Miguel Ángel Blanco. Fotografías: Pedro Albornoz
Coincidiendo con su 194 aniversario del Museo del Prado, el próximo martes Miguel Ángel Blanco nos recuerda que, antes de ser una extraordinaria pinacoteca, el museo fue concebido como Gabinete de Ciencias Naturales. Para rememorarlo ha dispuesto 21 intervenciones en las salas de la colección permanente que proponen aunar arte y naturaleza. Son piezas animales, vegetales o minerales procedentes de colecciones españolas de historia natural que dialogan con las obras del Prado. Rara avis con muchas sorpresas.
-La exposición es compleja y emocionante. Supongo que es el resultado de una larga elaboración. Pero, ¿cómo surgió la idea?
-La primera visión, la semilla de todo, fue la Eva de Durero. Estaba contemplando el cuadro y, al mirar la serpiente recordé un esqueleto que conocía. Pensé en colocarlo al lado y me di cuenta de que el Museo del Prado había sido creado como Museo de Ciencias Naturales, así que no era tan raro que el mundo animal estuviera allí.
-Sí, en ese sentido es como restituirle su destino original...
-Lo sorprendente es que después de 300 años sea un artista al que se le ocurra la idea de recuperar el proyecto original. La exposición tiene algo de viaje en el tiempo. Pero hay otros aspectos que me interesan. Uno es aunar naturaleza y arte bajo el mismo techo. Esta era, en época ilustrada, la máxima aspiración cultural y, Carlos III intentó ponerla en práctica en un momento en que España tenía las mejores colecciones de Historia Natural. La exposición recupera a un personaje muy poco conocido, Pedro Franco Dávila, que de no haber muerto habría sido, probablemente, el primer director de ese proyectado Museo de Ciencias Naturales. Este hombre fue un criollo ilustrado, que hizo su fortuna con el cacao. Por cierto, que el cacao ha sido fundamental para la historia del arte. Además del caso de Dávila tenemos el de Hans Sloane, que fue el primero en mezclar chocolate con leche y se forró. Era un gran naturalista y su colección fue el embrión del British Museum. Los ingleses le conmemoran con su correspondiente estatua de bronce. Nosotros a Dávila lo recordamos por una máscara postmortem de escayola pintada, que está en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid.
-Sí, esto es típico del país... pero hablaba de la relación entre naturaleza y arte.
-La exposición es una expedición, no a través de la naturaleza sino de los cuadros que la muestran. He hecho viajes a los almacenes buscando tortugas, y las he encontrado: hasta tres cuadros, como un retrato de la tortuga laúd de Juan Tapia, formidable, que perteneció al gabinete de Felipe II. En las salas va a dialogar con una tortuga verde. Pero es que también hay unicornios. He sacado un cuadro de Padovanino en el que aparece uno, que veremos junto a lo que se llamaba antes un alicornio, o sea, un diente de narval, que entonces valía varias veces su peso en oro. Sólo lo tenían los papas, lo paseaban bajo palio en Venecia, y la monarquía española era tan rica que Felipe II llegó a tener doce. Aquí tendremos un ejemplar impresionante.
El Toro de Veragua (MNCN - CSIC) delante de El Rapto de Europa de Rubens
-Creo que veremos El Prado de otra manera. Es como redescubrir el museo a través de los reinos de la naturaleza vegetal, animal, mineral... y de mi propia obra, que se reduce a una sola pieza. Esta exposición se integra en el recorrido de la colección permanente, a lo largo de los tres pisos. El visitante va descubriéndola, encontrándose algo que no espera. Hay, claro, folleto, cartelas... pero eso no evita las sorpresas. Por ejemplo, tropezar con unas gotas de lluvia fósiles, vamos, de sus huellas. Proceden del Neoceno y es como si fueran del Diluvio Universal, porque están junto a un cuadro del Arca de Noé, de Jacopo Bassano. Este tipo de relaciones misteriosas son la que he querido trazar.
Paisaje nocturno
-¿Cuál es su intervención?-Quería ser discreto... ¡qué menos en un lugar como éste! He colocado una obra que dialoga con unos paisajes montañosos de Lucas van Valckenborch y Cornelis van Dalem. Elegí un libro de mi Biblioteca del Bosque, el 1072, que tiene un contenido muy paisajístico, de un viaje al Pirineo de Lérida. Una noche de luna llena recogí una serie de materiales. Están estos elementos y unas fotos tomadas en el paseo.
-Supongo que, además de encontrar la pieza adecuada para el diálogo, otro problema era que estuviera a la altura de los cuadros del Prado.
-Claro, eso era fundamental y muy delicado. He seleccionado las piezas más exquisitas de nuestros museos de ciencia para que acompañen a las obras maestras del Prado, con el máximo respeto. Por ejemplo, Las Meninas. Velázquez ha pintado el Guadarrama en muchos de los fondos de sus cuadros. Y el Guadarrama es mi territorio de creación, o sea que parecía evidente que la intervención iba a ir por ahí. Sin embargo, lo que he elegido es más respetuoso y más raro. Cuando tenía unos 20 años fui un día al Museo de Ciencias Naturales de Madrid y vi un gorrión blanco, solo en medio de la ciudad, una cosa extraña que me impresionó. Y le dije, 'tú y yo un día tenemos que hacer algo juntos'. Por eso es un gorrión blanco lo que pongo al lado de Las Meninas. Rara avis Velázquez, rara avis un gorrión albino de Cuenca, maravilloso.
-¿Un gorrión albino es una rara avis?
-Sí, es excepcional. Y poner sólo eso, para Velázquez, es crear una tensión poética muy fuerte. Está pegado al marco, mirándonos, como hace Velázquez. Te preguntas si el alma del pintor no se habrá encarnado en el pájaro...
Bosque negro Libro-caja n° 24.3-2009 de la Biblioteca del Bosque de Miguel Ángel Blanco dialoga con Paisaje con ferrerías de Lucas van Valckenborch
-Sí, la investigación me ha llevado a bucear en otras colecciones, donde hay cosas excepcionales. Por ejemplo, en los almacenes del Museo de Ciencias Naturales de Madrid, que es de donde procede la mayoría de las piezas. Pero vienen también del Museo de la Farmacia Hispana de la Complutense, del Museo de la Escuela de Minas y del Real Jardín Botánico, de donde traigo las láminas de Mutis. Sus láminas de la Quina estarán junto a La condesa de Chinchón de Goya, de donde viene el nombre de la planta, porque con sus infusiones se curó de unas fiebres una condesa anterior, esposa del virrey de Perú. Volviendo a tu pregunta: quiero poner en valor las colecciones de nuestros museos y también quería abrir El Prado a un tipo de público distinto, el interesado en el arte contemporáneo y el científico.
-Alguna vez me ha contado que comisariar exposiciones era una manera de financiar su obra, porque sus cajas-libro, por ejemplo, quiere que permanezcan reunidas, como una Biblioteca del Bosque...
-Así es, yo no trabajo con galerías. Siempre veía, cuando me proponían hacer una exposición como artista, que cobraban una serie de profesionales pero yo no. Me planteé ser el comisario de mi propia obra y luego me di cuenta de que podía servir de medio de vida.
Gabinete de curiosidades
-Dejando aparte la utilidad alimenticia, ¿afronta como artista estas exposiciones?-Totalmente. Como artista me interesan esos personajes que no han sido bien tratados, como hice en el proyecto para La Casa Encendida con los pintores del Guadarrama, recuperando a los primeros que fueron a pintar a la sierra y ligándolos a mi trabajo. Estas investigaciones me llevan a entrar en mundos llenos de sugerencias y se han convertido en un camino para proseguir mi trabajo como artista.
-En este caso su exposición encaja con una nueva museología, que coloca junto a la obra de arte elementos de otra procedencia.
-Sí, creo que vuelve la idea del gabinete de maravillas, y algo de eso tiene la exposición. Hacerlo en el Museo del Prado es una suerte y también un gran riesgo. Miguel Zugaza ha sido muy valiente al aceptar este reto, que desde el primer momento entendió y puso en marcha con entusiasmo. Además, tiene una veta creativa importante, porque yo proponía tímidamente una cosa y él la llevaba hasta sus últimas consecuencias...
-¿Por ejemplo?
-Pues faltaba una intervención sonora. Vi que lo podía incorporar a través del cuadro de Snyder, Concierto de Aves. Le añadí un fanal con un ave del paraíso. Y sonido: el canto de cinco aves del paraíso, nada menos. Pero es que hemos acabado teniendo, en la rotonda de la entrada, los cantos de todos los pájaros del cuadro, el Concierto de Aves de Snyder en clave sonora.
-¿Qué proyectos tiene para el 2014? Cuéntenos...
-En el Museo del Romanticismo de Madrid voy a realizar ese año El aura de los ciervos. Lo pensé a partir de un grabado de Fernando Granvila, El Palacio de Riofrío con tormenta y ciervos. Es una excusa, porque lo importante es que ese palacio está decorado exactamente como el Museo del Romanticismo. Exploro el simbolismo y la magia de los ciervos a través de una instalación con cornamentas encontradas en los bosques de Riofrío. El otro proyecto que tengo en curso es en el Museo Thyssen, en 2014: La ilusión del Lejano Oeste Americano. Desde siempre me interesó la cultura de los indios y el Thyssen tiene la mejor colección que hay en España de paisajes americanos. Cuadros que se pintaron en el momento en que una cultura cuya mística estaba muy ligada a la tierra, entró en contacto con una cultura más civilizada, que la aniquiló. Va a ser una exposición con piezas muy potentes, las del museo y las que vengan de otros americanos. Por decirte algo: desde una gran colección de fotos de indios al hacha de guerra de Toro Sentado.