VALIE EXPORT: Cine Tactual, 1968 (MUJER. La vanguardia feminista de los años 70 / Círculo de Bellas Artes)
Arranca esta semana la XVI edición de PHotoEspaña, con 74 exposiciones y 328 artistas, que podemos ver hasta el 28 de julio. Son cifras incluso superiores a las del 2012, pese a que las económicas hayan ido a menos. De ahí las nuevas sedes que se suman al festival, Zaragoza y Lanzarote, y el nuevo programa itinerante que llevará PHE a Praga, Berlín y París. Gerardo Mosquera, tras tres ediciones, se despide este año como comisario volviendo a mirar un tema capital del arte en los 70: Cuerpo. Eros y políticas. Sobre el sentido que tiene hoy escribe Juan Vicente Aliaga, comisario además de la colectiva que acoge el CA2M. Además, destacamos las 5 exposiciones más interesantes del festival y hablamos con la artista iraní más internacional, Shirin Neshat, que presenta en la Fundación Telefónica sus últimos trabajos. Eros y ares a partes iguales.
Este es buen ejemplo del feroz machismo de la época: las mujeres no podían ocupar el espacio público y, si lo hacían, se las asociaba con meretrices a menos que fueran respaldadas por un supuesto protector. Cuarenta y cinco años han transcurrido desde esta audaz acción que fue seguida por un reguero de manifestaciones feministas (Ana Mendieta, Hannah Wilke, Suzanne Lacy...) que han contribuido a cambiar mentalidades.
El cuerpo de la mujer pertenece a la mujer y nadie debe decidir por ella. Sin embargo, y pese a los indudables avances que se han producido en distintas partes del mundo, hoy la presión moralista no ha desaparecido y el cuerpo es objeto de agresiones inusitadas. Lo fue también a lo largo de los 80 y principios de los 90, cuando determinados colectivos e individuos (homosexuales, toxicómanos, prostitutas...) fueron estigmatizados en tiempos en que se hablaba de la pandemia del Sida. Esto estimuló la respuesta del arte (Gran Fury en Estados Unidos y sus carteles contra las políticas ultraconservadoras de Ronald Reagan; Pepe Espaliú y su acción solidaria denominada Carrying por las calles de San Sebastián y Madrid en 1992). Hoy el Sida y sus consecuencias no han desaparecido y el estigma pervive, sin embargo la respuesta de los artistas se ha desinflado. Las razones son varias: la muerte de muchos militantes, el cansancio tras años de lucha, la aparición de fármacos paliativos que han cronificado la enfermedad. A primera vista, también parece haberse desvanecido esa rotunda virulencia de algunas manifestaciones artísticas que ponían el cuerpo por delante, en contextos de brutal dictadura (las Yeguas del Apocalipsis, Carlos Leppe, Diamela Eltit, en Chile) o que han atacado la cruel homofobia (las fotos de Catherine Opie, las performances de Ron Athey...).
La extensión de internet y de otros dispositivos tecnológicos a muchos sectores de la población parece haber diluido la rotundidad del cuerpo y la necesidad de hacer de él un objeto de denuncia o una metáfora de la disidencia social. Hoy vivimos bajo el síndrome de las pantallas, pegados a sus superficies, obsesionados por la comunicación veloz que se desparrama a través de las redes sociales, aunque a veces los contenidos sean inanes.
¿Se ha perdido el contacto directo, personal, el roce de los cuerpos en este magma de incesante trasvase de datos? La respuesta no puede ser definitiva. Es cierto que los individuos pasan mucho tiempo interactuando con una pantalla pero también lo es que el intercambio de ideas y de deseos fluye en el ciberespacio estimulando el pensamiento crítico e incluso la protesta. Muchos colectivos activistas utilizan la red como medio de transmisión de sus actividades que transcurren en la vía pública o en espacios alternativos.
La mayoría de trabajos que emplean el cuerpo hoy se centran en cuestiones de género (mujeres) y de minorías sexuales pues siguen siendo los sectores más vulnerables. No existe una visión global del cuerpo. Es más productivo examinar los contextos específicos. Por ejemplo, en un mundo como el árabe/musulmán, donde el uso del cuerpo en público es tabú, a menos que se sigan unas pautas de comportamiento estrictas, hay artistas como Akram Zaatari, que hablan de forma elíptica e indirecta de las emociones y sentimientos de los prisioneros de la resistencia libanesa, cuyos cuerpos aparecen anulados en su reclusión carcelaria, como puede verse en el vídeo All is well on the border (1997). Por otro lado, creadores como el palestino Sharif Waked se remontan a las leyendas de Las mil y una noches para aludir al escaso valor de la vida y a la violencia en To be continued (2009). Otros cuerpos, los de los mártires, impregnan las fotos documentales de Ahlam Shibli (Death, 2012). Sin embargo, el verdadero peligro que despierta el cuerpo está en la calle, por ello la egipcia Amal Kenawy orquestó Silence of The Lambs (2009) en que unos individuos, aparentemente inofensivos, caminaban a gatas por El Cairo. Por esta performance la artista resultó encarcelada durante tres días. ¿Fue un presagio de la represión ejercida por las autoridades egipcias contra los revolucionarios de la plaza Tahrir?
El cuerpo sigue siendo un campo de batalla que palpita en muchos ámbitos, entre ellos en las prácticas artísticas actuales. Es asimismo un termómetro que marca la temperatura del nivel de democracia recortada en que vivimos o de los abusos autoritarios de orden doctrinario que devastan el mundo.