Retrati de Diego Martelli con gorro rojo, 1879 de Federico Zandomeneghi.

Para muchos fueron los Impresionistas quienes cambiaron el sentido del arte y la pintura del siglo XIX al retratar paisajes haciendo uso de los claroscuros y atendiendo a los patrones de la luz. Pero son pocos los que realmente saben que lo único que hicieron fue seguir las pautas que los macchiaioli habían fijado diez años atrás. Si cambiamos Francia por Florencia y el año 1865 por el 1855 vemos un claro retrato de los italianos que sirvieron de precursores a los impresionistas franceses. Esto es lo que muestra la exposición de más de 100 obras de la Fundación Mapfre, que se inaugura este martes. Una colección nunca antes vista en España bajo el nombre Macchiaioli: Realismo impresionista en Italia, hasta el 5 de enero.



Macchia es la palabra italiana para mancha, de ahí que macchiaioli sea manchistas, un término acuñado en 1862 por un crítico de arte acerca de las pinturas de artistas como Giovanni Fattori, Giovanni Boldini, Giussepe Abbati, Silvestro Lega y Telemaco Signorini, entre otros, todos ellos unificados en torno a la figura del mecenas Diego Martelli. Un término peyorativo para calificar a un grupo de artistas jóvenes que abogaba por el cambio en la pintura en contra de la corriente oficial y académica, en la que estaban formados, y abogaban por la búsqueda de la verdad del arte a través de la pintura al aire libre. Artistas provenientes, prácticamente en su mayoría, de esferas rurales, agrícolas y campesinas que se preocuparon por la realidad social que acontecía en su país.





De Guardia, 1871 de Giovanni Fattori.



Pintores que se involucran en las guerras de la independencia italiana a través de sus obras en un momento de estallido bélico cuando el movimiento nacionalpatriótico y sus ideales comienzan a difundirse. De guardia, de Giovanni Fattori, retrata en un óleo la soledad de los soldados poniendo de manifiesto el desencanto de esa generación de jóvenes. O una pintura más intimista en la que se retrata a la clase burguesa dentro de sus paredes. La obra El canto de una copla, de Silvestro Lega, se convirtió en un símbolo de la burguesía florentina, clase que creían debería ser quien dominara la nueva Italia. La intimidad femenina se muestra como el punto de inflexión para un mundo sereno. Otra de las obras de Lega, La visita, se inspira en el Quattrocento florentino de Fra Angelico y Paolo Uccello, corriente que para el grupo se debería recuperar como tradición propia.



Además, obsesionados con la espontaneidad bebieron de los primeros influjos de la fotografía que les aportaba la naturalidad que buscaban. En este ámbito sobresalió Giovanni Boldini, quien capturaba a los protagonistas de manera natural, sin posados excesivos. Como casi todos los -ismos de la historia, fueron rechazados por sus contemporáneos ya que para ellos la verdad era la principal fuente de inspiración y la yuxtaposición de manchas el vehículo para mostrar a la sociedad sus preocupaciones y frustraciones así como las bases del arte moderno.





El canto de la copla, 1867 de Silvestro Lega.



Con la colaboración de los museos parisinos de Orsay y L´Orangerie y con la ayuda de colecciones tanto privadas como públicas italianas, la Fundación Mapfre acoge la amalgama más completa de estos artistas que se reunían en el caffè Michelangiolo, cerca de la emblemática Piazza del Duomo, a mediados del siglo XIX en Florencia. Las altas élites culturales de la Italia del Risorgimento se citaban allí para hablar de arte y política y plasmar en sus obras paisajes y escenas campesinas así como retratar a la burguesía. Una de las características de los italianos es que creaban escenas apaisadas en las cuales podían mostrar la instantánea de una manera más amplia. Sus cuadros no eran de gran tamaño ya que pretendían enfatizar en los planos y en el empleo de la luz para crear diferentes perspectivas. Maderas de 15 centímetros de altura, muchas veces recicladas de cajas de puros o embalajes, servían de soporte para sus pinturas al óleo que dejaban las vetas de las mismas al descubierto.



Los paisajes de los macchiaioli encuentran su sentido de pertenencia en la pintura al aire libre. Buscan los paisajes de la Toscana del momento y los retratan dependiendo de su luz, de su color, de su sol mediante manchas que se contrastan mediante el color y los claroscuros, luz y sombra. La diferencia entre los franceses y los italianos es que los primeros crearon una una revolucionaria visión de lo real mientras que los italianos simplifican la tradición eliminando el sentido de perspectiva tradicional. Así, sus paisajes son yuxtaposiciones de la realidad.



Tras la estela de las exposiciones sobre el Impresionismo de la primavera pasada de la Fundación Mapfre y el Thyssen, este otoño la fundación se atreve con los manchistas italianos que coinciden en época y estilo con lo que pasaba en España; el interés por la luz. Paralelamente se exhiben las pinturas de un coetáneo español de los macchiaioli que ejercía la profesión de pintor con unos aires más comerciales y preciosistas: Mariano Fortuny. Su obra estuvo en el punto de mira y crítica sobre los valores del arte moderno. Por su parte, cansado de la pintura histórica, romántica y académica se fue distanciando de esa corriente para acercarse a trabajar al aire libre captando el cambio de tonalidades que produce en la retina del ojo el cambio de intensidad del sol. Fortuny sirvió de ejemplo a artistas españoles reconocidos como Sorolla. Con los italianos comparte el interés y gusto por la pintura del napolitano Domenico Morelli, sirviendo este como punto de conexión con la mejor pintura española de finales siglo XIX.