La buena fama durmiendo, 1938

Fundación Mapfre. General Perón, 40. Madrid. Hasta el 19 de mayo.

Objetos como signos, palabras como imágenes, reflejos como cosas: a modo de poemas gráficos, las fotografías realizadas durante ocho décadas por Manuel Álvarez Bravo llegan a la Fundación Mapfre tras pasar por el Jeu de Paume de París.

Manuel Álvarez Bravo (México, 1902-2002) ha sido universalmente reconocido como el padre de la fotografía mexicana, en cuya escena participó y permaneció vigente durante ocho décadas, además de cronista visual de la generación de los grandes muralistas sociales: Diego Rivera, Rufino Tamayo, David Álfaro Siqueiros y, finalmente, influenciado por el mismísimo André Breton, uno de los grandes creadores surrealistas. Bajo estos rasgos ha sido estudiada su producción fotográfica, se han editado de ella más de un centenar de libros y se han hecho exposiciones en todo el mundo.



Ahora, de acuerdo con las nuevas corrientes historiográficas y fruto del estudio y análisis de un ingente e inédito material de archivo, los comisarios de esta muestra antológica, Laura González Flores y Gerardo Mosquera, quieren ampliar el campo de su producción al cine y a la escritura, para de esta manera "desplegar la obra" -que no exclusivamente las fotografías- "de Álvarez Bravo de manera diferente para hacer patente cómo sus imágenes funcionan como sílabas de luz". Imágenes que Mosquera identifica con "las formas desnudas y abstraídas, los juegos ópticos (reflejos, inversiones, repeticiones), los cuerpos yacentes y en trance de algo, las conjunciones de objetos extraños e inquietantes, los caminantes perpetuos...".



González Flores, por su parte, cifra el origen de trabajo del artista mexicano en "una pregunta" -que calificaríamos de estrictamente contemporánea- "en torno a la relación del arte, el lenguaje y la imagen", que desencadena inmediatamente otras muchas: "¿Qué es la imagen y cómo se manifiesta lo cotidiano en el arte? ¿De qué manera transmite aquello que nos es urgente, cómo encuentra una forma y una estructura? ¿Cómo se desplaza del mundo material y externo al espacio interno mental y espiritual, del sueño y del deseo? ¿Cómo se manifiesta en los distintos géneros del arte y de qué modo se expresa en cada uno de ellos?"



Si pensamos que Álvarez Bravo se planteó este cuestionario entre finales de los años 20 y los 30 del siglo XX, en pleno desarrollo de las vanguardias, veremos la importancia del ensayo interpretativo que, pese a su rutinaria apariencia, se hace en esta exposición, coproducida por el Jeu de Paume y la Fundación Mapfre, dentro de su programa dedicado a los grandes nombres de la fotografía internacional.



Los novios de la falsa luna, 1967 (detalle)

Encontramos más de un centenar y medio de fotografías; la proyección de material cinematográfico, que incluye fotos fijas de la película ¿Cuándo la oscuridad?, de 1945; un documental sobre Recursos hidráulicos, filmado a principios de los 50, y numerosos fragmentos de formato Super 8 de los 60 y 70; material documental, textos y notas. Todo ello componen la muestra, que se divide en ocho apartados sucesivos, cronológicamente abiertos, que conjugan una lista de infinitivos: Formar, Construir, Aparecer, Ver, Yacer, Exponerse, Caminar y Soñar.



Deduzco que el máximo potencial creativo e innovador de Álvarez Bravo se produjo en el transcurso de los años 30 -donde empiezan la totalidad de los apartados referidos-, cuando pasa de formulaciones abstractas y constructivas, de alto contenido ideal, a lo que podríamos denominar "la realidad revelada de lo real", que si previamente ha sido analizada desde la óptica de la antropología o el exotismo, lo es ahora desde la formulación de un lenguaje visual discursivo, que nunca elude el humor o el hedonismo, y que incluye una gramática elaborada a base de repeticiones, contradicciones, inversiones y otras fórmulas parejas.



La exposición hace, pues, un recorrido por México y nos descubre de una sola vez continuada la esencia luminosa de oficios y trabajos y la exacta naturaleza de los seres humanos protagonistas de sus escenas, o el carácter expresivo y enunciativo de los detalles minúsculos o de los equívocos visuales, que percibe y capta preferentemente en un blanco y negro como desleído, que tiene tanto de verídico como de espectral.



Pese a todo, efectuado el recorrido completo y algo extenuante, creo que la mejor pieza de Álvarez Bravo sigue siendo la fotografía titulada La buena fama durmiendo, 1938 (en la imagen), un dulcísimo desnudo, absolutamente estático, de una coloración más densa y luminosa en los blancos y negros, que resulta hoy igualmente turbador que cuando fue portada y contraportada del catálogo de la exposición surrealista de 1939. Es más, a riesgo de parecer superficial, creo que la parte de su obra, y también de la exposición, que mejor sostiene una mirada contemporánea son precisamente sus fotografías, y también algún Super 8, en los que el protagonismo se confiere al cuerpo desnudo, que componen el capítulo Exponerse. No solo La buena fama..., también Niño orinando, 1928, La tierra misma, 1937, La desvendada, 1938, Tentaciones en casa de Antonio, 1970, y El trapo negro, 1986, muestran una atención permanente en el tiempo y un modo de hacer singular y propio.