Alfonso Albacete: En el estudio (1979).

Organizada por el Museo Reina Sofía, la muestra presenta en el Palacio de Velázquez del Retiro cerca de 50 obras de Juan Navarro Baldeweg, Manolo Quejido, Ferran García Sevilla, Miguel Ángel Campano y Alfonso Albacete.

Lo suyo no era una ruptura con nada, ni una vuelta a nada. Era "hambre de pintura". Con esta expresión explica Juan Navaro Baldeweg su actitud artística y la de otros cuatro colegas -Manolo Quejido, Ferran García Sevilla, Miguel Ángel Campano y Alfonso Albacete-, algo más jóvenes que él, que a finales de los 70 y principios de los 80 propusieron una vuelta al lienzo como terreno perfectamente capaz de plasmar cualquier inquietud artística. El Museo Reina Sofía reúne ahora la obra de estos cinco pintores en la exposición Idea: Pintura Fuerza. En el gozne de los años 70 y 80. "Teníamos un deseo de refundar la pintura, de ser conscientes de sus condiciones esenciales. Deseábamos superar un momento dominado por lo conceptual, por el minimalismo y una serie de prácticas que tenían sus focos en Estados Unidos y Europa. Queríamos volver a ceñirnos al rectángulo del lienzo y pensar la estructura profunda de la pintura para centrarnos en ella. Había un deseo de ser pintor", recuerda Navarro Baldeweg.



En palabras de Manolo Quejido, esta vuelta de la pintura era "la radical manifestación de la soberana autonomía de su hacer: pensar qué hace el pintar y eso de la pintura pintándolo, sintiendo lo que atraviesa el pensar". Dicho de un modo menos críptico, se trata de comunicar que "el pensamiento es fundamental en la práctica pictórica, que la experiencia estética es, en última instancia, expresión de un proceso de conocimiento", explica el comisario, Armando Montesinos.



Los protagonistas de la muestra no preconizaban un regreso a la esencia de la pintura entendido como una "vuelta al orden", es decir, no rechazaron las propuestas experimentales que habían dominado la década de 1970 desde el terreno de la instalación o el arte performativo. De hecho, casi todos ellos tenían experiencia en otras prácticas artísticas, e incluso la arquitectura. "En los 70 tuve una curiosidad enorme por entrar en cualquier forma de hacer arte y por aquello que se llamó "la contemporaneidad". Además de pintura, hice mucha acción callejera y mucha instalación", explica Alfonso Albacete.



Ninguno de los cinco tuvo nunca, en lo artístico, conciencia generacional o de grupo, pero dos importantes exposiciones de la época -1980, en la galería Juana Mordó, y Madrid, D.F., en el museo municipal de la ciudad- pusieron de manifiesto sus nexos, sobre todo ante la crítica, afirma Albacete. En cualquier caso: "Todos sabemos que los artistas no son amigos de que les encasillen en estilos o generaciones", confiesa Navarro Baldeweg.





Juan Navarro Baldeweg: Humo amarillo (1984).



En el ejercicio de sus planteamientos, los no-miembros de este no-grupo miraron hacia la tradición y hacia los pintores originarios de la modernidad -Cézanne, Picasso, Matisse, pero también Jasper Johns-, y no lo hicieron con nostalgia, sino como herramienta de renovación, como punto de apoyo sobre el que dar un salto hacia el futuro. "Reflejaron en su arte que los postulados de la modernidad, que se inició con la Ilustración, ya no podían dar respuesta a los interrogantes del mundo contemporáneo", explica el comisario. "Creo que el arte es un todo y por eso siempre me ha interesado ligar elementos de la cultura clásica con nuevas nuevas formas de trabajo", afirma Albacete.



Voluntad transformadora

Aquellos años fueron testigos de profundos y veloces cambios políticos, sociales y culturales, que necesariamente tuvieron su reflejo en el arte de estos pintores: "En ese esfuerzo transformador global, nosotros quisimos construir un espacio de creación más luminoso, rutilante, fuerte y esperanzador", explica Navarro Baldeweg, si bien Ferran García Sevilla, cuyo interés artístico ha sido siempre "tener ideas y no opiniones", se muestra más que desencantado con el devenir artístico y social: "Las transformaciones sociales y culturales influyen en todo y en todos, por eso se perciben como periodos de cambio, aunque no siempre es así: que todo cambie para que todo permaneza igual, ex nihilo nihil fit [de la nada, nada surge]".



Las propuestas de estos pintores llegaron en un momento de tensión ideológica en el ambiente artístico español provocado por la dicotomía entre abstracción y figuración. En este contexto, los artistas reunidos en Idea: pintura fuerza no es que se mantuvieran al margen del debate, sino que lo superaron, afirma Montesinos.



Llama la atención que la muestra, formada por casi cincuenta cuadros, se abre con una instalación: Luz y metales, de Navaro Baldeweg. Un columpio congelado en su vaivén, que apunta a un ventanal pintado en la pared. La obra, algo anterior al periodo tratado -es de 1976- pone en evidencia que los procesos de pensamiento que desarrollan estos cinco pintores proceden de la investigación más experimental de los años setenta, según Montesinos: "La pieza demuestra que no hay una vuelta ni una ruptura, sino una convergencia. Estos cinco artistas conocen las prácticas experimentales, las investigaciones conceptuales y los planteamientos arquitectónicos, y todos ellos se pueden expresar en un lienzo".