El escolar, Xoui, Georgia, 1995
Su trabajo muestra parte de la esencia de nuestra cultura, un pasado presente, cada vez mas olvidado. Cristina García Rodero expone ahora en su galería madrileña, Juana de Aizpuru, una de las últimas series de fotografía, 'Geogia 1995-2013'.
Compaginando la enseñanza con la práctica de la fotografía, desde entonces hasta ahora, cuando García Rodero da por concluida su última serie, Entre el cielo y la tierra, la artista ha recogido los variopintos rituales de Haití y los que en Venezuela se dedican a María Lionza, la diosa de los ojos de agua; también el Holi Festival de India y una perspectiva completamente distinta: la evolución y el desarrollo de una de las antiguas repúblicas soviéticas, la de Georgia. Este es el tema de su tercera exposición en su galería, Juana de Aizpuru.
La muestra reúne una veintena de tomas sobre papel, fechadas en cuatro momentos distintos, 1995 (durante su primer viaje, invitada a la región por Médicos sin Fronteras), 1998, 2008 (en plena guerra de Osetia del Sur) y este mismo año 2013. Además, adjunta un audiovisual que proyecta un total 150 imágenes, que recogen la evolución de los georgianos en esas décadas de conflictos internos y de enfrentamientos con la poderosa Rusia de Putin.
Apenas si puede hablarse de cambios en ese "querer ver", que para García Rodero es la fotografía. Son imágenes de rotundo impacto, en blancos y negros contrastados, que tanto recogen un acto espontáneo como poses de los protagonistas en la búsqueda de una escena. Actúan del mismo modo sobre el espectador, lo conmueven. Sobresalen las dedicadas a los niños, a su desgracia y a su muerte prematura. Brutal y sugerente es la de los chavales jugando en el río, animando todos al pequeño héroe que encabrita el caballo sobre las aguas. Igualmente potentes y estremecedoras son las realizadas en una paupérrima institución psiquiátrica, entre las que destaca por su solitario misterio, Aislado, de 1995.
Curiosamente, las dos obras que representan la lucha de los osetios contra los rusos son las únicas que no tienen otros protagonistas que el lugar y los objetos. Aterradora la de las camas reducidas por el fuego a Esqueletos de guerra. Simbólica de los sentimientos de los combatientes locales, Lenin por los suelos. Guerra de los seis días, en los que una fotografía canónica del dirigente revolucionario yace contra un muro, junto a una silla con unos retales de tela y una mesa.
Las últimas nos dejan ver cómo en los 18 años de diferencia entre las primeras y éstas, las Mujeres de Tsuirmi permanecen en su condición de campesinas, más que apostadas, bloqueadas por un valle de madera en su propio y cerrado terruño, del que salen para la misa que celebra el papa en la catedral. Quizás ciertos fantasmas del pasado, como Lenin, se difuminen y desaparezcan en la luz del presente, pero otros, como el pavor religioso (y como sucede aquí mismo en lo que parece un bucle inconmovible) emergen incólumes de la niebla que crean.