Maurizio Cattelan: Ostrich, 1997

Especial: ¿Se acabó la belleza en el arte?

El lenguaje lo delata todo: fijémonos que "belleza" o "bello" han ido desapareciendo del habla cotidiana, de modo que es muy difícil encontrar estas palabras como descripción de fenómenos de nuestra vida diaria. Hasta hace unas décadas su uso estaba todavía vivo. La desaparición en el idioma popular ha sido paralela a su desaparición en la esfera cultural. La belleza ha sido relegada a la utilización superficial del término en la moda, la publicidad y la cosmética.



En el caso de la cosmética, la ironía es evidente pues el vocablo procede etimológicamente de cosmos, la palabra griega que otorgaba orden al mundo. El cuerpo, la arquitectura, la ciudad o el universo eran cosmos, órdenes armónicos que contrarrestaban el caos y la corrupción de las cosas. Lo que históricamente hemos llamado belleza entrañaba un significado afín a cosmos. Nosotros, en nuestro lenguaje actual, nos hemos refugiado en la dimensión más epidérmica, la cosmética. Esto nos describe y nos delata.



Tenemos miedo a la indagación profunda en la belleza. Un tercer concepto nos lo puede aclarar: creemos que "jerarquía" es un término anticuado y conservador. Lo hemos politizado y rechazado. Sin embargo, jerarquía, como cosmos y como belleza, implica nuestra necesidad de armonía, nuestra búsqueda de un rescate en medio del naufragio. Sin jerarquía nos arrojamos a un mundo amorfo y apático.



Asimismo, esto vale para las revoluciones. Subvertir una jerarquía es poder ofrecer una jerarquía alternativa. Esto también sucede con la transformación de nuestras ideas acerca de la belleza. Los modelos están para cambiarlos y romperlos. La modernidad artística subvirtió las formas de lo bello sin renunciar a la belleza. El arte moderno, mientras tuvo poder creador, exigió una belleza diferente en la que reflejar nuevas utopías. Esto parece haberse quebrado en los últimos tiempos bajo el dominio del utilitarismo productivo.



La cultura tiene miedo a la belleza y a la subversión de la belleza. Los ciudadanos dejan de usar una palabra demasiado fuerte, demasiado comprometedora. En tanto que encarcelada en la cosmética no resulta peligrosa. Como faro del conjunto de la vida es excesivamente inquietante para el dócil sujeto que nuestra época expone como protagonista.