Óscar Niemeyer. Foto: AFP
Los que le han rodeado en estos últimos días confiesan que todavían tenían esperanzas de que esta vez también saliera adelante. De hecho, Niemeyer se ha mantenido hasta casi el último suspiro dando órdenes y consignas sobre sus proyectos en marcha. Era puro optimismo y rebeldía. Su cuerpo, ya embalsamado esta madrugada, se traslada a Brasilia, capital oficial de Brasil, la ciudad que alumbró -en compañía del urbanista Lucio Costa- a finales de los 50, y en cuyo Palacio de Planalto será velado. Así lo ha querido la presidenta del país, Dilma Rousseff, que, en comunicado oficial, lo ha definido como "un revolucionario" y "uno de nuestros más grandes genios". Tras esta escala, el féretro con los restos de Niemeyer retornará a Río, donde recibirá sepultura.
El arquitecto carioca, premio Pritzker 1988 y Príncipe de Asturias de las Artes en 1989, nos deja una amplia selección de edificios que ya forman sin duda parte de la historia de la Arquitectura.
Influenciado en sus inicios por Lucio Costa y Le Corbusier, su arquitectura empezó a incorporar la libertad plástica de unas formas libres y alegres realizadas con hormigón armado, hasta el punto tal de suponer un desafío a los principios del Movimiento Moderno. Es el momento del Ministerio de Educación y Salud de Río de Janeiro (1936-1943), el Complejo Pampulha en Belo Horizonte (1940-1943) o el Conjunto Ibarapuera en São Paulo (1951), donde comienza a dividir los programas en edificios de volúmenes puros y prismáticos y edificios curvos y sinuosos, algo que no le abandonará ya a lo largo de toda su trayectoria. De esta primera etapa es también su propia vivienda, la Casa das Canoas en Río de Janeiro (1953), quizás una interpretación de la arquitectura de Mies van der Rohe, como cubierta blanca apoyada en delgados pilares metálicos, dando sombra a unos cerramientos transparentes y curvos, que funden el espacio de la arquitectura con la naturaleza. Toda una lección de técnica, belleza y poesía, siempre buscada en sus obras, una arquitectura realizada siempre con valor y fantasía, apoyada en la técnica más avanzada, pero reservando siempre un espacio para la imaginación y la sorpresa.
Niemeyer no se cansaba de repetir, una y otra vez, que "lo importante es la vida, no la arquitectura", y si nos fijamos bien, descubriremos que su mayor proeza, más allá de una vida centenaria, es precisamente esa: llenar de vida su arquitectura. Las grandes estructuras levantadas en Brasilia (1956-1960) como nueva capital de Brasil, la Catedral, los Palacios, Congresos, plazas y Tribunales, son desde 1987 Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, y de nuevo se emparejan con esas grandes nuevas capitales creadas por Le Corbusier en India o Louis Kahn en Bangla-Desh, donde la monumental escala ordena el territorio, construyendo un nuevo paisaje.
Después, en 1964, llegó el golpe militar en Brasil y Niemeyer tuvo que exiliarse en París, inaugurando un nuevo periodo de obras europeas, de nuevas mezclas y matices, ahora con aromas mediterráneos y africanos. La Sede del Partido Comunista en París (1967-1981), la Sede de la Editorial Mondadori en Milán (1968-1975) o la Universidad de Constantine en Argelia (1969-1972) son, sin duda, sus obras más destacadas de este periodo. De nuevo se trata de proyectos fragmentados, de potentes volúmenes independientes que establecen precisos equilibrios entre curvas y rectas, entre pórticos y cúpulas, entre la razón y el corazón.
En los ochenta, con la recuperación de la democracia, Niemeyer regresa a Brasil, iniciando una última fase de trabajo que le ha llevado hasta el final de su vida. Quizás sea el Museo de Arte Contemporáneo en Niterói (1991), su obra más destacada, un gran "platillo volador", circular y abstracto, posado en un acantilado de la bahía de Guanabara junto a la silueta lejana e inseparable del Pan de Azúcar.
En España, el maestro regaló el Centro Óscar Niemeyer de Avilés como agradecimiento del Premio Príncipe de Asturias de las Artes que le fue concedido en 1989. Un gesto que de nuevo nos habla de su gran talla como persona. El centro fue inaugurado en 2011 como "una gran plaza abierta a todo el mundo, un lugar para la educación, la cultura y la paz".
Niemeyer deja un mundo extraño e indescifrable, necesitado de figuras con su fuerza y valentía. "Vivir es preciso -nos dice- y aquí estamos, sonriendo, amando, apoyándonos en la familia y en los amigos, aceptando las alegrías y las tristezas, procurando ser optimistas frente a este mundo desgarrado".
El arquitecto que tenía aprensión a subirse a un avión, ha comenzado definitivamente a volar. Gracias, maestro.