Instalación de Lara Almarcegui en el Pabellón de España de la Bienal de Venecia.
La Bienal está compuesta por una gran exposición oficial y por proyectos de carácter nacional que tienen lugar en los pabellones (de quien los tenga, como España, en los Giardini) o en otras sedes esparcidas por la ciudad. La de este año es una cita que no conviene perderse. La exposición oficial que ha realizado el comisario de este año, el italiano Massimoliano Gioni, es extraordinaria, y en lo que respecta a la participación española, el proyecto de Lara Almarcegui merece especial atención.
Empecemos por el Pabellón de España, en el que la artista aragonesa Lara Almarcegui (Zaragoza, 1972), de la mano del comisario Octavio Zaya, presenta sus conocidos montones de materiales, los mismos y en igual cantidad que los que conforman el propio edificio, construido en 1922 por el arquitecto andaluz Javier de Luque. Almarcegui ya ha realizado este proyecto en repetidas ocasiones. Lo hizo con gran éxito en la Secession de Viena, previamente también en Dijon y en Rotterdam, la ciudad en la que reside desde los noventa, y estos días puede verse también en el MUSAC de León.
Imagen del Palacio Enciclopédico de Marino Auriti
Que el trabajo de la aragonesa se vea atrapado en la demagogia de la situación económica española y en las malintencionadas manipulaciones sobre su coste (que sólo es una ínfima parte de lo que se ha aireado de forma interesada) resulta inadmisible si nos atenemos a la posición insobornable ante los retos que se plantea en su trabajo, un quehacer que no tiene mayor aspiración que ceñirse a la verdad de la vida, del arte, y del espacio físico y social que hemos forjado a nuestro alrededor.
Es especialmente acertada la inclusión de un trabajo en vídeo en un espacio en el nivel superior que está acompañado por una de sus guías. Se trata de un estudio de la Sacca San Maria de Murano, una isla creada a partir del vertido de residuos de la célebre industria del cristal. Como en otros lugares ante los que se ha detenido anteriormente la artista, nada resultaría inicialmente atractivo (especialmente en un lugar como Venecia por lo que todo cobra incluso más sentido). Divierte ver el tremendo alcance de los montones de materiales y luego comprobar la dedicación con la que Almarcegui se detiene ante un lugar irrelevante para el imaginario colectivo de Venecia, etéreo y olvidado pero dinámico y silenciosamente fluctuante a partir de la acción despreocupada de la industria.
Tino Sehgal con los diagramas de Rudolf Steiner de fondo en el Pabellón Italia
En el Pabellón Italia de los Giardini y en el Arsenale tiene lugar, como siempre, la exposición oficial de la Bienal, este año dirigida por el italiano residente en Nueva York Massimilano Gioni, que la ha titulado El Palacio Enciclopédico, un epígrafe de claras resonancias borgeanas. A mí me ha parecido una exposición fabulosa. Es atrevida, densa, personal, libre, muy ambiciosa. Es una de las ediciones con mayor número de artistas, más de 150 artistas, que no se ciñen a la experiencia contemporánea (esa es una de las claves de la exposición). Muchos han dejado su legado a lo largo del siglo pasado y muchos de ellos ya han muerto. Es una exposición que deja escasas concesiones al mercado y que versa fundamentalmente sobre cuánto de estético se halla en la búsqueda de conocimiento en un amplísimo crisol de disciplinas.
Gioni es el comisario más joven en dirigir una Bienal de Venecia. Como comisario de una cita de estar características se tiene mucho que perder y poco que ganar. Podríamos decir que, desde Harald Szeemann en las bienales del cambio de siglo, nadie ha salido triunfante, muchos han pasado sin hacer ruido y alguno ha fracasado. Muchos ojos estaban puestos en Gioni. Con sólo 40 años, este director artístico del New Museum de Nueva York y de la Fundación Nicola Trussardi de Milán se ha significado por un tipo de arte muy específico, por lo general afín al mercado, vigoroso y de fuerte impronta visual. Había expectación por saber si sería agasajado por las galerías como lo fue Bice Curiger en la edición anterior. Confieso que yo así lo pensé, y mi sorpresa ha sido mayúscula. Gioni, como todo comisario de la Bienal, ha debido soportar tremendas presiones procedentes de todos los estamentos del arte, pero ha sabido ser libre y hacer la exposición que ha querido hacer. Es, en esencia, eso: una exposición, y eso es de agradecer. Es un fuego cruzado de relaciones, unas más obvias que otras, pero fluyen con naturalidad a través de un montaje, de verdad, impecable.
Obras de Jimmie Durham, Paul McCarthy y John de Andrea en el Arsenale
En el Arsenale, la exposición presenta, sobre todo en su tramo final, un mayor número de artistas contemporáneos. Aquí es donde Massimiliano Gioni ha cedido un espacio a la artista estadounidense Cindy Sherman, que ha realizado una pequeña colectiva sobre la autoridad de la imagen como instrumento de representación y que tiene en los dibujos sobre paños realizados por presos mexicanos o en el trío de esculturas de Jimmie Durham, Paul McCarthy o John de Andrea sus puntos fuertes. De vuelta en la expo de Gioni, y ya al final del recorrido, las obras de Dieter Roth, Burce Nauman y Walter de Maria componen un logrado epílogo.