Hace poco más de 15 días que el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid cerraba las puertas de una exposición dedicada al Impresionismo y aire libre, una investigación del conservador Juan Ángel López centrada en la pintura au pleinair desde Corot a Van Gogh. En las mismas salas podemos ver desde hoy las pinturas de uno de sus máximos exponentes: Camille Pissarro (1830-1903), seguramente la figura fundamental en el movimiento impresionista pero también la menos reconocida.
Pisarro fue quien en 1873 redactó los estatutos del movimiento y el único pintor que participó en las ocho exposiciones que el grupo organizó entre 1874 y 1886. Maestro de Cézanne y Gauguin, era muy amigo y compañero de Claude Monet -con quien trabajó en Londres pintando los edificios envueltos en la niebla de la ciudad-, pero su carrera quedó eclipsada por el enorme éxito del autor de los nenúfares. Ahora, esta exposición, comisariada por el director Guillermo Solana, pretende de algún modo saldar esa deuda artística. Es la primera monográfica del pintor en España y cuenta con 79 obras de numerosos e importantes museos y colecciones de todo el mundo.
No es de extrañar que la crítica considerara a Pissarro como un paisajista rural, oponiéndolo al refinamiento parisiense de Monet. Pero, a diferencia de otros que, como Renoir y Sisley, trataron el campo como escenario de ocio de la burguesía, en las pinturas de Pissarro el trabajo rural es el protagonista más o menos implícito. Algo también relacionado con sus ideales políticos, socialistas y cercanos al anarquismo: en vez de praderas prefiere arados, en vez de jardines, pintó huertos.
Pero tras décadas dedicado a explorar el ambiente rural, hacia 1880 Pissarro comienza a trabajar con la ciudad como fondo de su obra y entre 1893 y 1903 las vistas de ciudades dominan sus cuadros. De esta época vemos en la exposición El Boulevard Montmatre, mañana de invierno, 1897, del Metropolitan de Nueva York; El Jardín de las Tullerías, invierno, 1900, del New Orleans Museum of Art; o Pont-Neuf, efecto nieve, 1902, del Museo Nacional de Gales.
Todos venimos de Pisarro
La muestra no sólo se propone restaurar la reputación de Pissarro como "el primer impresionista", sino también como "maestro de los pioneros del arte moderno". Él era el patriarca del grupo, su aspecto, con la larga barba de rabino le acompañaba. Era el mayor en edad y también el de mayor autoridad entre los más jóvenes: su figura es una especie de puente entre los grandes pintores franceses de mediados del siglo XIX y los artistas postimpresionistas del final del siglo.
Cézanne y Gauguin trabajaron temporadas junto a él y aprendieron mucho de sus consejos. Pissarro enseñó a Cézanne la técnica impresionista cuando pintaban juntos a orillas del Oise, entre 1873 y 1874. Gaugin heredó de él el sentimiento de la vida rústica. También Seurat, Signac y otro jóvenes neoimpresionistas se acercaron a Pisarro que, en mayo de 1886, los introdujo en la última exposición del grupo impresionista. "Todos venimos de Pissarro", diría Cézanne.
La exposición, que permanecerá en el Thyssen hasta el 15 de septiembre -y que ya está llamada a ser, seguramente, una de las atracciones del verano en el triangulo del arte madrileño-, viajará a Barcelona en otoño, donde podrá verse en CaixaForum a partir del 15 de octubre. En el catálogo, junto al texto del comisario, un ensayo de uno de los máximos especialistas en la obra del pintor, Richard R. Brettell, y Joachim Pissarro, descendiente del artista.