Secundino Hernández. Foto: Nuria Repilado
Este año ha vuelto a venderlo todo en ARCO, como el año pasado y el anterior. Secundino Hernández lleva tiempo siendo uno de los pintores más singulares que mayor proyección tienen fuera. Mañana corre con lobos en 'Lupis Ipsum', la cuarta individual que le dedica su galería madrileña, Heinrich Ehrhardt. Aullamos con él.
Dice entre risas que tiene cierta fama de chulito, aunque hasta con esa pose juega. En eso se parece un poco a Witold Gombrowicz, su escritor de cabecera: un experto en convertirse en caricatura de sí mismo. Como él, su rostro se antoja algo arrogante, de persona inteligente. Secundino Hernández (Madrid 1975) genera ruido, mucho dentro del mercado del arte, donde todo lo vende casi con lista de espera, aunque él es más bien discreto; un tipo tan sencillo, espontáneo y humilde como el pequeño trocito de
Dymo azul, de esos de antes, con un escueto ‘S. Hernández' que se lee en la puerta de su estudio en Madrid. Está en Coslada, en la Nave1 de un complejo donde conviven empresas de aluminio, una churrería, una fábrica de pan y muchos otros talleres mecánicos como fue éste de su padre, que hace tiempo vació de parachoques para llenarlo de lienzos, pinceles y pinturas. Ahí pasa las temporadas de frío. En Berlín, su segunda casa desde 2008, que justo acaba de reubicar en el barrio de Charlottenburg, las estaciones más cálidas.
El próximo 26 de abril, durante el Gallery Weekend, tendrá allí una cita importante, que dará la oportunidad a dos de sus galerías, Heinrich Ehrhardt y Bärbel Grässlin, de presentar su trabajo en la ciudad. En noviembre, tiene otro paso de gigante: Grässlin le dedicará una gran exposición en Frankfurt. Aunque los más inmediatos los dará mañana, en la cuarta individual en su galería madrileña, de la que ultima pequeños detalles en el estudio.
Colores rítmicos
Está todo lleno de tesoros y declaraciones de amor. Sus trabajos más antiguos, los de la facultad están en un altillo, y en el suelo, nada más entrar, hay un inmenso lienzo blanco todavía intacto, tan grande como las obras que compraron los legendarios coleccionistas norteamericanos Don y Mera Rubell en ARCO del año pasado, y que le consagraron como uno de los valores de la joven pintura española. Una pegatina en un cajón dice
I love Kippenberger. Cerca hay una pila de cds de música
lo-fi, de fuerte enfoque estético y sonido auténtico, como la del grupo Spacemen 3, de cuyas canciones ha tomado, en ocasiones, algunos de los títulos de sus obras. Son versiones de versiones que se convierten en otra canción, como sus pinturas, de hecho. Tampoco es casual que sus colores sean rítmicos ni que sus obras funcionen como notas dentro de una composición global.
San Felipe de El Greco y San Felipe de Secundino Hernández
Varios catálogos de El Greco junto a una postal del sobrepelliz del Conde de Orgaz, colgada junto al ordenador, nos ponen sobre la pista de lo que se esconde bajo
Lupis Ipsum, un homenaje a
Los Apostolados de El Greco: “
Me ha fascinado desde siempre. Recuerdo que de pequeño tenía cromos que vendían en bolsitas transparentes, donde encontrabas pinturas del Gótico o el Renacimiento, que acababan mezclados con los de los futbolistas. Los de El Greco eran los que más me gustaban por los colores. Eran diferente a todo, casi imposibles de reproducir. El naranja de Judas o el verde de San Juan... La transparencia pintada en transparencia. Sus composiciones son increíbles, de pintor loco. De lobo, de ahí el título”, explica.
-La exposición consta de trece pinturas, doce representan a los apóstoles y una más al
Salvador. Éste es el único cuadro diferente al resto, uno de esos
Cuadro paleta que vimos en el stand de Mendes Wood en ARCO. ¿Cómo surge esta serie?
-De la idea de un cuadro sugirió el resto. Empecé con lo que llamo un
Cuadro paleta, que nació al intentar introducir todo el proceso de la pintura en la superficie del lienzo. Empecé limpiándome las manos, los pinceles, haciendo pruebas de color, dibujos al margen...
Son cuadros llenos de pigmentos, como si fuera una paleta tradicional de pintor, que se van haciendo poco a poco, sin prácticamente mirar, y que tienen aspecto de costra. Para mí son cuadros
generadores, que conectan unas obras con otras. A partir de él salieron el resto de las piezas bajo el pretexto de estudiar mejor la obra de El Greco. La idea estaba ya en 2011, sin saber que 2014 era el año de El Greco. Ahora el Museo se ha interesado por las obras. Estoy más que satisfecho si sirven como una visión actual de sus 13 apóstoles, como si los hubiese terminado en 2013, porque los que están en su Museo están sin terminar. Una de las cosas que más me interesa es saber cuánto tardó El Greco en pintarlos...
San Pedro de El Greco y San Pedro de Secundino Hernández
Nada de expresionismo
-¿Y cuánto tarda Secundino? ¿Cómo es su proceso creativo?
-Todo parte del dibujo, de planteamientos previos que me llevan bastante tiempo. Luego, la ejecución en el estudio es bastante más rápida. Me interesa que el cuadro tenga una apariencia fácil y rápida, aunque todo está muy medido y calculado, cuestionado hasta el milímetro.
Todo tiene un porqué. Por eso siempre digo que yo no soy un pintor expresionista. Para mí, precisamente este proceso, esa idea de pintura hecha a cámara lenta, es una forma de darle la vuelta y reírme de ello.
-¿Qué interés tiene en revisar la historia de la pintura?
-Cuando reviso la historia de la pintura es como si rastreara mis antepasados. Es saber al menos de dónde vengo. Buscar mis referentes: Velázquez, Goya, Zurbarán... la línea de Giacometti, el plano de Matisse, Cezanne; está Picasso y ciertas pulsiones; lo sistemático de Polke o Albert Oehlen... En las últimas obras he tratado de reducir la pintura a la esencia: la línea y el plano. Es más informe, más difícil de descifrar, pero llena de lecturas dentro del cuadro.
Me interesan los pintores que te dejan cabos sueltos, que están muy implicados en la historia de la propia pintura; las obras donde haya algo más. Aunque, al final, la moraleja es muy esencial...
-¿Y cuál es la suya?
-En mis obras ese 'algo más' es la búsqueda de uno mismo.
Debe haber una interacción entre la 'pintura vivida' y la 'pintura pintada'. Pinto aquello que he visto como espectador y lo pongo en relación con lo que he vivido como persona, y viceversa.
Lo dice mirándolo todo por el rabillo del ojo, ejercitando una percepción agudizada, viendo la realidad más allá de sí misma. Se confiesa muy autorreferencial con las cosas mundanas. “De eso se trata, de que te pasen cosas y dejar constancia de un momento vivido.
Para mí la pintura es un modo de interactuar con el mundo, de relacionarme con las cosas, de posicionarme. Trato de cuestionar en todo momento lo que hago y ese es el motor que pone en marcha toda la maquinaria. No busco respuestas, sino, más bien, el anhelo de encontrarme con nuevas preguntas. Lo que me interesa del arte es la fuerza que genera y la capacidad que tiene de liberar la mente. Cómo establece nuevas relaciones con las cosas”, añade.
Entre las certezas está su condición de pintor. “Lo tengo asumido del mismo modo que no cuestiono por qué respiramos o por qué late el corazón”, dice. Mucho de eso, de palpitación, de latido, de pulsión, tiene su pintura. Empezó pronto, de niño. Explica que su madre guarda todavía una de sus cartas a los Reyes, la de los 7, donde pedía aguarrás y espátulas. “Siempre fui mal estudiante y me gustaba callejear, así que mis padres me apuntaron a inglés, natación, yudo y pintura después del colegio. Al final sólo quería pintar. Cogía láminas de Sorolla y las reproducía en mi cuarto, mientras mi madre me decía que no manchara las cortinas”, recuerda. Empezó a exponer sobre 1997. Diez años más tarde ganó el premio
Generaciones 2007, aunque es crítico con cierta institucionalización del arte emergente: “
Les están amaestrando por el hecho de que el arte joven vende. Lo que deben facilitar es que el artista pueda trabajar en un estudio”, dice.
Bajo control
Él lo hace bajo el mismo control con que traza líneas en sus cuadros, con un estudio calculado. Dice que se niega a hacer obras por encargo, ni a producir por que sí. Él marca los tiempos. Ésa es su ambición, ser independiente. Así lidia con sus seis galerías: Heinrich Ehrhardt (Madrid) y Bärbel Grässlin (Frankfurt), Krinzinger (Viena), Forsblom (Helsinki), Mendes Wood (São Paulo) y Nuno Centeno (Oporto).
-¿Hasta qué punto puede controlar un artista sus movimientos trabajando con galerías?
-Son opciones. Yo me siento y determino con mi galería qué hacer y qué no. No es control, es simple interés.
La galería no debe ser un ente autónomo que no consulte al artista sus decisiones. La comunicación es vital y las ideas deben ser consensuadas.
-¿Nota la expectativa que genera su trabajo? ¿Le agobia?
-Nunca, aunque sí siento cierta responsabilidad.
No expectativas y no estereotipos. Esos son mis principios.