la exposición. Hay libros de artista pero también hay libros intervenidos a través del lenguaje como esa obra reciente de un diccionario en cuyo dorso se ha tallado la leyenda "Oh No" en clara alusión a un escepticismo ante las posibilidades comunicativas del lenguaje. Parte de la exposición comprende la traslación a imágenes pictóricas de los propios libros, también presentes, en lo que constituye una interesante transición entre el plano bidimensional y simbólico y una dimensión más objetual, más real. Es un buen ejemplo de cómo esta exposición ahonda en el concepto de leer, materializado a través de fotografías, películas, dibujos, fotograbados, pintura u objetos. ¿Acaso no debe ser considerado un ejercicio de lectura su libro de artista Every Building on the Sunst Strip, en el que recorremos la mítica avenida en su totalidad?